Las redes sociales nunca han sido perfectas, pero no cabe duda de que, en los últimos meses, se han convertido en una extensión más de la manosfera. Así se le conoce a ese lado oscuro, antes semi-escondido, de la web 2.0 en donde la hostilidad hacia las mujeres y la misoginia son la regla, y depredadores sexuales como Andrew Tate son personajes venerados.
La primera red social en caer en este agujero negro fue X, ante conocida como Twitter, después de que Elon Musk la comprara en 2022 usando (cómo no) tácticas de mercado agresivas y éticamente cuestionables. En uno de sus primeros movimientos como principal accionista de X, el hombre más rico del mundo despidió a casi la mitad de su personal, incluyendo a los equipos responsables de diseñar políticas para proteger los derechos humanos, garantizar la accesibilidad de la plataforma para personas con discapacidad y mitigar los posibles sesgos y daños facilitados por su tecnología. Desde entonces, X se ha convertido en un hervidero de desinformación y mensajes de odio, amplificados por algoritmos supuestamente diseñados para promover la “libertad de expresión” pero claramente impregnados de sesgos que atentan contra los derechos humanos y la democracia.
Más recientemente, Meta le siguió los pasos tras emplear una serie de cambios en sus políticas que abren la puerta para que sus usuarios difundan contenido abiertamente discriminatorio y deshumanizante. Ahora no hay que sorprenderse si usuarios de Facebook, Instagram o Threads comparan a las personas con objetos inanimados, suciedad y enfermedades como el cáncer. Tampoco se molesten en reportar a los usuarios que llamen “enfermos mentales” a homosexuales o personas trans, ni tampoco a quienes consideren a las mujeres como “propiedad”.
Todos los intolerantes y misóginos son bienvenidos en el reino de Mark Zuckerberg, quien no solo ha adoptado una estética que parece un extraño cruce entre tech-bro y rappero gen Z en un intento desesperado por encajar en nuevos paradigmas, sino que ahora también aboga por celebrar la “energía masculina” y la “agresión” en las empresas de tecnología. Como si en Silicon Valley, donde las mujeres siguen siendo una minoría y ganan, en promedio, un 16 % menos que sus colegas hombres, alguna de esas dos cosas estuviera en peligro de extinción.
¿Dónde quedan los feminismos?
No sorprende a nadie que este completo abandono a cualquier pretensión de corrección política ha tenido un impacto especialmente duro contra las mujeres y las causas feministas. Por ejemplo, en un estudio reciente en Estados Unidos, la mayoría de las personas concuerda que el contenido de las redes sociales afecta negativamente más a las mujeres que a los hombres en áreas como la imagen corporal, el estilo de vida y la autoestima.
Por si fuera poco, las plataformas de Meta restringieron recientemente la visibilidad del contenido con etiquetas relacionadas con los derechos de las personas LGBTQ+, medida que afectó especialmente a los adolescentes. El New York Times, también reportó que Instagram y Facebook bloquearon y ocultaron publicaciones de proveedores de píldoras abortivas, una práctica que se intensificó tras la investidura de Donald Trump. Cabe destacar que Zuckerberg, Musk y otros ultra ricos de la tecnología, como Jeff Bezos y Sundar Pichai, estuvieron en primera fila durante la ceremonia inaugural del magnate, después de desembolsar millones de dólares para financiar este pomposo evento.
En Venezuela, el panorama se complica aún más, considerando que algunas de las redes sociales más populares, incluyendo TikTok y X, enfrentan sofisticados bloqueos que no solo restringen la libertad de expresión y el acceso a la información, sino que también imponen barreras adicionales para que activistas feministas y LGBTIQ+ puedan movilizar sus causas, denunciar injusticias e informar a sus comunidades.
Este contexto desalentador parece advertirnos que han quedado atrás los días en que movimientos como #MeToo, #NiUnaMenos y otras campañas feministas y progresistas encontraban en las redes sociales un terreno fértil para crecer y movilizar cambios sociales. Probablemente, Audri Lorde siempre ha tenido razón: Las herramientas del amo difícilmente nos servirán para desmantelar la casa del amo.
¿Aún quedan rincones seguros en Internet para quienes apoyamos las causas progresistas?
Resulta más urgente que nunca preguntarnos si la web 2.0 aún puede ofrecernos espacios seguros donde las personas interesadas en generar cambios podamos reagruparnos, comprender lo que está sucediendo en el mundo, desahogar frustraciones y, sobre todo, encontrar nuevas formas de movilización. Si no existen, entonces también cabe preguntarnos cómo podemos crear estos espacios para que no vengan sesgados por default en nuestra contra.
Por ahora, no parece haber respuestas claras a estas preguntas, pero algunas ventanas están abriéndose en plataformas alternativas, como Bluesky, una red social que nos recuerda a los inicios de Twitter, liderada por la joven Jay Graber. Como actual CEO, Graber desafía las tendencias dominantes al apostar por un modelo abierto y descentralizado que busca devolver a los usuarios el control sobre el contenido que consumen y sus datos personales. Este enfoque contrasta radicalmente con los algoritmos sesgados de las plataformas más populares, que no solo han erosionado el pensamiento crítico de muchos, sino que también han vendido al mejor postor la información privada de los usuarios para manipular sus opiniones políticas y hábitos de consumo (¿alo, Cambridge Analytica?). Aquí hemos encontrado refugio en los últimos meses miles de activistas, periodistas, académicos y personas críticas del status quo y hartas de los excesos de Musk.
Otra opción que poco a poco está creciendo en popularidad entre personas desesperadas por crear comunidad e informarse, lejos de la toxicidad de X, Instagram y Facebook, es Substack. Esta es una plataforma especialmente diseñada para bloggeros y creadores de newsletters que encontraron aquí un sistema para construir nuevas maneras de conectar con audiencias más alineadas a sus intereses y gestionar el contenido a través de suscripciones gratuitas o pagas.
Aunque Substack no está libre de intolerancia y contenido polarizante, aquí los usuarios tienen más poder de decidir qué publicar y cómo hacerlo, sin someterse al yugo de algoritmos que prioricen ciertos temas sobre otros. Lo más atractivo para muchos usuarios es también la posibilidad de construir una comunidad “íntima” y comprometida con los mismos valores y causas. En otras palabras, ofrece la oportunidad de construir pequeños oasis progresistas en medio de un ecosistema mediático cada vez más desalentador.
Sin embargo, aún está por verse si Bluesky, Substack u otras plataformas alternativas podrán darle la vuelta a las tendencias dañinas y reaccionarias que están promoviendo Musk, Zuckerberg y otros desesperados por ser parte de ese patético club de “bad boys”, demasiado ricos para el bien de la humanidad. A veces, me cuesta creer que la Internet podrá cumplir su promesa originaria de ser una herramienta para democratizar el mundo y lograr un futuro utópico. Parece que no podemos tener cosas lindas sin que el capitalismo y el patriarcado vengan a envenenarlo todo.
Tal vez, la respuesta está en hacer un esfuerzo por desvirtualizar nuestras vidas y relaciones, al menos hasta donde se pueda. De apagar el teléfono por un rato para volver a las tertulias en los cafés, los clubes de lectura o la movilización comunitaria. Quizás, en esos espacios, después de compartir un café y un abrazo, podremos volver a entendernos, encontrar puntos comunes y movilizar esfuerzos para resolver los problemas que amenazan la humanidad (la falta de derechos de las mujeres, personas racializadas y LGBTIQ+, el cambio climático, el colonialismo, la desigualdad económica, la violencia y la intolerancia… la lista es larga).
Tal vez… quién sabe.