Centro Zerolo

Un centro comunitario se abre como espacio seguro para derribar estigmas del VIH

El Centro Comunitario Pedro Zerolo nació en la cabeza de Estephany Herrera. Lo soñó como una casa para acoger a quienes viven con VIH, pues cuando a ella misma le llegó el diagnóstico, lo que más recuerda es que esos primeros años fueron muy solitarios.

Sin tener con quién hablarlo, con los miedos propios de una enfermedad tan estigmatizada, el camino se veía poco esperanzador. Sin embargo, ese lugar pasó de la cabeza de Estephany a ser una idea tangible que hoy recibe a decenas de personas que buscan en el arte un refugio para vivir libres de prejuicios. 

“El centro comunitario empieza acá, en mi cabecita, como una idea para comenzar a sentirse como un lugar de protección, un lugar de pares, un lugar de conversación, un lugar de divertimento y de formación”, comenta Herrera, coordinadora del centro, a Redsonadoras.

Como una persona que convive con VIH desde hace 13 años, a Estephany le faltaba alguien con quien conversar o un lugar donde pudiera sentirse libre y acompañada. Y poco a poco junto a amigos y colaboradores este centro comunitario, ubicado al oeste de Caracas, ha dado las pinceladas necesarias para convertirse en lo que se imaginó.

El sueño se materializó gracias a una convocatoria del Gobierno de Las Canarias, en España. Estephany participó, armó el proyecto y resultó ganador. Esto le dio las piernas y los brazos que el centro necesitaba para comenzar a andar en diciembre de 2024 y ser un espacio seguro. 

El centro Zerolo ya empieza a ser testigo de sus primeros milagros: ver cómo las personas llegan siendo tímidas y luego con las clases de actuación notan una evolución, comienzan a hablar en público de forma más natural, se integran a los grupos de apoyo y comparten cosas que en otros lugares sería impensable, por ejemplo, lo tedioso que resulta tener que cumplir diariamente con el tratamiento, lo complejo, lo doloroso, los saberes propios de su experiencia. Para quienes le dan vida al centro el encuentro entre pares es su razón de ser.

Un desierto para las mujeres 

Para Estephany el camino hoy es distinto. En ese sentido, cuenta que no es lo mismo una chica de 20 años con un diagnóstico de VIH, que una mujer de 36. “Uno se va armando, se va empoderando, tiene otras herramientas, uno sabe con quién comunicarse, a dónde ir, a dónde no ir, qué batallas dar, hasta dónde dar esas batallas, entonces eso te va dando también compañía. Y tener formación, insisto, eso te da mucho coraje”, dice.

Para ella la formación ha sido clave, sobre todo, por esas mismas ansias de entender lo que la academia aún no le ha dado. Se hizo enfermera y después cursó un postgrado en Investigación Clínica, luego una maestría en Estudios y Políticas de Género, así como un diplomado en VIH, ITS (Infecciones de Transmisión Sexual) y en educación sexual integral.

A pesar de que el camino para Estephany hoy está más acompañado, a nivel de salud aún hay desiertos, pues señala que en materia sanitaria falta mucho por hacer desde una perspectiva de género.

“Hay unos vacíos tremendos que todavía no han entrado en disputa, hay un camino que todavía no está resuelto, a las mujeres que vivimos con VIH nos tratan por iguales a sabiendas que nuestros cuerpos son distintos a los masculinos, que pasamos por otras hormonas, que pasamos por otros procesos mucho más complejos como son las maternidades. No se nos está investigando, no existen muchas investigaciones”, reprocha. 

Ahora el centro hace una campaña para lograr atraer a más mujeres, pues por ahora la mayoría de sus asistentes son hombres de la comunidad LGBT. Las razones para sus fundadores es que casi siempre detrás de un diagnóstico de una mujer con VIH hay un proceso de violencia, lo que hace que sean mucho más reservadas y tiendan a aislarse.

“Nos cuesta muchísimo que vengan. Nosotros estamos haciendo justo una campaña para ir conociéndolas, pero es un proceso. Hay que llenar la confianza, hay que decir que hay un centro, que hay un lugar seguro, protegido, pero bueno, es un caminito que hay que hacer”, dice Estephany.

El Centro Comunitario Pedro Zerolo sueña ahora con una casa, saben que tomará tiempo y paciencia, pero desde ya la imaginan. 

Por ahora, construye una comunidad que crece y que se apoya, le da trabajo a amigos y activistas y se erige desde el optimismo. Para su fundadora uno puede rescatar desde los lugares y “los lugares también los hace uno” y desde allí se aferra para hacer del centro un espacio seguro, lleno de amor y de esperanza.

Mucho por hacer

Estephany estuvo 13 años en Argentina y desde allá sentía que quería hacer cosas buenas para Venezuela. “Yo tengo que volver a mi país, comenzar a hacer algo, no puede ser que yo me he formado y mi país está como desahuciado, tenía ese sentimiento como de deuda conmigo misma. Entonces dije: si yo hago un proyecto lo tengo que hacer en mi país”, se decía.

Para la fundadora del centro Pedro Zerolo existía la necesidad de transformar eso que nació como una tristeza, una dolencia, una especie de “muerte segura” y convertirlo en un sitio donde pudieran reír, conversar, ser cómplices y aliados. A su juicio la razón de esa tristeza era no contar con información, apropiada, estar sola, lidiar con el estigma y la desinformación.

Jhorman Vera, coordinador general del área artística, indica que les llena de mucha alegría que este sea el primer centro comunitario para personas que viven con VIH. Al principio costó que la gente llegara, y dice que esto era debido al mismo temor al estigma, sin embargo, ahora muchos van y toman los cursos artísticos, de maquillaje o de dramaturgia, para expresarse y pasar un rato agradable.

“Hay personas que pasan aquí todo el día desde desde la mañana en un taller y se terminan yendo a final de la tarde porque la pasan bastante bien acá. También vienen personas LGBT, personas que no necesariamente conviven con VIH y que solo son aliadas”, comenta Vera.

El centro tiene tres áreas de trabajo: una de salud que cuenta con una consejería psicológica la cual ofrece sesiones gratuitas individuales y grupales, así como pruebas rápidas para detectar enfermedades de transmisión sexual; una cultural en la que se organizan talleres artísticos, de escritura creativa o cineforos y un área que se dedica a archivo.

Para Estephany mientras más se hable del tema y se naturalice pues será más fácil para quien lo vive, y también más sano y más fluido si quisiera develar su diagnóstico. “El estigma realmente es el que mata a las personas, las personas se suicidan cuando tienen un diagnóstico o se echan a morir, como quien dice, precisamente por la desinformación y el estigma”, apunta. 

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El vuelo de Blue Origin tripulado por mujeres: un paso en el espacio, retroceso en la Tierra

La narrativa de inclusión que celebra que el vuelo suborbital de la compañía Blue Origin haya sido completamente hecho con tripulación femenina pone en el foco un discurso que prioriza lo espectacular y lo simbólico, mientras en paralelo las políticas públicas reducen presupuesto para el desarrollo científico y tecnológico y desplazan a las mujeres de los puestos en toma de decisión

El 14 de abril de este 2025 despegó y aterrizó el último vuelo suborbital de Blue Origin, la compañía privada aeroespacial de Jeff Bezos. La misión NS-31 fue presentada como un acontecimiento histórico: por primera vez desde 1963, cuando la astronauta soviética Valentina Tereshkova voló sola en el Vostok 6, una tripulación completamente femenina se elevó al borde del espacio.

Liderado por Lauren Sánchez —pareja de Bezos— y acompañada por figuras como la cantante pop Katy Perry, la ingeniera aeroespacial de ascendencia bahameña Aisha Bowe, la productora de cine Kerianne Flynn, la activista de derechos civiles y científica Amanda Nguyen y la periodista Gayle King, el viaje fue ampliamente celebrado por los medios como un avance simbólico en la inclusión de género. Las mujeres se embarcaron en un viaje suborbital a bordo del cohete New Shepard, desde el oeste de Texas, experimentando unos minutos de ingravidez y obteniendo una perspectiva única de la tierra. Marcó el undécimo vuelo espacial humano de la compañía con fines recreativos. 

Según explicó Sánchez en una entrevista para la revista ELLE —realizada a todas las astronautas participantes—, la intención del vuelo fue inspirar a las futuras generaciones a estudiar carreras STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas por sus siglas en inglés) a través de diversas narradoras, todas con historias e intereses diferentes.

Sin embargo, mientras las cámaras apuntaron al cielo y la cantante pop besó el suelo luego de un vuelo de apenas 11 minutos —cuyo precio, si no se tiene el perfil y el capital social para ser seleccionado por invitación, ronda el millón de dólares por asiento— en la tierra, en Estados Unidos, el presidente Donald Trump, junto al principal contratista de la NASA, Elon Musk, prometió llevar a la humanidad al espacio y plantar la bandera estadounidense en Marte, e incluso más allá.

Pero la respuesta fue el cierre de oficinas claves dentro de la histórica institución aeroespacial. El 10 de abril fue el último día de trabajo de la doctora Katherine Calvin, científica principal y experta en climatología, quien dirigía la Oficina del Científico Jefe, también se clausuraron la Oficina de Tecnología, Política y Estrategia y la división de Diversidad, Equidad, Inclusión y Accesibilidad (DEIA) dentro de la Oficina de Igualdad de Oportunidades. Se despidieron 22 funcionarios más y se advirtió una posible reestructuración con mayores recortes.

En un contexto de crisis climática y desigualdad, el turismo espacial se encuentra en una encrucijada que abre un debate incómodo: ¿estamos priorizando lo espectacular por sobre lo esencial?

Justicia simbólica o real

La narrativa del NS-31 parece cuidadosamente diseñada para proyectar una imagen de progreso. Una tripulación de mujeres, diversas, mediáticas. Una búsqueda inspiradora. Pero cuando se contrasta este gesto simbólico con los recortes a instituciones científicas, el impacto ambiental del turismo espacial y la desigualdad en el acceso a estas experiencias, la inclusión, en este caso, opera más como una estrategia de legitimación que como una transformación real. 

Celebrar que más mujeres lleguen al espacio es valioso, pero hacerlo dentro de un sistema profundamente excluyente y elitista reduce esa representación a una imagen decorativa. El feminismo —al igual que la ciencia— no puede limitarse a una presencia simbólica en proyectos impulsados por el capital privado, mientras se desmantelan políticas públicas que afectan directamente a las mujeres más vulnerables y a las comunidades más expuestas a las consecuencias del cambio climático.

Bezos defiende el avance de la tecnología para la exploración recreativa del universo y junto con su prometida, Lauren Sánchez, aprovechó un vacío importante: la ausencia de tripulaciones completamente femeninas en vuelos espaciales. De los viajes cancelados por no tener indumentaria espacial adecuada para mujeres, pasamos a astronautas con trajes diseñados a la medida por firmas reconocidas de moda, asesoría en maquillaje y estilismo. Aunque a primera vista esto podría parecer superficial, se convirtió en una de las banderas tanto de la empresa como de sus pasajeras, relacionando este gesto de humanización con un rasgo feminista relevante.

“Esta dicotomía entre ingenieros y científicos, y luego belleza y moda. Somos multitud. Las mujeres somos multitud. Voy a usar lápiz labial”, aseguró Amanda Nguyen en la entrevista con Elle.

Sin embargo, este discurso también ha recibido críticas. Figuras públicas como la actriz Emily Ratajkowski han calificado la misión como oportunista y han cuestionado su autenticidad como logro feminista. En varios videos en TikTok, Ratajkowski ha señalado cómo esto desvía la atención de los problemas estructurales más urgentes, a esto también se suman diversas columnas de opinión que han cuestionado abiertamente la narrativa presentada a los medios. 

Hay que reconocer que la estrategia de Blue Origin no es nueva. En su primer vuelo tripulado en 2021, Bezos invitó a Mary Wallace “Wally” Funk, una aviadora estadounidense que formó parte del programa “Mercury 13”, desestimado por la NASA en 1962 por razones de género. Con 82 años y tras seis décadas de espera, Funk logró finalmente subir al espacio, en lo que fue un gesto simbólico y profundamente emotivo.

Quizás no se trata de restar importancia a la representación, sino de preguntarse qué tipo de inclusión se celebra. Aunque la misión Vostok sí marcó un momento importante, pasaron 62 años para el siguiente vuelo; la participación de mujeres en las instituciones aeroespaciales cuyos fines son científicos ha sido más que una “representación femenina” en un viaje para obtener su “perspectiva”.

Con ellas se han logrado hechos importantes como avances tecnológicos y luchas por derechos y espacios laborales, que hoy continúan con otras referentes, quizás no con tanto alcance como esta noticia, cuya inclusión parece profundamente selectiva más que un cambio estructural del sistema. Tener solo mujeres en la tripulación no cambia el hecho de que el turismo espacial es un lujo inalcanzable, mientras en la tierra, muchas mujeres luchan por sobrevivir en un planeta cada vez más desigual, amenazado por el cambio climático y ahora también por la crisis de uno de los mejores sistemas científicos del mundo.

El lujo con huella: costo climático y económico

El interés del turismo espacial y su competencia, gira en torno a una promesa: “democratizar el espacio”. Sin embargo, esta intención trae consigo un costo energético y una huella de carbono considerable que aún se desconoce en su totalidad.

Aunque el New Shepard es reutilizable y su motor utiliza hidrógeno líquido y oxígeno líquido —cuya combustión produce principalmente vapor de agua, sin emisiones directas de CO₂—, debe considerarse todo el proceso. Esto incluye las emisiones asociadas a la fabricación, logística y preparación del lanzamiento, así como el impacto del vapor de agua liberado en la estratósfera y otros gases de efecto invernadero.

En general, las misiones espaciales liberan compuestos en las capas altas de la atmósfera, afectando negativamente la capa de ozono. Si bien los vuelos como el del New Shepard son suborbitales y tienen una huella ecológica menor al no entrar en órbita, su impacto sigue siendo significativo.

“No deja de ser cuestionable que, en un momento en que urge reducir nuestro impacto ambiental, surja esta nueva forma de ocio. Accesible solo a una minoría y que supone que cada pasajero emite en solo unos minutos el mismo dióxido de carbono que dos o tres personas de media durante un año entero”, señala la revista Ethic.

A medida que las élites siguen alcanzando el espacio, surgen cuestionamientos sobre la responsabilidad de estos proyectos frente a los efectos devastadores del cambio climático. De acuerdo con documentos presupuestarios filtrados en un amplio artículo publicado por la revista científica Nature, en Estados Unidos las políticas gubernamentales recortaron fondos para investigaciones científicas clave, como las de la NASA y la NOAA, que se centran en monitorear y mitigar las amenazas climáticas.

“El presupuesto científico de la NASA para el año fiscal 2026 se reduciría casi a la mitad, a 3.900 millones de dólares. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) de EE. UU., que monitorea el clima terrestre y realiza pronósticos meteorológicos, vería su presupuesto para 2026 reducido en 27 %, a 4.500 millones de dólares”, señalan.

La paradoja que se presenta es clara: ¿cómo justificar un espacio inaccesible para la mayoría, mientras se desmantelan programas que podrían ofrecer soluciones concretas para salvar el planeta? En lugar de concentrar esfuerzos en enfrentar las crisis climáticas a través de la ciencia y la cooperación internacional, la atención se desvía hacia una competencia espacial privada impulsada, por ahora, en intereses económicos.

Las decisiones que hoy se toman —quién accede al espacio, quién paga el precio ambiental y quién queda excluido del futuro— no son neutras. Son políticas. Y en tiempos de urgencia planetaria como la que estamos atravesando, los símbolos no bastan. Lo que necesitamos es una verdadera redistribución de poder, recursos y posibilidades