(Septiembre, 2023). El periodismo en Venezuela atraviesa una etapa de crisis. Las certezas que alguna vez nos ofreció el oficio, como esa idea de exponer “la verdad” y “la objetividad”, y el papel que desempeñaba como servicio público esencial para el sostenimiento de la democracia, se han debilitado. Pese a todo, los momentos de crisis pueden ser fértiles cuando se abren a la revisión crítica de ideas y prácticas. En este sentido, el feminismo puede ser el abono que el periodismo urgentemente necesita.
Con el propósito de abonar a un futuro más democrático, justo y equitativo (es decir, alcanzar una utopía feminista), en este artículo resumo las discusiones llevadas a cabo en el taller “Cuestionamientos para transformar la práctica periodística hacia la utopía feminista”.
Esta formación la compartimos en la segunda sesión del Semillero Violeta, una iniciativa de la Red de Periodistas Venezolanas (RDPV). Su propósito es sembrar capacidades y conocimientos que fortalezcan el ejercicio del periodismo en Venezuela desde una mirada feminista.
¿Por qué queremos hacer periodismo feminista?
El periodismo sigue siendo un bastión patriarcal. Esa realidad se evidencia cuando se utilizan términos arcaicos como “crimen pasional” para describir los femicidios. Los mismos que son cometidos por quienes han internalizado el sexismo y la misoginia. Aquellos quienes creen tener derecho sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres, así como de las identidades feminizadas.
Cuando los logros y las experticias de las mujeres en los deportes, las ciencias o las bellas artes ocupan apenas espacio y relevancia en las páginas de los periódicos es más notorio. Pero también cuando en las salas de redacción, las mujeres periodistas somos blanco de acoso, hostigamiento y sexismo. Básicamente, los medios, día tras día, exponen sus costuras patriarcales, revelando una estructura de poder profundamente desigual.
Pese a su estatus actual, los medios tienen el potencial de subvertir ese papel. Con la perspectiva adecuada, pueden ser una herramienta para transformar el sistema en favor de la justicia y la democracia.
Para lograr esa perspectiva, entendiendo “perspectiva” como esa posición desde donde miramos el mundo, hay que asumir acuerdos básicos, fundamentalmente éticos, que refieren a modos del hacer y de habitar el mundo. La complejidad de estos acuerdos es que no están escritos en piedra. Por el contrario, nos exigen ser definidos, habitados y constantemente reformulados.
Creemos que el feminismo, entendiéndolo como teoría, movimiento y praxis, nos proporciona un marco para darle sentido a estos acuerdos. Para nosotras, el feminismo implica movimiento colectivo que crea y es creado. Como ondas en el agua que agitan el status quo y se expanden con la fuerza de la anterior.
Los medios no solo cuentan la realidad, también la construyen
El periodismo, como discurso cargado de autoridad pública, tiene un gran poder para moldear la forma en que las personas se perciben a sí mismas, interactúan con los demás y habitan sus propios cuerpos. Por ejemplo, el periodismo puede contribuir significativamente a lo que se considera “normal” o “anormal” en términos de género, sexualidad, raza, religión, entre otros aspectos.
Por algo, el filósofo Michel Foucault argumentaba que “los discursos que llevan la autoridad pública dan forma a las identidades y regulan los cuerpos, los deseos, los individuos y las poblaciones”.
La perspectiva feminista nos ayuda a identificar y develar cuando los discursos están al servicio de la desigualdad y la discriminación. También nos motiva a denunciar los peligros que esos discursos suponen para ciertos grupos de la población.
Conscientes del poder y la autoridad de los medios para dar forma a las vidas de las personas, como periodistas, no podemos subestimar nuestro impacto en las dinámicas de poder que hay allá fuera.
Por eso, la perspectiva feminista es fundamental para ser más cuidadosas, más estratégicas, más conscientes, más responsables, más críticas, más audaces con nuestro discurso. Eso, inevitablemente, implica habitar la incomodidad del cuestionamiento constante de nuestros propios sesgos y privilegios.
El periodismo feminista implica mucho más que repensar la noticia
Detonar maneras más feministas de pensar nuestro oficio exige mucho más que repensar la agenda periodística para dar visibilidad a ciertos temas o voces. Es elementar cuestionar también las lógicas patriarcales y racistas que dan forma a los espacios, las estructuras y a las dinámicas donde hacemos periodismo.
Si notamos que hacer periodismo feminista nos resulta fácil, entonces lo estamos haciendo mal. No puede ser fácil desmontar estas estructuras hechas de concreto que han sostenido por siglos las injusticias y las desigualdades.
El periodismo feminista está situado en un contexto de dominación donde las relaciones de poder son fluidas. Implica preguntarnos dónde estoy posicionada en la jerarquía social y cómo eso influye en lo que comunico.
A partir de esta revisión sobre dónde estamos situadas en el mundo, es necesario reflexionar sobre cómo nos relacionamos con la persona a la que estamos entrevistando, cómo nos atraviesa su realidad y dónde nos estamos situando en esta historia que queremos contar.
Contestar de manera honesta esas interrogantes a veces nos lleva a preguntarnos, asimismo, si somos las personas correctas para contar dichas historias.
Vale la pena preguntarnos qué podemos hacer para transformar las lógicas explotadoras y extractivistas que marcan la relación periodista-fuente en el periodismo tradicional y hegemónico.
Este ejercicio nos permite descubrir y experimentar formas de cocrear y coeditar productos periodísticos con las personas y comunidades que han habitado históricamente en los márgenes de la sociedad.
La exigencia de una mirada interseccional y política
El periodismo feminista interpela no solo el patriarcado, sino a todos los sistemas de opresión (racismo, clasismo, cisheterosexismo) que existen en la sociedad. Incluso cuando eso implica interpelar al propio feminismo.
Cuando el feminismo no se opone explícitamente al racismo, y cuando el antirracismo no incorpora la oposición al patriarcado, las políticas de raza y género a menudo terminan siendo antagónicas entre sí, y ambos intereses pierden.
El periodismo feminista implica un posicionamiento político frente a las injusticias de género, raciales, de clase, basadas en la sexualidad o cualquier otro sistema de dominación. Es un periodismo militante.
Ahora, ¿militar en el feminismo es el equivalente a militar en un partido político? Siendo el feminismo un movimiento social y político que denuncia las discriminaciones que sufren las mujeres, las personas racializadas y las disidencias sexuales en el ejercicio de los derechos humanos, el feminismo trasciende la militancia partidista.
El periodismo feminista persigue la justicia social y la democracia bajo la premisa de que las mujeres, las personas racializadas y las disidencias sexuales somos personas y merecemos ser libres, ejercer a plenitud nuestros derechos y ciudadanía y vivir con dignidad. Este posicionamiento político no es neutral porque la “neutralidad” frente a un status quo desigual solo favorece al sistema que sostiene dichas desigualdades.
Como dice Rita Segato en su libro La guerra contra las mujeres, “contar la realidad desde una perspectiva feminista ayudaría a entender no solo lo que está sucediendo con nosotras las mujeres y con todos los que se colocan en la posición femenina, disidente y contra del patriarcado, sino que también entenderíamos lo que está sucediendo en toda la sociedad”.
El periodismo feminista implica poner la mirada no solo en los problemas, sino también en las alternativas
El periodismo feminista lucha por disputar sentidos y construir discursos colectivos como forma de resistencia. Pero, además de poner el foco en aquellas historias y realidades que han vivido hasta ahora en las sombras, necesitamos también amplificar las alternativas y las nuevas formas de imaginar el mundo. En esta tarea, el lenguaje es clave.
Por ejemplo, no podemos ser lo que no vemos. Y si las niñas y las mujeres no tenemos en nuestro imaginario colectivo la posibilidad de que las mujeres podemos ser presidentas, astronautas, expertas en economía o bioquímica, será más difícil soñar en convertirse en ellas. Por eso, es necesario trabajar en el lenguaje para que nos represente a todas las personas.
Reapropiarnos del lenguaje implica cuestionarnos el masculino genérico como forma de nombrar a todas las personas. Además de nombrar a las mujeres, es necesario también nombrar a las personas que no se reconocen en las categorías binarias de género/sexo y a veces eso implica usar más palabras, lo cual es cierto.
A veces implica también repensar el modo en que nos nombramos. Sin embargo, es un esfuerzo fundamental y necesario. Por ejemplo, hablar de “mujeres y personas menstruantes”, en lugar de solo mujeres; o nombrar al “personal médico” en lugar de “los médicos”.
En la tarea de construir futuros alternativos, nos corresponde también contar las historias de liberación tanto como las de opresión. Esta es una perspectiva esclarecedora sobre nuestro feminismo. No queremos solo denunciar la violencia, sino también seguir los procesos de liberación y agencia de las mujeres, las personas racializadas y las disidencias sexuales.
Desde sus espacios, en el campo, en la ciudad, en el parlamento, en las escuelas, en las comunidades, en los lugares más insospechados, hay personas construyendo proyectos políticos feministas, aunque no lleven ese título. Se están tejiendo redes de solidaridad y lucha; se están fraguando formas autónomas de aglutinarse para alcanzar justicia, defender la tierra y proteger vidas. Y esas historias están ahí afuera, esperando a ser contadas.
Esta fue la segunda sesión del Semillero Violeta para la RDPV, como parte de una serie de encuentros virtuales con panelistas feministas. Más expertas e innovadoras en distintas áreas comparten sus conocimientos y aprendizajes en eventos tanto abiertos al público como para integrantes de la Red. Puedes leer la nota sobre la primera sesión aquí y te invitamos a seguirnos en Instagram y Facebook.