Compartimos esta historia como un ejemplo de transición pacífica del poder, tradición y liderazgo femenino, en la que una capitana pemón es celebrada por otras mujeres y hombres de su comunidad debido a su trabajo impecable y su compromiso. Lisa Henrito deja su cargo rodeada de figuras de autoridad para su pueblo, junto a su gente, sentados en la misma mesa.
⸺Vamos a darle un aplauso a la Junta directiva saliente, a la capitana Lisa Henrito y su equipo ⸺ expresó el encargado de conducir la juramentación de Ángel Williams, quien sucedió a Lisa Henrito al frente de la Capitanía de la comunidad indígena pemón de Maurak en la Gran Sabana.
Corría el primer domingo de enero de 2025, habían transcurrido cuatro años, ni un día más ni uno menos, desde que Henrito fue juramentada como autoridad legítima de la comunidad indígena pemón de Maurak en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, a 12, 5 kilómetros de Santa Elena de Uairén y similar distancia de la frontera venezolana con Brasil.
Ella es una lideresa indígena recocida como defensora de la naturaleza y de los derechos colectivos e individuales de su pueblo. Efecto Cocuyo la incluyó entre las Mujeres que brillaron en 2021 por su determinación en la defensa del territorio y su pueblo aun ante las limitaciones pandémicas y los retos del contexto país. Él es un joven formado en Electrónica. Se desempeña como gerente del Aeropuerto Internacional de Santa Elena de Uairén. Fue capitán una vez.
Aplausos…
Los habitantes de Maurak son en su mayoría adventistas. Comienzan la semana el domingo, después del descanso del sábado. La ceremonia se realizó en la Casa Comunal, una construcción de dos aguas, techada en láminas metálicas, cerrada por medias paredes a través de la cuales se colaba el aire cálido del mediodía, se veían las plantas de cambur y guamo y asomaban algunos de los miembros de la comunidad.
Lisa Henrito cuando fue nombrada capitana. Fotografía de Lisa Henrito. Extraída de Revista SIC.
Una mesa para todos y todas
Terminado el reconocimiento subieron a la tarima, menos de un metro por encima de los asistentes, los representantes del Consejo Electoral Comunal, de la junta directiva saliente, incluyendo a la capitana, y una representación del Consejo de Ancianos, el órgano asesor de más alto nivel dentro de la organización comunitaria tradicional. En ese orden se sentaron detrás de la mesa principal, tan larga que había espacio para todos. Abajo, las primeras filas de un lado estaban reservadas para los capitanes comunales y sectoriales (el pueblo indígena pemón de la Gran Sabana está organizado por sectores y estos por comunidades) y del otro, los representantes de las instituciones civiles y militares y los particulares invitados.
A partir de las primeras dos o tres filas se desplegó la asamblea.
En Maurak habitan 1.737 personas. Cientos se refugiaron en las comunidades indígenas del lado brasileño, tras los hechos del febrero de 2019, de la intervención de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana ante el ingreso de la ayuda humanitaria que consideró un agravio a la soberanía.
⸺Cada persona que yo invité es porque de una manera u otra apoyó este proyecto social. Acérquense, por favor, los que están allá lejos, para que nos escuchemos ⸺dijo Lisa Henrito, en su última intervención como capitana de Maurak.
⸺Felicitaciones a la capitanía saliente por el trabajo, ha sido una gran bendición para la comunidad e igual felicitaciones para la capitanía entrante ⸺dijo el pastor adventista Alexander Martínez, quien advirtió que, sin entrar en temas políticos, era oportuno reflexionar con respecto a la autoridad como condescendencia divina cuyo ejercicio implica el reconocimiento de la superioridad de Dios.
Martínez llamó a los dos capitanes, la saliente y el entrante, y los bendijo. Williams al lado de Henrito, de ojos cerrados y cabezas inclinadas. El nuevo capitán llevaba una sencilla camisa marrón, mientras que Henrito, vestida de verde, llevaba un collar de tejido típico en negro y amarillo, como el plumaje de un turpial, el pájaro nacional.
Comunidad Maurak
Kelly Lezama, el segundo capitán de la junta saliente, prefirió despedirse con una breve reseña en torno la historia fundacional y el nombre de la comunidad. Refrescar la memoria.
Hace 78 años, ante la llegada de “la civilización”, de los misioneros católicos y la Inspectoría de Fronteras, al cerro Akurimä, al lugar en donde hasta ese momento se habían concentrado buena parte de las familias pemón de esta región de la Gran Sabana, los abuelos y los líderes decidieron internarse a las nacientes del río Uaiyén (para los no indígenas Uairén), hacia donde tenían los conucos, cazaban y pescaban. Usaban el tejido del bejuco conocido como maurai, la liana con la que se teje la nasa de pescar. Por eso el nombre de la comunidad.
Los de Maurak continúan viviendo de sus conucos, cosechan las piñas más dulces, yuca dulce y amarga, cambur, plátanos, granos, pescan, son maestros o enfermeros. La comunidad cuenta con tres instituciones educativas y un ambulatorio. Ante la crisis y la proliferación de la minería al sur del Orinoco, cada vez más personas van a las minas distantes, pero los jóvenes de Maurak, hombres y mujeres, practican fútbol y sueñan con hacerse atletas profesionales en lugar de mineros.
En ese sueño se enfocó la gestión que culmina y en la constitución de alianzas para proyectar y materializar soluciones a las principales urgencias de la comunidad: servicios de agua, salud.
Lisa Henrito antes de colocarle la bufanda a Ángel Williams en la Casa Comunal de la Maurak, comunidad indígena pemón en la Gran Sabana, Venezuela. Un sencillo símbolo que identifica el traspaso de la autoridad de la saliente al nuevo capitán. Fotografía: Morelia Morillo.
Una ceremonia pacífica
El cronograma electoral se activó en abril con la apertura del Registro que contabilizó 1.500 electores. De las elecciones, celebradas en diciembre pasado, participaron 467 personas. Ángel David Williams fue electo con 203 votos. Una vez leída, el acta fue firmada por el presidente y secretario del Consejo Electoral y por los capitanes saliente y entrante. Los que se despedían entregaron las bufandas blancas que en esta oportunidad identifican a los responsables de cada uno de los cargos y abandonaron la mesa y los recién juramentados tomaron los puestos.
Ángel Páez, capitán general del Sector 6-Akurimä, felicitó a la capitana Henrito y a su equipo por hacer el trabajo para el cual habían sido electos “y hacerlo bien” y recordó que se trata de una labor a tiempo completo, 24 horas, los siete días de la semana, los 365 días del año.
De acuerdo a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas y el Reglamento Sectorial, juramentó a Ángel David Williams.
Culminada la ceremonia, la comunidad, sus líderes e invitados compartieron el almuerzo, el tumá, el consomé típico de los pemón, hecho de cacería o pesca, mucho ají y una pizca de sal.
En las costas que separan Güiria y Trinidad y Tobago navegan testimonios de mujeres que desaparecieron o murieron en el mar, en medio de la migración forzada y el tráfico de personas. Y de mujeres que quedaron en tierra firme, en el naufragio del dolor y la pérdida. Esta investigación reúne las historias de Unyerlin, Dielimar y Fiannelys, tres venezolanas que partieron desde Güiria, pero jamás llegaron a su destino; y de sus dolientes, que siguen soñando cómo sería la vida con ellas.
Una vez al año Amarilis canta. Cada 14 de septiembre se levanta a las cuatro de la mañana, enciende una vela y, en el medio de la sala de su casa, a viva voz, entona el cumpleaños feliz para su hija Unyerlin. Pero ella ya no la escucha, ya no está. Desapareció en el mar.
En su pequeña vivienda ya no quedan rastros de su hija. La estructura de bloques y techo de zinc, está ubicada en una barriada de calles de tierra en Cumaná -la capital del estado Sucre, al nororiente de Venezuela- Allí ya no hay prendas de vestir, ni retratos de la joven. Pero su recuerdo arropa todo.
Amarilis Velasquez junto a su nieta Xavielys frente a su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.
Unyerlin Velásquez tenía solo 16 años de edad cuando zarpó junto a otras personas en un pequeño bote pesquero de madera llamado Jhonaili José . Era martes, 23 de abril de 2019. Partían desde el puerto de Güiria, un poblado costero de Sucre, con destino a Trinidad y Tobago.
En promedio, una embarcación tarda cuatro horas y 45 minutos en recorrer los 137 kilómetros que separan el último rincón de Sucre, hasta la isla antillana.
Es una distancia que no cuenta la travesía física y emocional que implica para las mujeres, en su mayoría jóvenes o adolescentes, atravesar esta frontera, forzadas por circunstancias como el hambre y la falta de oportunidades. A menudo, atrapadas en redes de tráfico de personas, en su mayoría con fines de explotación sexual, se arriesgan a morir o desaparecer en altamar.
Esa distancia tampoco cuenta lo que viven las que se quedan, llevando el peso de un duelo por perder a los suyos, mientras siguen lidiando con el mismo entorno hostil.
El pueblo está rodeado de aguas intensas, tiene una actividad comercial constante y bulliciosa; también tiene amplias calles cuyas casas, en su mayoría fueron diseñadas bajo la arquitectura antillana, con puertas altas, largos pasillos y grandes ventanas para enfrentar las inclemencias del calor.
En esencia es un lugar colorido, aunque tiene grietas labradas a pulso por la pobreza, el crimen y la pérdida de personas en altamar, ya que ha sido escenario de una serie de tragedias ligadas a la pobreza.
Los viajes clandestinos desde Güiria no son nuevos y, en el fondo, todos tienen un mismo origen: el hambre.
Los naufragios tampoco son ya una novedad, sino una realidad presente que lacera familias y que moldea a la sociedad. El pueblo se convirtió en puerta de salida para la migración irregular, no solo de los nativos sino de personas de todas partes del país.
El naufragio del peñero Jhonaili José en el que iba Unyerlin, fue el primero en aparecer en medios de comunicación. Unas 38 personas iban a bordo, ocho lograron sobrevivir y 29 siguen desaparecidas desde hace seis años. El cadáver de Dielimar, otra adolescente de 16, fue el único que devolvió el mar.
Casa en donde vivía Amarilis junto a su hija Unyerlin Vasquez en Cumaná, estado Sucre, Venezuela.17 de noviembre de 2024.
Unyerlin desapareció en la rebeldía del mar
Desde hace seis años ella se convirtió en una ausencia que duele, justo desde esa noche en la que se fue de casa junto a una amiga y su prima Omarlys, llevando solo lo que tenía puesto.
El 24 de abril de 2019, una llamada ocasionó un tsunami de lágrimas en su casa. Una voz desconocida le dijo a Amarilis, que mientras intentaba llegar a Trinidad y Tobago en una embarcación precaria y en medio de la noche, el bote zozobró y su hija se ahogó.
Diez días antes, sus familiares la vieron por última vez. Poco antes de las diez de la noche de ese domingo, había llegado a su casa con una amiga.
–Se llama Luisannys y estudia conmigo– dijo.
Sin sospechar lo que se avecinaba, su mamá le pidió que se acostara a dormir.
El plan de ambas era irse a Trinidad y Tobago con Héctor, un hombre que conocieron unas semanas antes en una de las fiestas a las que solía ir Unyerlin. Él también naufragó y desapareció, y con él las respuestas que seis años después aún busca Amarilis.
A Unyerlin Vélasquez la recuerdan alegre y extrovertida en su uniforme de bachillerato. Pero también como una jovencita de carácter explosivo que podía pelear durante horas con su hermana y proteger a su sobrina, para ese entonces de tres años de edad, de los regaños por travesuras.
–Le gustaba comer. Dormía hasta tarde. Su vida era normal, iba al liceo, estaba con sus amigas, le gustaba también salir e ir a fiestas. A veces se me desaparecía dos días y yo iba a buscarla y la encontraba en casa de sus amigas. “Mamá, yo siempre vuelvo”, me decía cuando la regañaba- recuerda su madre.
Pero esta vez no volvió.
Como madre soltera, Amarilis trabajaba para darle lo que podía. En medio de carencias, tenía lo básico para vivir: algo de comida en la mesa, ropa y calzado de acuerdo con las posibilidades y acceso a educación pública.
Algunas amigas, incluyendo a su prima, sabían del plan de irse a Trinidad y Tobago. Días antes, en una fiesta en Bebedero –una barriada que para ese momento tenía fama de peligrosa por los altos índices de criminalidad- conoció a María y a Héctor.
Los testimonios apuntan a que fue María, una joven que no pasaba de los 20 de edad, quien les presentó a Héctor y juntos les ofrecieron a las adolescentes irse a Trinidad y Tobago con la promesa de mejorar su calidad de vida.
Allá podrían acceder a todo lo que no podían tener por las condiciones económicas de sus familias: ropa, calzado, comida en abundancia y dinero en dólares para ella y para los suyos.
Amarilis muestra una fotografía de su hija desaparecida Unyerlin del Valle Vasquez Velasquez, en su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.
El primer paso era irse a Güiria, allí estarían en una vivienda mientras se terminaba de organizar el viaje. Unyerlin, Omarlys y Luisanny pernoctaron nueve días en la casa de Héctor, conocido en el pueblo con el apodo de Tico. Él era de Güiria y poco antes del naufragio había culminado unos cursos para optar por un empleo en Petróleos de Venezuela S.A (Pdvsa).
En esa casa, una vivienda familiar y desgastada, amplia, de varias habitaciones y con un patio grande, situada en una barriada conocida como Calle Boyacá, estuvieron en una habitación junto con otras muchachas que también se embarcarían hacia la isla antillana.
Había cinco jóvenes en total, tres de ellas menores de edad. Tico se encargaba de darles comida, ropa y también las llevaba a fiestas en el pueblo.
En 2019, Eloaiza Torres, una de las hermanas de Tico, aseguró en una entrevista realizada una semana después del naufragio, que él solo “hizo un favor a María” cuando recibió a las adolescentes en su casa.
Esa tarde en la que decidió hablar, Eloaiza evitaba sostener la mirada, sus ojos se enfocaban en el piso, volteaba el rostro, acariciaba sus rodillas con las manos, como quien habla queriendo evadir la conversación.
–A él lo llamó una amiga que él conoció en una fiesta, una tal María. Le dijo: “Mira, Tico, para allá van unas amigas mías que van para Trinidad. Para ver si les puedes dar el apoyo de quedarse unos días en tu casa, hasta que llegue el bote que las va a llevar”, y él no vio problemas en eso- dijo la hermana en lo que parecía un intento de desligarlo de la presunta red de trata de personas.
Pero los rumores en el vecindario eran fuertes. Muchos apuntaban a que las jóvenes estuvieron en esa casa en contra de su voluntad, aunque la familia Torres, quienes convivieron por última vez con las adolescentes, desmintieron esto una y otra vez.
–No pueden decir que estaban secuestradas. A ellas se les prestaba teléfono para que llamaran, ellas salían a fiestas. Una vez fui con ellas a la playa – contó Eloaiza en esa oportunidad. También aseguró que los familiares de las jovencitas sabían que viajarían a Trinidad. Dijo que eran ellas quienes llamaban a la isla para solicitar información del viaje, y que Héctor había accedido a ir con ellas para “comprar comida” que luego su hermana revendería en el pueblo.
–Él sólo aprovechó que había un bote en el que no pagaría pasaje. Yo le pedí que fuera a comprarme harina de trigo, porque yo la revendía a las panaderías aquí. Pero él no quería ir.
Sin embargo, ese día ella no supo explicar el por qué su familia se encargaba de darles comida y dotarlas de ropa y calzado. Ni tampoco de dónde salió el dinero para cubrir los gastos que ocasionó tener personas adicionales en una vivienda grande, pero en condiciones de pobreza, con las paredes envejecidas y sucias, y muebles deteriorados por el uso y los años.
En esa casa vieron a Unyerlin por última vez el 23 de abril a las ocho de la noche, hora en la que salieron de allí para embarcarse en el Jhonaili José desde Muelle del Medio.
–Antes de que zarpara el bote, estaban llegando las chicas que se irían a Trinidad. En total habían 25 mujeres. Salieron al mar como a las diez de la noche y se rumora que el capitán fue recogiendo personas en todos los puertos hasta llegar a Macuro- contó Eloaiza.
Agregó que el capitán, conocido como Julio Carrión y quien fue uno de los nueve sobrevivientes, pasó por varios muelles. Los primeros fueron El Faro y Las Salinas, allí subieron al bote un lote de cobre, limón, tamarindo y embarcaron a varias personas más.
–De allí fueron a Macuro, montaron a nueve adolescentes más. A las dos de la tarde del otro día me dicen que no llegaron a Trinidad, que se escucha el rumor de que el bote se volteó y no aparecen. Cuando trajeron a las primeras rescatadas, ellas dijeron que unos murieron al instante y que otros sobrevivieron porque se montaron en pimpinas donde transportaban gasolina– narró la hermana de Héctor.
Las sobrevivientes le habrían contado a Eloaiza que su hermano les ayudó a amarrarse a pimpinas para sobrevivir. Le dijeron que después de eso, se tocó el pecho, se hundió y no apareció más. Él era paciente cardiaco.
Otra versión que escuchó dice que después del naufragio llegaron botes procedentes de Trinidad y recogieron a la mayor cantidad de personas que pudieron.
–No nos explicamos cómo 28 personas no aparecieron. Ni un cuerpo, ni ropa, ni maletas. No aparecieron ni las pimpinas donde estaban montadas– destacó.
Las autoridades venezolanas tampoco dan explicaciones ni avances sobre las investigaciones oficiales. Las respuestas también naufragaron en un mar de incertidumbre. Lo último que supo Amarilis, la mamá de Unyerlin, es que María, aquella mujer con la que se fue su hija antes del naufragio, fue arrestada por seis meses, luego salió en libertad y emigró.
Mientras tanto, el recuerdo de la joven sigue naufragando en el estrecho de Boca Dragón donde se dividen las aguas de Güiria y Trinidad y Tobago, y donde las aguas son tan turbulentas y saladas como las lágrimas que aún derraman por ella.
Retrato de Amarilis Velásquez, madre de Unyerlin del Valle Vásquez Velásquez en su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.
El limbo de Amarilis
El día que la embarcación zozobró también empezó el naufragio en el alma de Amarilis Velásquez que no la abandona ni un minuto.
Ella tiene 49 años. Es una mujer alta, robusta, de piel clara y de largos cabellos negros, tiene una voz triste y una mirada en la que se nota la soledad de la lágrima fácil. No puede evitar hablar de su hija entre sollozos.
-A veces quiero colgar los guantes, pero pienso en el rostro de mi Unye y me digo ¡No! y me pongo a orar, orar y orar- dice.
No solo el mar es un limbo.
Amarilis está sumergida en un limbo. Desde 2019 busca respuestas. No las tuvo en las horas posteriores al naufragio, cuando las autoridades venezolanas tardaron en iniciar la búsqueda de la embarcación y fueron los pescadores de la localidad, ayudados por una angustiada comunidad que hizo lo posible por dotarles de alimentos y gasolina, quienes encontraron a los sobrevivientes.
Y es que, aunque el informe de la Organización Nacional de Salvamento y Seguridad Marítima (ONSA) especificó que la Guardia Costera inició las labores de búsqueda pocas horas después de que las autoridades locales recibieran notificación del accidente marítimo, las malas condiciones de las embarcaciones oficiales y la escasez de combustible limitaron sus acciones.
De hecho, no fue sino hasta el 27 de abril, cuatro días después del naufragio, que las autoridades dispusieron de un helicóptero y una avioneta para buscar desaparecidos o víctimas en altamar. Esa búsqueda solo duró un día, ya que desde la alcaldía del pueblo informaron que el uso del helicóptero sumaba un costo de ocho mil dólares por día y no había quién pudiera pagar esa suma de dinero.
La noche del martes, 14 de abril, cuando Unyerlin se fue de su casa, no llevaba nada más que la ropa que vestía en ese momento. Otras veces había salido de fiesta y tardaba hasta un par de días en llegar o el tiempo que le tomara a Amarilis encontrarla en casa de amigas. Pero esa noche le dijo que se fuera a dormir y a la mañana siguiente no la encontró. Nadie supo decirle dónde estaba. El recuerdo de la última vez que escuchó su voz la llena de angustia.
La que era la habitación de Unyerlin cuando vivía junto a su madre Amarilis en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.
–Me llamó por teléfono. Le dije que necesitaba que regresara y me respondió que no me mortificara, que ella regresaba dentro de tres meses y que estaba tranquila, en una casa de playa– cuenta.
Más adelante, otra llamada cambiaría el curso de su vida. Aquella en la que le informaban del naufragio donde iba su hija. Lo que siguió después ha sido una historia que se repite en círculos. Llorar, sumergirse en una tristeza infinita, pedir ayuda a las instituciones del Estado y no obtener respuesta alguna.
Amarilis forma parte de un grupo de familiares de desaparecidos que se organizaron en 2019, poco después del naufragio, para exigir a las autoridades venezolanas una investigación, una búsqueda, algo que les haga calmar el dolor de la pérdida inconclusa, que les traiga de vuelta el amor que se fue en el mar.
La primera denuncia sobre la desaparición de su hija la hizo pocas horas después de la llamada fatal. Acudió a la Fiscalía del Ministerio Público en Cumaná. Allí dio todos los detalles que sabía. Poco después hizo lo mismo en la Fiscalía de Carúpano, la segunda ciudad más importante de Sucre y la más cercana geográficamente a Güiria. No hubo respuestas.
Durante los seis años que siguieron a la desaparición, el grupo de familiares ha sumado varias protestas frente a la sede del Ministerio Público en la capital del país, y al menos una decena de viajes hasta Caracas con la esperanza de encontrar respuestas en las instituciones centrales.
Una lista de documentos con denuncias, solicitudes, escritos, cartas, se ha quedado en escritorios de la Fiscalía del Ministerio Público, de la Asamblea Nacional y de la Vicepresidencia del país.
Unos meses después de que ocurriera el naufragio, a finales de 2019, el grupo acudió a Interpol para descubrir que no había siquiera la activación de una alerta amarilla para los desaparecidos o una alerta roja para los responsables. La Fiscalía no había enviado la información a este organismo.
Una lista extensa de diferimientos de audiencias y poca información sobre los detenidos son los avances de la investigación. Es todo lo que hay seis años después de la tragedia.
En retrospectiva, más allá de la presencia en el pueblo del gobernador de ese entonces, Edwin Rojas, y de autoridades militares en la zona del desastre, así como de la diligencia de dos diputados de tendencia opositora en la Asamblea Nacional, quienes acompañaron a los familiares de las víctimas en el proceso de denuncias, no hubo en 2019 un pronunciamiento institucional por parte del poder central. Y tampoco lo ha habido a lo largo de los años.
–Los viajes a Caracas no son fáciles– comenta Amarilis. Implican una inversión de dinero en pasajes, alojamiento y alimentación. Recursos de los que no dispone.
Para ella es complicado tener un trabajo estable y generar dinero en un estado altamente dependiente de empleos gubernamentales, con poco desarrollo industrial y con más de 98% de pobreza extrema en Venezuela, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2022, elaborada de forma independiente por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), ante la falta de datos oficiales sobre condiciones económicas y sociales del país.
Antes hacía dulces para vender en el barrio. Ahora trabaja vendiendo cartones de lotería para una especie de bingo comunitario que se celebra cada dos sábados en la ciudad y que resulta en una fiesta enorme en la que hay desde ventas de fritangas y cervezas, hasta grupos musicales en vivo. Aunque eso logra distraer su mente por algunas horas, lo que gana solo le sirve para llevar comida a su casa y encargarse de gastos básicos.
–No he podido ir a todos los viajes porque no tengo suficiente dinero-.
En estos años de duelo inconcluso, Amarilis no solo perdió la paz, también enfrentó una ruptura sentimental al perder a su pareja, quien decidió marcharse de casa al no poder lidiar con sus estados de ánimo.
–No me soportó. Es que me daba rabia todo.
Perdió el sueño y la salud mental, ya que atraviesa por prolongados estados de ansiedad y llanto. Su cuerpo se hiela y necesita caminar de un lado a otro mientras llora. Ha logrado encontrar algo de consuelo en su hija y su nieta de nueve años.
–Si no fuera por ellas, ya estaría muerta, porque a veces eso es lo que quiero.
No suele soñar con su hija, pero las dos veces que lo ha hecho, la ve con el rostro de cuando tenía 16 años y la vio por última vez: ella le aparece vestida de blanco, arrinconada en una esquina, pidiéndole que la ayude.
Aún hay dos cosas que Amarilis no ha perdido: la esperanza de volver a abrazar a Unyerlin y la entereza para seguir pidiendo al Estado venezolano que le dé respuestas.
–No dejaré de insistir. Mi hija está viva. Lo sé.
Y, en el mismo peñero en el que ella desapareció, murió Dielimar.
Los naufragios de pequeñas embarcaciones que trasladaban personas desde Güiria hacia Trinidad y Tobago se volvieron una constante desde 2019, tras el hundimiento del bote Jhonaili José.
Con esto, las denuncias sobre migración forzada impulsada por las condiciones socioeconómicas del país, así como el tráfico de personas con fines de explotación sexual, también se volvieron parte de las historias de los naufragios.
Esta investigación, realizada por la periodista Nayrobis Rodríguez y la fotógrafa Danielly Rodríguez, fue publicada originalmente enRunrun.es. Es uno de los productos periodísticos del programa de becas “Narrar Fronteras”, organizado y desarrollado por la Red de Periodistas Venezolanas (RDPV).
La desinformación, el temor a la estigmatización y los tabúes culturales son las principales brechas para prevenir y paliar las ETS en la zona indígena fronteriza. Las personas contagiadas que son diagnosticadas con VIH en Colombia, por lo general, no continúan su control médico ni en el país vecino, ni en Venezuela.
Llamémosle Alberto. Iba, en su moto, por la Troncal del Caribe, a las 8:00 de la noche. El tramo estaba oscuro y no vio salir un carro de uno de los vericuetos de Los Filúos, sector comercial de la parroquia Guajira, municipio indígena Guajira del estado Zulia, en Venezuela. El vehículo lo lanzó sobre el pavimento y arrancó a toda velocidad. Como pudo, llamó a sus familiares para que le socorrieran. Lo llevaron al Hospital Binacional de Paraguaipoa, donde no le pudieron atender, porque no había una máquina para hacer rayos X. Tampoco ambulancia.
Entonces, sus parientes lo llevaron al Hospital San José de Maicao, municipio fronterizo del departamento La Guajira, en Colombia. Le ingresaron por ser indígena wayuu, porque solo tiene la cédula de identidad venezolana.
El examen de sangre le arrojó un diagnóstico que no sabía: VIH positivo.
Le curaron las heridas, le trataron las contusiones y le proveyeron el retroviral. Tras darle el alta, Alberto regresó a Paraguaipoa, donde sigue trabajando como mototaxista.
Su gente no sabe que es seropositivo.
Alberto pertenece a una familia indígena wayuu muy tradicional, en la que su tío materno es autoridad, la virilidad es un honor y las Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) las asocian con la homosexualidad.
Su experiencia es como la de tantos otros jóvenes con VIH que viven en el eje fronterizo Guajira colombo-venezolano. Entre 18 y 23 años es la población joven contagiada, según precisó un vocero de la Fundación Waleker, organización binacional reconocida por los ministerios de Salud de Colombia y de Venezuela.
Esta organización tiene 15 años trabajando en Colombia bajo la cobertura de la Superintendencia de Salud y, mediante la Unión Temporal Ka’i, regularizan a personas wayuu con el certificado de la autoridad indígena para la atención de personas seropositivas y, así, garantizarles los retrovirales.
La desinformación y los tabúes
En el estado Zulia, fronterizo con Colombia, acceder a los retrovirales es un desafío. Porque son costosos y porque los gratuitos están regulados por el Estado. La secretaría de Salud, adscrita a la Gobernación del Zulia, tiene activo el Programa Regional de VIH-SIDA y TS que, en articulación con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), realiza jornadas en las que dictan charlas informativas y realizan la prueba rápida.
En diciembre pasado, fue en el Hospital Binacional de Paraguaipoa y el personal médico y paramédico se encontró con que la colectividad desconocía acerca de la jornada; además, quienes llegaron lo hicieron con la intención de hacerse un examen de hematología y, al informarles que era la prueba rápida para VIH, la mayoría se marchó.
Carmen Cambar, directora municipal de salud del municipio Guajira -institución adscrita a la Autoridad Única de Salud del estado Zulia regida por el Ministerio de Salud-, resalta que esto se debe a la desinformación que maneja la población; sino, también, el personal que trabaja en el centro de salud.
«Sabemos que hay muchos pacientes que lo tienen, pero que no se conoce. El VIH es un enemigo silencioso que está acabando con nuestros jóvenes. Debemos decirles que una vez que sientan ese temor, se acerquen a alguna institución que los pueda ayudar. No es fácil llegar a un hospital, a un ambulatorio y decir. ´me quiero hacer una prueba de VIH, de sífilis o de otra ETS´, porque está el temor a que lo estigmaticen. Pero debemos buscar una estrategia para informarnos y mantener la confidencialidad».
Urge la educación sexual
En dos «Círculos de la palabra» -espacios de diálogo, de transmisión e intercambio de saberes propios de la cultura indígena wayuu- se conversó con estudiantes de las escuelas Fe y Alegría Paraguaipoa y Francisco Babbini: sólo dos de cada 10 jóvenes -en cada grupo- sabía qué son las ETS y cómo se contagian, pero desconocían los tratamientos.
Cambar exhorta a las madres, padres, personas a cargo o figuras de autoridad para que orienten a los jóvenes. «Ninguno debe negarse a saber que su hija, por ejemplo, desde que tiene la menarquia ya puede empezar a tener relaciones sexuales, igual en los varones. A los adultos wayuu debemos involucrarles para conversar con ellos. Hemos planteado la necesidad de hacer abordaje con líderes y lideresas de comunidad, voceros; pero, tampoco se logra un control general de la comunidad. Yo creo que en la familia siempre hay alguien, alguna autoridad a quien se le atiende, se le escucha».
Pero en la sociedad wayuu la sexualidad es un tema muy cerrado, asegura la sabedora Neima Paz, quien, también, reconoce que los tabúes causan daños, sobre todo, a las majayut -término, en lengua wayuunaiki, que se le da a la adolescente que ya vio su primera menstruación y que ya está lista, biológicamente, para crear y dar vida-.
En «encierro» -ritual wayuu que practica la abuela con la nieta cuando le viene la primera menstruación- la orientación de la anciana sabedora es vital para la jovencita, pues no sólo es un tiempo de recogimiento, baño y corte de cabello como símbolos de la transición de niña a mujer; sino espacios de aprendizaje para la vida como el autocuidado.
«Hay algo muy lindo que escribe mi papá -el docente, sabedor, investigador y lingüista wayuu, Ramón Paz Ipuana- en su texto, Ale´eya: cuando la muchacha está en el ‘encierro’, hay unas palabras que la abuela le dice a la majayut: ‘Hija mía, quiero que seas buena, juiciosa. Que tengas un corazón limpio, portadora de grandes beneficios’. La limpia, la baña para que su cuerpo no despida malos olores, para que se embellezca. Y dice: ‘para que tu alma aprenda a temer lo malo. Recuérdalo, no lo olvides. Esta agua enfriará el ánimo de los hombres ávidos’. Es decir, purificar a una joven para que no entre en la promiscuidad que trae, como consecuencia, las enfermedades de transmisión sexual».
El contexto
Desde la perspectiva wayuu, ese sería el ideal; pero, la realidad es que la mayoría de las adolescentes y jóvenes que habitan en comunidades del eje fronterizo es distinta, pues la dinámica de la frontera pauta, en gran medida, la cotidianidad de quienes viven en la Guajira: el comercio, la economía, el flujo de personas, el tráfico vehicular, el bullicio y un largo etcétera.
Entre agosto de 2015 y septiembre de 2022, el tránsito de vehículos en la frontera colombo-venezolana estuvo cerrado por decisión de Nicolás Maduro. En este tiempo, el país llegó a una crisis humanitaria compleja por la que más de ocho millones de venezolanos migraron, en su mayoría, en condiciones muy vulnerables, para buscar una mejor calidad de vida para sus familias. Entre ellos muchas mujeres cabeza de hogar y jóvenes indígenas wayuu.
La invisibilidad de las realidades que enfrentan adolescentes y jóvenes indígenas wayuu, porque viven en comunidades aisladas -muchas sin servicios básicos- y expuestos a cualquier tipo de vulneración de derechos: en su mayoría, conviven sólo con la mamá y su pareja que no es el padre, o en entornos de violencia física y sexual por parte de hombres que también son familia -tíos, primos-.
Desde hace dos años y cinco meses que se activó el comercio informal con la reapertura de la frontera, se ha visto que tanto colombianos como venezolanos e indígenas wayuu han construido un comercio ilegal en la Guajira, como locales nocturnos que abren de jueves a sábado, donde adolescentes y jóvenes wayuu son quienes prestan el servicio sexual.
Igual, sucede en Maicao -del lado colombiano-: en el casco central, hay mujeres wayuu y migrantes venezolanas, de 18 a 20 años, contagiadas de VIH, ya que habitan en entornos de explotación sexual como estaderos -bares- o billares, precisó un vocero de la Fundación Waleker. «Pero, no sólo de VIH; sino, también, del Virus del Papiloma Humano (VPH) y herpes».
Hospital II Binacional de Paraguaipoa Dr. José Leonardo Fernández, ubicado en el municipio Guajira.
La fuente, quien por razones de seguridad opta por el anonimato, explicó que en comunidades fronterizas como Paraguaipoa y Guarero hay familias enteras contagiadas de VIH, bien sea por sus parejas que retornaron, por el abuso sexual por parte de algún pariente o por la poligamia que practica el hombre wayuu. Estas personas contagiadas por VIH, por lo general, son diagnosticadas del lado colombiano, bien sea por la Fundación Waleker, el Hospital San José de Maicao o la organización de cooperación internacional AHF; pero, no todas se comprometen con su seguimiento médico y su tratamiento.
«Como ciudadanos binacionales que son los wayuu y que van y vienen de un país a otro, es muy difícil tener el control, porque regresan a sus comunidades en Venezuela y, aquí, no se han hecho control. Está planteado, epidemiológicamente, la necesidad de colocar un punto de atención en la frontera, en Paraguachón del lado nuestro», puntualiza Cambar.
Venciendo las barreras
Debajo de la enramada está un telar, donde la abuelita teje un chinchorro rojo con morado para luego venderlo y tener algo con qué subsistir. Y, ahí, debajo de la sombra también está Juan, sonriente, callado, expectante.
Tiene 15 años y es portador del VIH. Lo absorbió en el canal de parto, pues su mamá también tenía el virus y se dio cuenta, justamente, antes de dar a luz. A ella la contagió su marido, quien lo adquirió, mientras trabajaba en el Oriente venezolano, al otro extremo del país.
Los días de Juan comienzan cuando se asoma el sol y terminan al oscurecer el cielo. Entretanto, anda en su bicicleta por la sabana de su comunidad en la Guajira venezolana. No recuerda la última vez que fue a Paraguaipoa o a Maracaibo. Tampoco ha ido a la escuela: no sabe leer ni escribir, sumar ni restar… Trata sólo a los niños, niñas y adolescentes que viven cerca de su casa de tabla y yotojoro -fibra vegetal wayuu parecida a la palma-.
Sus ojos amarillentos y los párpados hundidos indican que no está del todo bien. Eso refuerza su delgadez por la mala nutrición: a veces, come pescado, yuca o topocho; pero, por lo general, come arroz y toma chicha de maíz, propia del pueblo wayuu.
Juan tiene un año sin recibir el retroviral. «Cuando me tomo la pastillita me siento mejor», asegura. Su abuela cuenta que él está inscrito en un programa en el Hospital de El Moján, ubicado en el municipio Mara perteneciente a la subregión Guajira del estado Zulia, Venezuela. Pero, no tienen los recursos para movilizarse hasta allá.
Ella no le permite salir. Aunque ambos saben que tiene una enfermedad, desconocen su magnitud. «Yo prefiero cuidarlo y que nos quedemos tranquilitos aquí», expresa la señora en su poco español.
En Maicao hay mujeres wayuu y migrantes venezolanas contagiadas de VIH, que se encuentran en entornos de explotación sexual.
Con el apoyo del proyecto Narrar Fronteras y de la Red de Periodistas Venezolanas se articuló con la Fundación Waleker y Juan viajó, a principio de febrero, a Maicao, donde lo regularizaron mediante el Registro Único de Migrantes Venezolanos (RUMV) y está a la espera de su Permiso de Protección Temporal (PPT) para ingresarlo en el sistema de salud colombiano y asegurarle su retroviral mensualmente.
Así, como la Fundación Waleker también AHF brinda atención a la población seropositiva que habita en el eje Guajira de la frontera colombo-venezolana. Andrea Molina, representante de AHF Colombia en La Guajira AHF, informó que la organización abrirá un Centro Wellness en Maicao. «Son espacios diseñados para brindar atención inmediata a toda la población en casos de VIH e infecciones de transmisión sexual, pues se ha incrementado la población pendular».
Funcionarán a tiempo completo, de 7:00 a. m. a 6:00 p. m., todos los días. Se proyecta su apertura para el mes de marzo; sin embargo, debido a la situación actual, es posible que haya retrasos. Este Wellness estará ubicado en la Cruz Roja de Maicao, punto estratégico para brindar una atención integral a las personas contagiadas: desde asesoría jurídica hasta atención psicosocial.
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Escucha el podcast realizado por Ana Karolina Mendoza y Ayleen Fernández:
Las redes sociales nunca han sido perfectas, pero no cabe duda de que, en los últimos meses, se han convertido en una extensión más de la manosfera. Así se le conoce a ese lado oscuro, antes semi-escondido, de la web 2.0 en donde la hostilidad hacia las mujeres y la misoginia son la regla, y depredadores sexuales como Andrew Tate son personajes venerados.
La primera red social en caer en este agujero negro fue X, ante conocida como Twitter, después de que Elon Musk la comprara en 2022 usando (cómo no) tácticas de mercado agresivas y éticamente cuestionables. En uno de sus primeros movimientos como principal accionista de X, el hombre más rico del mundo despidió a casi la mitad de su personal, incluyendo a los equipos responsables de diseñar políticas para proteger los derechos humanos, garantizar la accesibilidad de la plataforma para personas con discapacidad y mitigar los posibles sesgos y daños facilitados por su tecnología. Desde entonces, X se ha convertido en un hervidero de desinformación y mensajes de odio, amplificados por algoritmos supuestamente diseñados para promover la “libertad de expresión” pero claramente impregnados de sesgos que atentan contra los derechos humanos y la democracia.
Más recientemente, Meta le siguió los pasos tras emplear una serie de cambios en sus políticas que abren la puerta para que sus usuarios difundan contenido abiertamente discriminatorio y deshumanizante. Ahora no hay que sorprenderse si usuarios de Facebook, Instagram o Threads comparan a las personas con objetos inanimados, suciedad y enfermedades como el cáncer. Tampoco se molesten en reportar a los usuarios que llamen “enfermos mentales” a homosexuales o personas trans, ni tampoco a quienes consideren a las mujeres como “propiedad”.
Todos los intolerantes y misóginos son bienvenidos en el reino de Mark Zuckerberg, quien no solo ha adoptado una estética que parece un extraño cruce entre tech-bro y rappero gen Z en un intento desesperado por encajar en nuevos paradigmas, sino que ahora también aboga por celebrar la “energía masculina” y la “agresión” en las empresas de tecnología. Como si en Silicon Valley, donde las mujeres siguen siendo una minoría y ganan, en promedio, un 16 % menos que sus colegas hombres, alguna de esas dos cosas estuviera en peligro de extinción.
¿Dónde quedan los feminismos?
No sorprende a nadie que este completo abandono a cualquier pretensión de corrección política ha tenido un impacto especialmente duro contra las mujeres y las causas feministas. Por ejemplo, en un estudio reciente en Estados Unidos, la mayoría de las personas concuerda que el contenido de las redes sociales afecta negativamente más a las mujeres que a los hombres en áreas como la imagen corporal, el estilo de vida y la autoestima.
Por si fuera poco, las plataformas de Meta restringieron recientemente la visibilidad del contenido con etiquetas relacionadas con los derechos de las personas LGBTQ+, medida que afectó especialmente a los adolescentes. El New York Times, también reportó que Instagram y Facebook bloquearon y ocultaron publicaciones de proveedores de píldoras abortivas, una práctica que se intensificó tras la investidura de Donald Trump. Cabe destacar que Zuckerberg, Musk y otros ultra ricos de la tecnología, como Jeff Bezos y Sundar Pichai, estuvieron en primera fila durante la ceremonia inaugural del magnate, después de desembolsar millones de dólares para financiar este pomposo evento.
En Venezuela, el panorama se complica aún más, considerando que algunas de las redes sociales más populares, incluyendo TikTok y X, enfrentan sofisticados bloqueos que no solo restringen la libertad de expresión y el acceso a la información, sino que también imponen barreras adicionales para que activistas feministas y LGBTIQ+ puedan movilizar sus causas, denunciar injusticias e informar a sus comunidades.
Este contexto desalentador parece advertirnos que han quedado atrás los días en que movimientos como #MeToo, #NiUnaMenos y otras campañas feministas y progresistas encontraban en las redes sociales un terreno fértil para crecer y movilizar cambios sociales. Probablemente, Audri Lorde siempre ha tenido razón: Las herramientas del amo difícilmente nos servirán para desmantelar la casa del amo.
¿Aún quedan rincones seguros en Internet para quienes apoyamos las causas progresistas?
Resulta más urgente que nunca preguntarnos si la web 2.0 aún puede ofrecernos espacios seguros donde las personas interesadas en generar cambios podamos reagruparnos, comprender lo que está sucediendo en el mundo, desahogar frustraciones y, sobre todo, encontrar nuevas formas de movilización. Si no existen, entonces también cabe preguntarnos cómo podemos crear estos espacios para que no vengan sesgados por default en nuestra contra.
Por ahora, no parece haber respuestas claras a estas preguntas, pero algunas ventanas están abriéndose en plataformas alternativas, como Bluesky, una red social que nos recuerda a los inicios de Twitter, liderada por la joven Jay Graber. Como actual CEO, Graber desafía las tendencias dominantes al apostar por un modelo abierto y descentralizado que busca devolver a los usuarios el control sobre el contenido que consumen y sus datos personales. Este enfoque contrasta radicalmente con los algoritmos sesgados de las plataformas más populares, que no solo han erosionado el pensamiento crítico de muchos, sino que también han vendido al mejor postor la información privada de los usuarios para manipular sus opiniones políticas y hábitos de consumo (¿alo, Cambridge Analytica?). Aquí hemos encontrado refugio en los últimos meses miles de activistas, periodistas, académicos y personas críticas del status quo y hartas de los excesos de Musk.
Otra opción que poco a poco está creciendo en popularidad entre personas desesperadas por crear comunidad e informarse, lejos de la toxicidad de X, Instagram y Facebook, es Substack. Esta es una plataforma especialmente diseñada para bloggeros y creadores de newsletters que encontraron aquí un sistema para construir nuevas maneras de conectar con audiencias más alineadas a sus intereses y gestionar el contenido a través de suscripciones gratuitas o pagas.
Aunque Substack no está libre de intolerancia y contenido polarizante, aquí los usuarios tienen más poder de decidir qué publicar y cómo hacerlo, sin someterse al yugo de algoritmos que prioricen ciertos temas sobre otros. Lo más atractivo para muchos usuarios es también la posibilidad de construir una comunidad “íntima” y comprometida con los mismos valores y causas. En otras palabras, ofrece la oportunidad de construir pequeños oasis progresistas en medio de un ecosistema mediático cada vez más desalentador.
Sin embargo, aún está por verse si Bluesky, Substack u otras plataformas alternativas podrán darle la vuelta a las tendencias dañinas y reaccionarias que están promoviendo Musk, Zuckerberg y otros desesperados por ser parte de ese patético club de “bad boys”, demasiado ricos para el bien de la humanidad. A veces, me cuesta creer que la Internet podrá cumplir su promesa originaria de ser una herramienta para democratizar el mundo y lograr un futuro utópico. Parece que no podemos tener cosas lindas sin que el capitalismo y el patriarcado vengan a envenenarlo todo.
Tal vez, la respuesta está en hacer un esfuerzo por desvirtualizar nuestras vidas y relaciones, al menos hasta donde se pueda. De apagar el teléfono por un rato para volver a las tertulias en los cafés, los clubes de lectura o la movilización comunitaria. Quizás, en esos espacios, después de compartir un café y un abrazo, podremos volver a entendernos, encontrar puntos comunes y movilizar esfuerzos para resolver los problemas que amenazan la humanidad (la falta de derechos de las mujeres, personas racializadas y LGBTIQ+, el cambio climático, el colonialismo, la desigualdad económica, la violencia y la intolerancia… la lista es larga).
Creada por La Red de Periodistas Venezolanas (RDPV) a mediados de 2024, Redsonadoras.com emerge como una comunidad digital dedicada a la difusión de contenidos, historias e iniciativas que resuenen como un grito colectivo para impulsar el periodismo feminista en el país y la región.
Con una línea editorial independiente, este espacio se centra en la promoción del periodismo con perspectiva de género y una visión transversal de la inclusión. Este medio ofrece un espacio seguro donde las mujeres de todas las comunidades y colectivos sociales pueden informarse y expresarse, con contenidos creados con respeto, ética y sensibilidad social.
Desafíos y logros de mujeres y periodistas
Redsonadoras.com se reconoce también como divulgadora del activismo en derechos humanos y defensora de los derechos de las mujeres, niñas y adolescentes. La plataforma publica una variedad de contenidos, incluyendo aprendizajes clave de las formaciones ofrecidas por la RDPV, productos de programas de becas, y artículos de otros medios aliados. Estas notas y reportajes se enfocan en los desafíos y logros de las mujeres y periodistas venezolanas.
Ante un panorama mediático donde muchos medios tradicionales en Venezuela continúan cosificando y descalificando a las mujeres, Redsonadoras.com demuestra que es posible adoptar un periodismo más respetuoso, empático y riguroso en la cobertura de situaciones que afectan a la mitad de la población mundial.
El objetivo a largo plazo de esta plataforma es consolidarse como el principal medio feminista en Venezuela, lograr alcance nacional e internacional y ampliar la resonancia de la labor de las periodistas venezolanas y latinoamericanas al tejer nuevas redes sororas y significativas en la región.
Cuatro fructíferos años de la RDPV
Desde su fundación en junio de 2020, la RDPV ha crecido para incluir a más de 260 mujeres periodistas que trabajan en diversos medios y organizaciones. La Red fue impulsada inicialmente por María Laura Chang y Estefanía Reyes, quienes convocaron a colegas y amigas para crear un espacio de conexión y colaboración en medio de la pandemia.
Entre sus iniciativas más destacadas se encuentra el Informe sobre Acoso Sexual contra periodistas en Venezuela, que visibilizó una problemática silenciada. En sus hallazgos se expuso una realidad conocida por muchas personas de los medios, pero que permanecía en la sombra, queriendo normalizarse para comodidad de los agresores.
El Bootcamp “Género en Foco” fue otro proyecto clave, proporcionando un espacio para el debate y aprendizaje sobre temas urgentes como el antirracismo, las crisis ambientales y los derechos humanos. Este evento presencial en Caracas combinó sesiones in situ y virtuales para maximizar su alcance y efectividad, al incluir a la mayoría de las miembras de la RDPV.
La campaña #LasPalabrasImportan, en colaboración con la Agencia de las Naciones Unidas para la Salud Sexual y Reproductiva en Venezuela y al Fondo para la Población de Naciones Unidas (UNFPA), se dedicó al activismo para erradicar la violencia contra la mujer.
Desarrollada en un marco de 16 días de activismo en redes sociales, esta campaña se enfoca en sensibilizar sobre la importancia del lenguaje y la forma en que se informa sobre la violencia de género.
Programas de Becas “Redsonadoras” y “Narrar Fronteras”
Además, los programas de becas como “Redsonadoras” y “Narrar Fronteras“, con convocatorias abiertas y sesiones de formación, han apoyado la producción de contenidos periodísticos que abordan temas de justicia de género, diversidad e inclusión, así como las complejas realidades de las zonas fronterizas.
Estos programas han proporcionado financiamiento y formación a periodistas y activistas, fortaleciendo la cobertura de temas cruciales en regiones marginalizadas.
La RDPV continúa su compromiso de transformar el periodismo venezolano, mostrando que es posible un enfoque más respetuoso y empático hacia las mujeres en los medios, y aspirando a consolidarse como referencia de periodismo feminista en Venezuela.
Crisleida Porras, periodista y editora de Redsonadoras.com, representó a la RDPV en el curso “Narrativas que tejen igualdad: Género, medios y periodismo” organizado por UNFPA en Venezuela. Tras detallar los objetivos de la Red y los proyectos realizados, resaltó que “este no es solo un recuento de metas alcanzadas. Al presentarles esta iniciativa hoy, queremos invitar a las participantes de este taller a inspirarse y hacer realidad sus proyectos periodísticos”.
Añadió que lograr estas metas implica grandes sacrificios personales y profesionales, así como enfrentar desafíos particulares del contexto que significa hacer periodismo independiente en Venezuela. Pero no por ello es imposible y la RDPV existe como prueba irrefutable.
Solo el 3% de las mujeres venezolanas puede cubrir la canasta básica. Así quedó reflejado en el el informe “La violencia en femenino. El libro violeta de la represión en Venezuela”. Una investigación realizada para ofrecer un análisis con perspectiva de género de las complejas circunstancias que atraviesan las niñas, adolescentes y adultas en el país.
Y también por los hechos de violencia, represión y persecución en contra de la población venezolana entre el 29 de julio y mediados de noviembre de 2024. Este documento fue elaborado por organizaciones feministas integrantes del grupo Derechos Humanos Venezuela en Movimiento.
Por seguir latente el riesgo de represalias hacia las organizaciones, así como para las personas con vocería en estos temas que decidieron participar en este estudio, las autoras eligieron resguardar sus identidades. Por estas razones, el informe no atribuye ni identifica ningún dato, a excepción de aquellos extraídos de informes de organismos internacionales.
¿Cómo están los derechos humanos de las mujeres en Venezuela?
Según HumVenezuela, para 2024, casi el 13% de los niños, niñas y adolescentes (NNA) no asisten regularmente a la escuela. La situación afecta especialmente a niñas y adolescentes, quienes son más propensas a abandonar sus estudios para asumir tareas de cuidado, exponiéndose a riesgos como el embarazo precoz, cuya tasa en Venezuela casi duplica el promedio regional, ubicándose en 97,7 por cada mil niñas y mujeres de entre 15 y 19 años.
La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2023 refleja que la participación económica femenina es baja (37.3%). Mientras que estudios de Equilibrium CenDe destacan que el 75% de las mujeres tienen ingresos menores a USD $ 200. Esta organización es la que informa que solo el 3% puede cubrir la canasta básica.
Entre enero y septiembre de 2024, una organización documentó 127 femicidios consumados y 51 frustrados. En el mismo periodo, se registraron 68 acciones femicidas contra venezolanas en el exterior, reflejo de la vulnerabilidad exacerbada a la que se exponen las mujeres venezolanas en el contexto de movilidad humana.
Las mujeres de la población LBTIQ+ continúan enfrentando discriminación institucionalizada, exclusión social y vulnerabilidad extrema. Persisten actos de violencia y discursos de odio, con 29 incidentes documentados entre 2023 y 2024.
Otro grupo en especial situación de vulnerabilidad son las mujeres reclusas. El Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF), único centro exclusivo para mujeres, sufre un hacinamiento del 185,71%. Las presas políticas allí recluidas padecen castigos adicionales, incluyendo aislamiento y restricciones en visitas y atención médica, evidenciando una discriminación particular.
En 2024, las inhabilitaciones por vía administrativa, práctica condenada por mecanismos internacionales, tienen en María Corina Machado su caso más notable. A la ganadora de las primarias de la Plataforma Unitaria no le fue permitido inscribirse como candidata. La candidatura de Corina Yoris, designada por Machado para representarla, no fue aceptada por el sistema de inscripción del Consejo Nacional Electoral (CNE). Esto resultó en una total ausencia de candidatas mujeres en el tarjetón electoral.
“Te amo hijo, no te abandonaré nunca”
El aumento de la violencia política de género se ha puesto de manifiesto tras las elecciones. De las mil 848 personas detenidas reportadas en el contexto de las protestas poselectorales, al menos 246 son mujeres, incluyendo a 28 niñas.
Las mujeres y niñas detenidas son especialmente vulnerables a ser víctimas de violencia de género, especialmente violencia sexual. En este sentido, la Misión de Determinación de los Hechos investigó 11 casos, que incluyeron amenazas de violación y otros actos de violencia sexual. La mayoría de los cuales fueron perpetrados por funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y la Dirección General de Inteligencia Militar (Dgcim).
Entre el 7 y el 8 de noviembre de 2024, familiares de los presos políticos realizaron una vigilia a las afueras de la cárcel de Tocorón. “Te amo hijo, no te abandonaré nunca” se escucha decir a una de las madres.
Pese al riesgo que supone para estas mujeres la búsqueda de justicia, ellas siguen siendo protagonistas de las acciones de exigibilidad, ejerciendo, incluso en las peores condiciones y en detrimento de otras personas a su cargo y de sí mismas, el rol de cuidadoras. Pese a este sacrificio, no son reconocidas como víctimas, y su sufrimiento queda invisibilizado.
El espacio cívico y los desafíos diferenciados para organizaciones de mujeres
Lideresas entrevistadas aseguran que su seguridad y la de sus familiares está amenazada y enfrentan el dilema de resguardarse o continuar con su labor. Su salud mental se ha afectado. “Comencé a tomar ansiolíticos. No hay virtud en el sufrimiento”, dijo una de ellas.
Estas mujeres están expuestas a campañas de desprestigio, ataques en redes sociales y amenazas. Por ello han disminuido las actividades presenciales y evalúan constantemente las estrategias para minimizar riesgos, adoptando incluso la autocensura como medida de protección.
Enfrentan además dificultades para garantizar la sostenibilidad de sus iniciativas, pues las opciones de financiamiento local son casi inexistentes y las internacionales son limitadas. A pesar de este panorama, siguen luchando para mantener las organizaciones activas. “En total, cerca de 200 mujeres se verían impactadas si dejamos de trabajar. ¿Cómo hacemos para dejarlas solas? No podemos”, aseguró una de las entrevistadas.
“Mamá, te van a llevar presa”
Que dejen o modifiquen su activismo político es una solicitud recurrente que le hace su entorno cercano a las lideresas políticas. Una encuesta realizada a 11 de ellas arrojó que 50% de las encuestadas ha sido blanco de ataques sexistas.
Mientras que 91% ha sido testigo de ataques y hostigamientos a otras mujeres lideresas. Reducir su visibilidad pública ha sido una de las estrategias empleadas para minimizar los riesgos.
A pesar de estos desafíos, 55% ha fortalecido sus relaciones de confianza con otras mujeres políticas y 91% está dispuesta a colaborar con otras lideresas.
Resiliencia y resistencia
Las organizaciones de mujeres y lideresas políticas han sido blanco específico de represión y sienten en primera línea los efectos del cierre del espacio cívico, lo que limita su capacidad para articular respuestas.
A pesar de ello, continúan desempeñando un papel clave de salvaguarda del espacio cívico, construyendo espacios de solidaridad frente a un entorno hostil.
El reconocimiento del papel central de las mujeres en la lucha por la justicia y los derechos humanos es indispensable para avanzar hacia una comprensión integral de la crisis venezolana. La resiliencia y resistencia de las mujeres es un eje crucial para la reconstrucción del tejido social y la búsqueda de una sociedad más justa e inclusiva.
Lee el informe completo “El libro violeta de la represión en Venezuela” aquí:
Nota originalmente redactada por organizaciones feministas del grupo Derechos Humanos Venezuela en Movimiento. Ajustada y republicada en Redsonadoras.com con autorización de las autoras.
Cuando Sheyla Urdaneta empezó a indagar sobre la historia de Kenni Finol, una joven zuliana asesinada en 2018 en México, su carrera dio un giro inesperado. Sus primeros hallazgos del caso como periodista del medio venezolano El Pitazo ampliaron su mirada y se convirtieron en el punto de partida de una galardonada investigación, que sirvió de inspiración para una serie documental sobre la trata de mujeres con fines de explotación sexual, en la cual tuvo un papel crucial: “El Portal: la historia oculta de Zona Divas”, estrenada en Netflix en septiembre de 2024.
“Mujeres en la vitrina: migración en manos de la trata”, el trabajo en el que participó desde El Pitazo en alianza con otros dos medios venezolanos (Tal Cual y Runrunes) y tres medios mexicanos (Pie de Página, Fusión y Enjambre Digital), recibió el Premio Gabo en la categoría Innovación en 2019. Pero más allá del reconocimiento internacional, la principal recompensa para Urdaneta fue la posibilidad de “desaprender para aprender” a mirar de una manera más crítica las historias, especialmente cuando las víctimas son mujeres.
“Ese trabajo fue para mí un antes y un después como periodista. En ese momento yo comencé a interesarme, a preocuparme, a querer hacer periodismo con perspectiva de género. Por primera vez tuve una editora de género a la que le agradezco que haya sido un parteaguas en mi vida como periodista. Ella es Lydiette Carrión, escritora del libro ‘La Fosa de Agua’, una periodista mexicana que admiro muchísimo”, cuenta Urdaneta en entrevista con Redsonadoras.
Dos años después de aquella investigación —que mostró a través de un portal espejo, una canción y una obra de teatro los vínculos entre la migración y la trata de personas con fines de explotación sexual en torno a la web Zona Divas—, Urdaneta se unió a un equipo liderado por mujeres por interés de la productora Mezcla, cuya directora, Laura Woldenberg, tenía la idea de continuar el trabajo iniciado en “Mujeres en la vitrina” desde el premio de 2019.
“Ella vio ahí, como dicen en periodismo de investigación, ‘la cola de la rata’ para jalar y seguir investigando. Entonces, en noviembre de 2021 me contacta un periodista que había trabajado también en ‘Mujeres en la vitrina’ y me pregunta si me quiero unir a este equipo. Obviamente, acepté. Yo trabajé en la investigación de todo lo que tiene que ver con Venezuela, junto a un equipo de investigación liderado por quien yo considero una de las mejores periodistas de investigación que tiene México: Karla Casillas”, añade la periodista egresada de la Universidad del Zulia.
Tres años de trabajo minucioso con equipos en México, Venezuela y Argentina les permitieron producir la serie documental “El Portal: la historia oculta de Zona Divas”. Sus cuatro capítulos profundizan en las historias detrás de los asesinatos de Kenni Finol, Génesis Gibson, Andreína Escalona y Wendy de Lima, todas venezolanas, y de Karen Grodzinski, de nacionalidad argentina, quienes llegaron a aparecer en Zona Divas, una página que anunciaba trabajadoras sexuales.
Continuar la recopilación de información, mantener contacto con las familias, ganarse la confianza de las madres y hermanas de las víctimas fueron las principales tareas de Urdaneta en el proyecto. “Quisimos contar esta historia desde quienes sufrieron y desde quienes las amaron: voltear la mirada de esta historia, que había sonado mucho y que había tenido como foco el trabajo sexual, la trata y también los feminicidios, hacia estas víctimas y hacia quienes las amaron, conocerlas a ellas desde todo lo que sufrieron. Que pudiera ser contada desde quienes sobreviven a las mujeres que fueron víctimas de feminicidio y sobre quiénes fueron ellas fue lo más valioso”, expresa.
Para ella, explicar a las familias la intención del equipo de humanizar y abordar cada historia desde el respeto, desde sus vulnerabilidades, desde las causas de su migración y desde los hilos que las conectan —sin caer en el sensacionalismo o en la revictimización—, fue fundamental para poder realizar la serie.
“Hay una historia de vulnerabilidad detrás que te la dan los países, en este caso Venezuela, y en el caso de Argentina con la otra chica relacionada al caso Zona Divas, pero principalmente Venezuela porque ellas terminaron saliendo de su país justo en los años de la crisis económica”, agrega. “La crisis por la que estaban pasando las conecta. Ayudar a sus familias las conecta. Vivir esta situación terrible de trata las conecta. Zona Divas las conecta. Y también sus asesinatos, sus feminicidios”.
Entre riesgos y agradecimientos
Tras 21 años de trabajo en el medio La Verdad en Maracaibo, la ciudad que la vio nacer en 1974, Sheyla Urdaneta Mercado ha sido corresponsal en el Zulia, coordinadora de corresponsales y jefa de investigación en El Pitazo, medio al que se unió en 2015 y donde actualmente se desempeña como jefa de información y consultora de género. Además colabora con The New York Times y ha publicado en medios como The Guardian y agencias como AP.
Las violaciones a los derechos humanos, los casos de trata y las historias de mujeres que ayudan, atienden, acompañan y defienden a otras mujeres son los principales temas que le apasionan y que quiere visibilizar.
“Los temas de género son los que siempre quiero contar”, dice. “Y yo creo que es importante aplicar la perspectiva de género en todos los trabajos. Desde El Pitazo apuesto siempre a que sea un trabajo transversal, que atraviese todas las fuentes. En el caso Zona Divas es necesario sobre todo porque se revictimiza mucho a la mujer que es trabajadora sexual y no se termina contando qué cosas hay detrás”. Pero abordar aquellos temas que la inspiran también la ha expuesto a riesgos y le ha dejado huellas a nivel personal y profesional.
Una cobertura en la Sierra de Perijá, en la frontera entre Venezuela y Colombia, la llevó a estar detenida durante unas diez horas en marzo de 2020. Otros trabajos le trajeron amenazas y la llevaron a resguardarse por períodos. Tras acceder a los expedientes durante la producción de la serie, su equipo descubrió —con indignación y con miedo— que el jefe del portal Zona Divas seguía en libertad.
“Te queda un dolor en el cuerpo, y no lo identificas en el fragor de la investigación sino luego cuando escuchas a sus familiares, cuando vuelves sobre eso que investigaste y eso que te contaron. Además la convocatoria de esta investigación llegó para mí en un momento dolorosísimo porque comenzó en noviembre de 2021 y justo en junio de ese año murió mi mamá por covid-19. Pero a mí el periodismo me ha salvado siempre”, destaca.
Las experiencias que acumula la han llevado a tomar con menor ligereza cualquier indicio de amenaza y a seguir con seriedad los protocolos de seguridad individual y grupal.
A ella y al equipo de la serie documental también les interesaba la seguridad del público: uno de sus objetivos con el trabajo era lograr que las historias ayudaran a prevenir la trata al brindar señales de alerta, además de relatar cómo algunas mujeres lograron sobrevivir.
Todas las historias que ha podido contar han convertido a Sheyla Urdaneta en una mejor persona y en una mejor profesional, asegura. Siente orgullo de su profesión, de las colegas de su país y de pertenecer a la Red de Periodistas Venezolanas, una iniciativa que considera como “un abrazo seguro” y un soporte que significa acompañamiento, apoyo y desahogo.
“También ha habido un antes y un después desde que el periodismo y las periodistas venezolanas empezamos a ver las historias y los temas con otra perspectiva”, señala. “A las periodistas venezolanas les quiero decir que les agradezco el trabajo que están haciendo”.
El racismo se originó en la época de la colonización y sigue vigente, aunque algunos traten de negarlo. En el país, está presente en la representación cultural y las desigualdades sociales.
“Tú sí eres una negra bonita”.
“Tienes que mejorar la raza”.
“Péinate”.
“Mis nietos serán monitos como tú”.
Estas frases, que algunos asumen como inofensivas, esconden una realidad de la que poco se habla: del racismo en Venezuela. Es estructural, visible y cotidiano, sobre todo para quien lo padece, y está normalizado para quien lo ejerce o ignora la profundidad del problema.
En el país, además, hay un discurso que disfraza el racismo con el clasismo, o lo justifica como “un chiste”.
El racismo es un fenómeno sociopolítico, sociohistórico, producto de una cantidad de experiencias, imágenes, representaciones de ideas alojadas en la conciencia colectiva y que se transforman en acciones concretas, explica Dalai Urbina, profesor de la Universidad Central de Venezuela y del Centro de Saberes Africanos, Americanos y Caribeños.
“Es un fenómeno que nace y se reproduce en la mente, y se transforma en acciones concretas. Tiene una parte tangible y una parte intangible”, dice y agrega que “se trata de una serie de barreras que impiden o generan obstáculos añadidos a las poblaciones racializadas”.
La discriminación racial en Venezuela, advierte la historiadora feminista Niyireé Baptista, tiene sus orígenes en el proceso de colonización y conquista. “Es allí, con la llegada de los españoles a lo que hoy es América, donde comienza el comercio de personas provenientes de lo que actualmente es el continente de África”.
La experta describe que la sociedad española se cimentó como un sistema de castas, en el que el esclavo ocupaba el lugar más bajo de la pirámide. “Sobre esta relación de jerarquía se tejieron una serie de prejuicios como, por ejemplo, que las personas negras no tenían alma, que eran brutas, que se merecían el trabajo de esclavos; algo parecido a lo que pasó con las personas indígenas”.
Esa discriminación racial se impregnó en toda la sociedad, razón por la cual el racismo persiste en el país. “Es un racismo velado, pero sigue existiendo en nuestras formas de expresarnos; la mentalidad colonialista se extendió incluso después de la independencia. Por ejemplo, en Venezuela cuando pensamos en esclavos inmediatamente nos vamos al color de piel”, afirma.
Agrega que el clasismo —entendido como apoyar las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo— tiene un origen étnico. Plantea que una vez que se abolió la esclavitud, las personas negras, así como los indígenas, pasaron a vivir en condiciones de desigualdad e históricamente les ha sido más difícil el acceso a la educación, el empleo, la vivienda, entre otros.
Baptista refiere algunas frases cotidianas que tienen intrínseca esa mentalidad. “La gente dice: ‘es que me negrearon’, o sea, que los trataron como negros de manera despectiva, o ‘somos café con leche’ y ‘hay que mejorar la raza’, porque en la Colonia era muy importante la pureza de la sangre asociada a la nobleza, la honorabilidad”, y la aspiración era que una persona negra se juntara con una persona de un color de piel más claro, para “blanquear” su descendencia.
Sobre el tema, la activista Luzgermary Moreno cuenta cómo el padre de una expareja solía «bromear» con que los hijos de ambos sería «monitos» como ella.
Las fuentes consultadas coinciden que esta realidad de discriminación incide directamente en la dificultad de algunas personas de autopercibirse como afrodescendientes, sus raíces y costumbres ancestrales, y que, incluso, se presente el endorracismo o rechazo racial dentro de un mismo grupo étnico.
En Venezuela, de acuerdo con los resultados del último censo poblacional publicado en 2011 por el Instituto Nacional de Estadística, en la pregunta sobre el autorreconocimiento étnico el 2,9 % dijo ser negra/negro, 0,7 % respondió que se identificaba como afrodescendiente y 51,9 % como morena/moreno.
Representación cultural
El racismo en Venezuela está en todo, insiste la politóloga venezolana Johanna Monagreda, radicada en Brasil, quien pone de ejemplo el contenido que muestra la televisión local.
“Cuando tú ves las novelas, la protagonista, la gran mayoría de las veces, quien es digna de tener una historia contada, es una mujer blanca, un hombre blanco, una familia blanca. Cuando hay personajes negros o indígenas, casi siempre son incluidos a partir de una imagen estereotipada o a partir de la subalternidad o para reproducir imágenes de opresión y de desigualdad, casi siempre tienen trabajos menos valorizados o están en situación de marginalidad, son los malandros o los malos de la historia”, dice.
“La negritud venezolana no es bonita”, dijo, en 1997, Osmel Sousa, entonces presidente de la organización Miss Venezuela y conocido como “el zar de la belleza” en el país. La frase la completó con risas y diciendo que sentía envidia cuando viajaba a Colombia y veía “negras bellas”.
En Venezuela, la cultura de los concursos de belleza está insertada desde hace décadas. El Miss Venezuela comenzó en 1952, pero fue hasta 1998, un año después de las declaraciones de Sousa, cuando fue coronada por primera vez una mujer negra, la modelo Carolina Indriago. En más de 50 años de historia del concurso, sólo cinco mujeres negras han sido las ganadoras del certamen.
El racismo y su afectación diferenciada
La interseccionalidad —un concepto que la abogada afroestadounidense Kimberlé Crenshaw acuñó en 1989— es el estudio de las identidades sociales que se intersectan y sus respectivos sistemas de opresión, dominación o discriminación.
Tomando en cuenta este enfoque, la antropóloga y socióloga Gladys Obelmejías afirma que “las mujeres afro son los sujetos más discriminados en el patriarcado, por su género y por su etnia”.
La experta advierte que el origen de esta discriminación, de nuevo, está en la época colonial, en el que a las mujeres negras “se les otorgó el rol de reproductoras de la esclavitud”, sin contar que era quienes debían ocuparse de los hijos de sus amos por encima del cuidado de sus propios hijos.
Obelmejías agrega que “la hipersexualización de la mujer afro es un elemento de explotación en la actualidad”. Advierte, además, que la colonialidad de la mente se ha nutrido del patriarcado en muchos sentidos, asignándole a las mujeres afro, negras y morenas contenidos de “objetivación utilitarista”.
“Hay mucha sexualización del cuerpo negro. Me pasó fuera del país que era algo exótico mi color de piel y eso estaba relacionado siempre a lo sexual. Entendí que también es una forma de racismo, en la cual los cuerpos negros son cuerpos salvajes, utilizados para el placer”, señala la politóloga y activista Suhey Ochoa.
¿Qué hacer ante el racismo?
Dalai Urbina considera acertadas algunas de las medidas tomadas por el Estado venezolano ante el racismo, como la creación de instituciones que aborden a las poblaciones racializadas o la modernización de las leyes que amparan a las personas víctimas de este fenómeno.
Sin embargo, advierte que aún hay mucho trabajo por delante, como hacer valer los mecanismos institucionales de denuncia, la realización de campañas de concienciación y la transformación del currículo escolar para incorporar estos temas desde edad temprana, entre otros.
Agrega que el Estado también debe impulsar y reconocer que a nivel nacional e internacional tiene una posibilidad de mejorar, generando indicadores, ya que a través de la medición se pueden abordar estos temas de forma más precisa y eso permitiría el intercambio de buenas prácticas con otros países.
Johanna Monagreda coincide en que la escuela debe ser un foco importante para el Estado en cuanto a futuras políticas públicas que combatan el racismo, pues este es un espacio de aprendizaje, no solo académico, en el que los seres humanos hacen vida desde temprana edad.
“La escuela es responsable de la reproducción del pensamiento y acto racista. En la forma en que la educación está siendo pensada, colocan a Europa, la blanquitud, como el centro del saber y el centro del conocimiento y nos ocultan, o no dicen abiertamente, todo el saber que viene desde el continente africano. Entonces uno crece imaginando a África como un continente vacío, un continente sin nada de sensibilización, sin saber. Sólo se nos dice: los negros eran más fuertes y por eso vinieron a trabajar aquí en la tierra”.
Para Monagreda también es importante repensar las sociedades y los gobiernos, con el fin de lograr mejores resultados.
“Es la forma en que nuestra sociedad, como un todo, está organizada y la única forma de combatir el racismo que se presenta en ese nivel, es a través de políticas públicas del Estado. Pero, en general, los gobiernos no tienen una postura firme contra el racismo, porque consideran que tienen un bajo entendimiento de lo que es el racismo, tienden a pensar solamente en burlas racistas o en actitudes puntuales racistas y no piensan en la necesidad de replantearnos y de representarnos como país”.
En 2024, muchas mujeres afro venezolanas todavía enfrentan situaciones racistas, aquí te compartimos algunos de sus historias:
Este texto fue publicado originalmente en Crónica Uno, como parte de las becas Redsonadoras, un programa desarrollado por la Red de Periodistas Venezolanas. Conoce otra de las historias becadas aquí.
En las cumbres de los Andes venezolanos, donde el viento azota con fuerza y la naturaleza se despliega indómita, las mujeres han decidido proteger los páramos. Estos frágiles ecosistemas, que parecen mediar entre el cielo y la tierra, con humedales que absorben el agua de las lluvias, alimentando ríos y lagunas, regulando el clima. Y a su vez, con suelos fértiles y llenos de vida, que alimentan a gran parte del país.
Con una conexión ancestral con la tierra y una visión a largo plazo, agricultoras de Mérida han emergido como líderes comunitarias, capaces de movilizar a otros y generar cambios positivos, frente al cambio climático y la actividad humana que amenazan hoy su existencia.
Dos son las organizaciones sociales ejemplifican este liderazgo femenino que enfrentan el reto de asegurar el agua para las generaciones futuras: el Comité de Riego y Fundación Senderos.
El Comité de Riego, bajo la guía de figuras como Ligia Parra y Raquel Romero, ha sido fundamental en la protección de las microcuencas que abastecen de agua a las comunidades locales, así como en la siembra de agua, una técnica ancestral que revive ecosistemas.
Mientras, por su parte, Fundación Senderos ha innovado en la restauración de suelos degradados a través de la siembra sustentable y el uso del biocarbón, mejorando la capacidad de retención de agua en los suelos.
La participación de las mujeres en el ambiente, y especialmente en la conservación de los páramos, no es casualidad. Históricamente han tenido una relación más estrecha con la naturaleza, debido a sus roles tradicionales en la recolección de agua, alimentos y medicina.
Sin embargo, en el pasado, las mujeres campesinas a menudo veían limitado su liderazgo debido a las responsabilidades domésticas que recaen usualmente sobre ellas, sumado a las estructuras patriarcales que las relegaba a roles secundarios.
No obstante, con el paso del tiempo, el cambio climático, la creciente conciencia sobre la importancia de la sostenibilidad ambiental y la lucha por la igualdad de género han impulsado un cambio significativo. Iniciativas como estas las han empoderado, permitiéndoles desarrollar sus habilidades y tomar un papel más activo en la toma de decisiones comunitarias.
Salvar las microcuencas con un comité de riego
Eran los noventa cuándo Ligia Parra se enfrentó a uno de los desafíos más grandes que marcó su camino como líder en los páramos de Mérida. Siendo comisaria de Ambiente, tenía la misión de salvar la microcuenca que proveía de agua a la comunidad de Misintá, un santuario natural amenazado por la sequía.
Ligia apenas regresaba a Los Andes luego de cerrar un divorcio y dejar su vida en Maracaibo. Pronto había asumido el rol de “comisaria de ambiente” del Comité de Riego, (una asociación comunitaria sin fines de lucro que desde ese período se encarga de resguardar el agua), frente a la Asociación de Coordinadores de Ambiente por los Agricultores de Rangel.
Ligia Parra lideresa del Comité de Riego y sembradora de agua frente a diplomas y reconocimientos que ha obtenido por su trabajo en conservación.
Con la determinación de una exploradora, la comisaria de entonces, decidió supervisar la “agüita de la naciente virgen” a más de 4 mil metros de altura. Así, se adentró al corazón del páramo acompañada por 50 hombres en su primera expedición, luego 80, 100 y hasta 200.
Ligia caminó pendientes, enfrentó inclemencias del clima y prejuicios por su género para lograr el objetivo: Establecer un primer cerco que protegió al humedal del sobrepastoreo.
Un par de semanas después, la comunidad tenía agua de nuevo. “Y ahí empezaron a cambiar las cosas, la gente entendió la importancia de conservar y empezamos a rescatar con amor y humildad, los humedales del municipio Rangel” señala.
En las montañas, la presencia de juncos indica la existencia de un humedal. Allí, dónde pisar se traduce a barro, hay un ecosistema vital para el equilibrio hídrico, con suelos de saturada agua y rica vegetación. Los humedales hacen de estos lugares auténticos reservorios naturales de vida y a su vez, sumideros de carbono.
Según investigaciones mundiales apenas abarcan el 3% de la superficie terrestre del planeta, pero contienen hasta el 30% de todo el carbono retenido en sus suelos, el doble que los bosques del mundo.
Durante los últimos diez años, Mérida (estado que este 2024 decretó públicamente la pérdida del Glaciar Humboldt) también ha tenido que enfrentar el impacto del cambio climático y las consecuencias de factores antropogénicos: La creciente presión demográfica, la ocupación desordenada del territorio y actividades ilegales, que han deteriorado significativamente la calidad del agua en diversas zonas, en su mayoría rurales, amenazando la sostenibilidad y el seguro hídrico una región, que además provee recursos alimentarios para la mayoría del país.
Como agricultores, tenemos una claridad en la situación ambiental que vivimos, la contaminación y por eso hacemos este trabajo porque necesitamos cuidar nuestras aguas que son fuente de vida y producción” comenta el ingeniero y secretario del comité de riego, Rafael Albarrán.
Comunidad de Misintá en el estado Mérida.
Un lenguaje secreto para proteger los humedales
A 3500 metros de altura, la radiación solar incide con intensidad sobre Misintá, lo que hace que su vegetación sea más seca que la de otras sierras del páramo. Es por ello que el trabajo para proteger los humedales debe estar dirigido y es doble.
Para protegerlos, establecen jornadas para impulsar la rehabilitación de microcuenca, mejorar las condiciones del ecosistema, reintroducir especies vegetales que le pertenecen al páramo como los árboles aliso y bambús.
“El que tengamos un espacio para la acción en campo, también es un logro. El que seamos respetadas, lo es”, comenta Raquel Romero, bióloga y ecóloga, egresada de la Universidad de los Andes, actual comisaría ambiental. “Tengo 4 años trabajando con el comité, sin embargo, cuándo voy a la asamblea sé que es aún un espacio muy masculino. Quizá eso desvincula un poco el potencial que algunas mujeres de la comunidad podrían desarrollar en este espacio de recuperación de la naturaleza” concluye.
En el campo, generalmente las mujeres están dedicadas a labores domésticas y el cuidado de la familia. Sin embargo, la participación en otros espacios ha aumentado, particularmente en roles fundamentales como el trabajo comunal y gestión de servicios: Distribución del gas, alimentación, educación y demás. Tomados por la actividad y liderazgo femenino.
“En el ambiente, la mujer tiene un rol fundamental porque hacemos uso del agua a nivel doméstico y lo podemos hacer bien o lo podemos hacer mal. Y también llevamos, transmitimos el mensaje a nuestros hijos. Como madre y esposa soy feliz, pero como mujer, creo debemos entender la importancia de lo que podemos lograr y salir al campo”, continúa afirmando la bióloga.
Raquel Romero, comisaria actual del Comité de Riego sobre las adyacencias de un humedal recuperado en Misintá, estado Mérida.
Los humedales actúan como filtros naturales, capturando los contaminantes de la escorrentía agrícola y evitando así que se contaminen lagos y ríos. Las plantas de ellos, retienen los nutrientes y las sustancias químicas, siendo algún tipo de purificador de agua.
El objetivo de estos resguardos es recuperar paulatinamente el bosque ribereño, aquel que está a orillas de la quebrada. En el 2023 lograron la siembra de al menos 240 árboles, no todos efectivos.
A pesar de ser una comunidad que continúa bajo una cultura machista donde existe aún limitación de roles, desvalorización del conocimiento femenino, estereotipos y prejuicios relacionados a la capacidad de autoridad, la participación en este proyecto de las mujeres ha estado muy presente. Bajo un trato respetuoso de colegas en campo, los agricultores siguen lineamientos de líderes como Ligia Parra y Raquel Romero.
Frente a aquellos espacios dónde la sequía ha permeado, la siembra de agua es otro de los recursos que la comunidad ha buscado. Esta actividad en su mayoría elaborada con grupos de niñas y niños, ha sido otra de las banderas que Ligia Parra lidera.
Con sal marina, coco verde, miel, flores, oraciones y palabras, por 25 años en la Cordillera Andina, la líder ha recuperado 765 humedales en la región, un número confirmado por sus compañeros de trabajo.
“El ritual de la siembra de agua es una práctica ancestral que llevamos a cabo en momentos específicos, como la luna llena. Idealmente, lo realizamos en el tercer, quinto o séptimo día de la fase lunar creciente. Para este ritual, utilizamos cocos que llenamos con sal marina y colocamos en forma de triángulo. Mientras depositamos los cocos, pronunciamos palabras sagradas que han sido transmitidas de generación en generación. Estas palabras son consideradas secretas y solo son compartidas dentro de nuestro círculo más íntimo, ya que creemos que su poder radica en su exclusividad”, comenta.
Un equipo del Comité de Riego en plena actividad de protección y resguardo de humedales en Misintá, estado Mérida.
Aunque al inicio, la comunidad era adversa a esta práctica que consideraban “hippie” hoy lo ven como un conocimiento originario que debe ser transmitido a las personas más jóvenes de la comunidad, algunos de los cuales ya han empezado a practicarlo en sus propios terrenos obteniendo resultados.
“Es lamentable que lo sagrado sea objeto de burlas. Me han llamado ‘bruja’ en la ciudad por realizar este ritual ancestral, pero mi intención es solo conectar con la naturaleza y promover el bien, si es por eso, entonces lo soy. La siembra de agua es un acto de respeto hacia la Madre Tierra. Cargamos de energía positiva y pedimos por la abundancia y el bienestar”, concluye Ligia.
Gestión del agua que garantiza el futuro
Sin embargo, a pesar de los avances que ha presentado la implementación de este comité, la comunidad es consciente de que la crisis hídrica podría acrecentarse en los próximos años, y es por ello que han establecido algunas respuestas prontas a este posible futuro.
De acuerdo con Vladimir Balsa, el director del comité de riego, el mismo está integrado por 142 propietarios y propietarias de tierras, quiénes deben gestionar el suministro de agua en la comunidad respondiendo a los lineamientos del comité de riego.
El sistema además se divide en cinco sectores, cada uno con sus características particulares de acuerdo a la naciente de la que se suministra.
Vladimir Balsa, director del Comité de Riego de Misintá, estado Mérida.
“La distribución del agua se realiza de manera equitativa entre los socios, siguiendo un horario establecido para garantizar el suministro a todos. La comunidad cuenta con diversas fuentes de agua, como la laguna de humo, que se utiliza en épocas de sequía, y también creamos tanques de almacenamiento que garantizan la disponibilidad del recurso”, señala.
El sistema de riego se organiza entonces también en turnos. Hay fincas con horarios fijos, que riegan los sábados, los miércoles y los domingos completos o hasta el mediodía. Otros sectores, siguen un esquema rotativo, recibiendo agua cada 4 días. Y aquel sector que cuenta con menos litros en sus tanques, su turno de riego se asigna cada 7 días y por un tiempo limitado.
Esta situación obliga a los agricultores de este sector a realizar una planificación más cuidadosa para optimizar el uso del agua y evitar escasez en el futuro.
“Decidimos migrar de unas pistolas que tenían un gran gasto de agua a un sistema de bajo consumo de agua, como micro aspersores y ellos nos garantizan que podamos hacer productivo en nuestros terrenos sin gastar tanto el agua”, menciona el ingeniero, Rafael Albarrán.
De acuerdo a un informe de 2024 de la Fundación Agua sin Fronteras, la crisis hídrica de Venezuela, exacerbada por un modelo de desarrollo insostenible, está generando un impacto devastador en la salud pública y la seguridad alimentaria del país.
A pesar de la escasez de agua potable y los bajos rendimientos agrícolas, una porción significativa de las aguas subterráneas se destina al riego, evidenciando una gestión ineficiente.
Agricultores encierran un humedal para protegerlo del pastoreo en Misintá, estado Mérida.
Biocarbón para el páramo: Fundación Senderos
“¿Cómo podemos guardar el agua en nuestros suelos?”, es la pregunta que la doctora Cherry Rojas hace a los niños de las escuelas en los pueblos de algunos páramos de Mérida. Como profesora de Botánica de la Universidad de Los Andes, forma parte de Fundación Senderos y del Jardín Botánico de Mérida. Junto a Daniel Velásquez, ingeniero electricista de Caracas y cofundador del proyecto, encontraron la respuesta en el biocarbón.
Fundación Senderos nace en el 2015. En sus inicios se definió como una fundación interesada en el movimiento de construcción natural a través de tierra en Mérida. Pero con el tiempo, emprendió una misión: recuperar el conocimiento de los pueblos originarios y combinarlo con las últimas tecnologías para crear sistemas agrícolas resilientes y sostenibles, además de garantizar fuentes de energía renovables. Una práctica que permite no solo alimentar a las comunidades, sino también regenerar los ecosistemas y mitigar los efectos del cambio climático.
Daniel Velásquez, cofundador del proyecto, al lado de un horno que permite la producción de biocarbón.
La doctora Rojas explica que cuándo un carbón es visto a través de un microscopio, su estructura porosa lo convierte en una esponja que captura y retiene el agua. Esta agua, protegida de la evaporación, permanece disponible para las plantas durante períodos más prolongados. Además, sus poros albergan bacterias beneficiosas, como las fijadoras de nitrógeno, que enriquecen el suelo con nutrientes esenciales para el crecimiento vegetal.
Al incorporar biocarbón inoculado con bacterias a los suelos agrícolas, este equipo se dio cuenta de que podían mejorar su fertilidad y capacidad para retener agua.
“Nos dimos cuenta de que podíamos reducir la necesidad de fertilizantes sintéticos y optimizar el uso del agua de riego. Además, al prevenir la lixiviación de nutrientes, garantiza una mayor eficiencia en su utilización”, señala.
Biocarbón utilizado para inocular suelos agrícolas producido por la Fundación Senderos en Mérida.
Otro de los problemas que enfrenta el estado es la deforestación de sus bosques prístinos por el uso de estos materiales en energía o cultivos, esto, sumado al incremento de temperaturas, ha generado la necesidad de buscar soluciones para así garantizar el futuro alimentario y la respuesta parece estar en la educación y la investigación.
La Fundación Senderos desarrolla una solución innovadora basada en la producción y uso del biochar. “Todo comenzó con la construcción de estufas de biomasa que, además de proporcionar energía para cocinar, generaban biochar, un carbón vegetal con propiedades excepcionales para mejorar el suelo. Al darnos cuenta del potencial, decidimos enfocarnos en su aplicación en la agricultura, los mejores resultados los hemos obtenido del café”, comenta Daniel Velásquez.
Mujeres, tierra y futuro
Esta iniciativa además decidió crear la Casa Lumbre, una casa comunitaria construida con tierra y técnica plisada, que no está conectada al sistema de alcantarillado tradicional. En su lugar, utiliza un biodigestor que trata el 90% de los patógenos presentes en las aguas residuales.
Posteriormente, esta agua es filtrada a través de un lecho de biocarbón y otros materiales naturales, eliminando cualquier contaminante antes de ser reutilizada para riego. Esta solución protege los ríos y también actualmente sirve como modelo para la comunidad, promoviendo prácticas sostenibles del agua en sus suelos.
En un contexto de crisis climática, el norte de Fundación Senderos se centra en la solución para la vivienda, agua, producción de alimentos y gestión de residuos, por lo que las comunidades se vuelven más resilientes y autosuficientes.
Sin embargo, también estableció una alianza estratégica con la Escuela Campesina Agroecológica La Mucuy, que ya trabajaba en la promoción de sistemas agroforestales y la siembra de café. Juntos, iniciaron un proceso de capacitación y asistencia técnica desde el 2022, en su mayoría liderado por mujeres campesinas.
Mayela Muñoz, habitante de La Isla, parte del proyecto de Fundación Senderos, agricultora y lideresa comunitaria.
Mayela Muñoz es una de esas mujeres. Ella reside en la comunidad La Isla del sector la Mucuy del municipio Santos Marquina. Allí logró perfeccionar sus técnicas agroecológicas. “Yo tengo algunas plantas de café que me fueron donadas y todavía no han dado su primera cosecha porque no le corresponde por el tiempo, pero entonces eso me sirvió de motivación, de inspiración para hacer algo más grande. Entonces, siempre trato que las mujeres, incluso de mi familia, no dependan de nadie, que sean productivas con su comida y vida”, explica.
Antes de que Mayela conociera la iniciativa de la casa Lumbre de Fundación Senderos, ella hacía abono agroecológico con el carbón y los desechos de comida que sobraban en su casa, una mezcla de varios restos orgánicos, como conchas de plátano, naranja, sobrante de las frutas y verduras, llamado comúnmente en la zona como “bocashi”.
La fundación logró trabajar con aproximadamente 12 familias. Seis mujeres fueron líderes de esos hogares que se beneficiaron del proyecto que se llevó a terreno en el 2023 y sembraron 10 mil plantas, aproximadamente, en el sector de la Mucuy y más 8 mil en inmediaciones externas al sector.
Inmediatamente después, un grupo ya más reducido de cuatro mujeres decidió darle continuidad a eso y en este 2024 iniciaron un segundo vivero, en el que se busca incentivar de nuevo el cultivo del café de especialidad comerciable “Mucu y Café”.
Grano de café, parte del cultivo de las líderes comunitarias en cuyos suelos se ha implementado el uso del abono agroecológico del carbón apoyado por Fundación Senderos en el estado Mérida.
La presidenta de la Fundación Jardín Botánico, Zuleima Molina, es una de estas últimas cuatro, una científica que lleva sus conocimientos y técnicas de investigación para aplicarlas en su hogar, una granja sostenible y de agricultura orgánica creada desde hace 24 años.
El enfoque que tiene Molina de hacer su casa un recinto de autosustento de forma agroecológica es fortalecer toda su iniciativa sin usar ningún tipo de químico para tratar el suelo. La cría de animales de la granja tiene un gran objetivo, el cual es producir estiércol controlado para así usar la técnica del biochar aprendida de la mano de Fundación senderos para aplicarla en sus cultivos.
“Llegamos muchas mujeres solas por esas casualidades del destino, del universo que juega así, y cada una pues con esa visión de cuidar el ambiente, de ser amigables con el ambiente, unas íbamos más conectadas con la tierra, otras más a nivel espiritual, otras pero siempre digamos que buscando ese equilibrio con el cosmos, con la tierra, con la gente, con lo social. Y aquí nos quedamos, aquí nos quedamos. Hace 24 años no entra un químico, es un lugar totalmente orgánico, pero cuando digo totalmente orgánico es totalmente orgánico, ni siquiera agroecológico, es orgánico”, reiteró.
Molina es una de las varias mujeres de la comunidad que apostó por seguir realzando el liderazgo de las mujeres por medio de técnicas y costumbres que les permiten perfeccionar sus intereses. En cada una de ellas ha nacido un emprendimiento desde champiñones, setas e incluso bioinsumos.
Actualmente, la doctora tiene una hectárea con 1,500 plantas de café y, a pesar de no estar vinculada con los productores agrícolas debido a la pandemia, logró producir café por su cuenta. Considera que cada vez que planta un árbol, una planta u obtiene algún producto de alguno de sus animales, es como su propio caso de estudio.
Doctora Zuleima Molina, presidenta de la Fundación Jardín Botánico, científica y agricultora agroecológica del estado Mérida.
El agua como un hilo conductor
A través de técnicas sustentables en comunidades como Misintá y la Mucuy se construyen sistemas más resilientes, combinando la agroforestería y cultivos, pero mejorando a su vez, la fertilidad de los suelos.
Así lo determina Isaac Ruiz, consultor internacional de Permacultura tropical, especializado en diseño hidrológico. Para él, quién además está involucrado en proyectos como el de Fundación Senderos, la optimización del uso del agua, que permite ser distribuida a los cultivos, animales y estructuras de manera eficiente, evitan la erosión del suelo, promoviendo la biodiversidad y la adaptación al cambio climático.
“Esto es permacultura, una filosofía que busca crear sistemas agrícolas sostenibles a largo plazo, es fundamental en nuestro trabajo. Al manejar de manera holística el medio ambiente, podemos mejorar la calidad de vida de los campesinos y asegurar la salud de nuestros ecosistemas”, expone.
De acuerdo al último informe de la ONU sobre el desarrollo de los recursos hídricos en el mundo “Agua y prosperidad para la paz” del año 2024, actualmente casi la mitad de la población mundial sufre escasez de agua al menos durante parte del año.
Una cuarta parte de la población mundial se enfrenta a niveles de estrés hídrico extremadamente altos y utiliza más del 80 % de su suministro renovable anual de agua dulce. El futuro entonces parece incierto para la agricultura, un motor socioeconómico clave para el crecimiento sostenible y la seguridad alimentaria.
Isaac Ruiz, especialista en diseño hidrológico y adaptación al cambio climático.
Estos proyectos han generado un gran entusiasmo entre los más jóvenes y las comunidades. Fundación Senderos ha estado en más de seis escuelas con aproximadamente 200 niños, quienes se han convertido en espacios de aprendizaje y experimentación.
Mientras, a la par, mujeres como Ligia y Raquel en sus propias comunidades han llevado el aula a la naturaleza, considerando que respetar la espiritualidad es vital para entender el ciclo de la vida y garantizar la existencia próxima de las nuevas generaciones.
Hija de la comisaria actual del Comité de Riego y aprendiz de siembra de agua en Misintá, estado Mérida.
Este contenido fue realizado como producto periodístico dentro del programa de becas “Redsonadoras”, organizado y desarrollado por la Red de Periodistas Venezolanas (RDPV). Conoce otra de las historias becadas aquí.
La palabra “bruja” ha estado muy presente en mi vida desde que recuerdo. Mis películas favoritas de niña eran en las que existía una poderosa hechicera capaz de ser una con las fuerzas de la naturaleza. Mujeres con conocimientos profundos sobre remedios y pociones capaces de curar hasta la herida más dura y con una sabiduría inaudita sobre los hilos que nos mueven más allá de lo que vemos y sentimos en el mundo físico. Sin embargo, las referencias que me ofreció la industria del entretenimiento distan del concepto de bruja que he compuesto durante años de investigación sobre el tema.
Pensar en brujas quizá nos lleve automáticamente a una mujer físicamente condenada a rasgos más bien diabólicos, sola, generalmente vieja y con intenciones siempre malignas.
Pensar en brujas quizá nos lleve automáticamente a un grupo de mujeres que se reúnen en secreto para copular con el diablo, con un alma vengativa y siempre buscando eliminar a “la más agraciada” de todas.
Pensar en brujas quizá nos lleve automáticamente a una mujer montada en una escoba, recitando canciones con la intención de llamar a los niños para encantarlos y comerlos.
Y no nos culpo. La verdad es que todos creemos saber de qué estamos hablando cuando alguien menciona a las “brujas”.
Hoy tengo una propuesta distinta.
Mi invitación es que cada vez que pienses en una bruja automáticamente evoques la imagen de una mujer —generalmente inocente— condenada a la hoguera por un grupo de hombres, sin ningún respaldo legal que la salvaguardase después de sufrir torturas.
Quiero que cuando vuelvas a leer un “somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar” pienses que la caza de brujas alcanzó su punto álgido al comienzo de la Edad Moderna, aunque se gestó mucho antes cuando a las mujeres se les asociaba con los demonios y herejes.
Me gustaría que cada vez que nos topemos con una romantización —de lo que verdaderamente fue la primera matanza por razones de género en la historia— pensemos en que eso fue posible gracias a una misoginia cocinada a fuego lento, la cual se enraizó en la sociedad y convirtió a las mujeres en las enemigas.
Aunque no exista un consenso general sobre el número total de víctimas durante la caza de brujas —y parte de esa cifra también incluye a hombres acusados de brujería—quiero que, cada año durante estas fechas, recordemos que existió una manual llamado “El martillo de las brujas” en el que se detallaban los métodos de tortura que acabaron con generaciones enteras de familias. Linajes femeninos enteros destruidos por el fuego de la hoguera.
Mi invitación es a que antes de pensar en estas mujeres asesinadas únicamente como transgresoras y poderosas, demos unos pasos hacia atrás y también volvamos a esa época —no tan lejana como quisiéramos— en las que un simple rumor podía condenarte a ti y a tus hijas a un destino en la horca. O a ser consumida por el fuego.
Las razones religiosas que dieron pie inicialmente a la caza de brujas transmutaron a otra cosa. Y sí, aunque en este siglo ya el concepto de Dios no es el eje central de la sociedad —y sabemos que la última persona que fue ajusticiada por practicar brujería en Europa fue Anna Göldi en 1782—, quiero invitarnos a nunca olvidar que hay mujeres y niñas que todavía son asesinadas luego de ser acusadas como brujas en África y nuestra propia región.
Finalmente, te hago una última invitación en forma de pregunta: si el manifiesto “Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar” fue escrito por una mujer española y blanca bajo el seudónimo Tres Voltes Rebel, para hablar sobre la experiencia de ser mujer en sociedades patriarcales y el mito de la bruja como “icono feminista”, ¿en dónde queda la experiencia de las mujeres negras que también mataron por brujería o incluso peor, fueron esclavas?