En las cumbres de los Andes venezolanos, donde el viento azota con fuerza y la naturaleza se despliega indómita, las mujeres han decidido proteger los páramos. Estos frágiles ecosistemas, que parecen mediar entre el cielo y la tierra, con humedales que absorben el agua de las lluvias, alimentando ríos y lagunas, regulando el clima. Y a su vez, con suelos fértiles y llenos de vida, que alimentan a gran parte del país.
Con una conexión ancestral con la tierra y una visión a largo plazo, agricultoras de Mérida han emergido como líderes comunitarias, capaces de movilizar a otros y generar cambios positivos, frente al cambio climático y la actividad humana que amenazan hoy su existencia.
Dos son las organizaciones sociales ejemplifican este liderazgo femenino que enfrentan el reto de asegurar el agua para las generaciones futuras: el Comité de Riego y Fundación Senderos.
El Comité de Riego, bajo la guía de figuras como Ligia Parra y Raquel Romero, ha sido fundamental en la protección de las microcuencas que abastecen de agua a las comunidades locales, así como en la siembra de agua, una técnica ancestral que revive ecosistemas.
Mientras, por su parte, Fundación Senderos ha innovado en la restauración de suelos degradados a través de la siembra sustentable y el uso del biocarbón, mejorando la capacidad de retención de agua en los suelos.
La participación de las mujeres en el ambiente, y especialmente en la conservación de los páramos, no es casualidad. Históricamente han tenido una relación más estrecha con la naturaleza, debido a sus roles tradicionales en la recolección de agua, alimentos y medicina.
Sin embargo, en el pasado, las mujeres campesinas a menudo veían limitado su liderazgo debido a las responsabilidades domésticas que recaen usualmente sobre ellas, sumado a las estructuras patriarcales que las relegaba a roles secundarios.
No obstante, con el paso del tiempo, el cambio climático, la creciente conciencia sobre la importancia de la sostenibilidad ambiental y la lucha por la igualdad de género han impulsado un cambio significativo. Iniciativas como estas las han empoderado, permitiéndoles desarrollar sus habilidades y tomar un papel más activo en la toma de decisiones comunitarias.
Salvar las microcuencas con un comité de riego
Eran los noventa cuándo Ligia Parra se enfrentó a uno de los desafíos más grandes que marcó su camino como líder en los páramos de Mérida. Siendo comisaria de Ambiente, tenía la misión de salvar la microcuenca que proveía de agua a la comunidad de Misintá, un santuario natural amenazado por la sequía.
Ligia apenas regresaba a Los Andes luego de cerrar un divorcio y dejar su vida en Maracaibo. Pronto había asumido el rol de “comisaria de ambiente” del Comité de Riego, (una asociación comunitaria sin fines de lucro que desde ese período se encarga de resguardar el agua), frente a la Asociación de Coordinadores de Ambiente por los Agricultores de Rangel.
Con la determinación de una exploradora, la comisaria de entonces, decidió supervisar la “agüita de la naciente virgen” a más de 4 mil metros de altura. Así, se adentró al corazón del páramo acompañada por 50 hombres en su primera expedición, luego 80, 100 y hasta 200.
Ligia caminó pendientes, enfrentó inclemencias del clima y prejuicios por su género para lograr el objetivo: Establecer un primer cerco que protegió al humedal del sobrepastoreo.
Un par de semanas después, la comunidad tenía agua de nuevo. “Y ahí empezaron a cambiar las cosas, la gente entendió la importancia de conservar y empezamos a rescatar con amor y humildad, los humedales del municipio Rangel” señala.
En las montañas, la presencia de juncos indica la existencia de un humedal. Allí, dónde pisar se traduce a barro, hay un ecosistema vital para el equilibrio hídrico, con suelos de saturada agua y rica vegetación. Los humedales hacen de estos lugares auténticos reservorios naturales de vida y a su vez, sumideros de carbono.
Según investigaciones mundiales apenas abarcan el 3% de la superficie terrestre del planeta, pero contienen hasta el 30% de todo el carbono retenido en sus suelos, el doble que los bosques del mundo.
Durante los últimos diez años, Mérida (estado que este 2024 decretó públicamente la pérdida del Glaciar Humboldt) también ha tenido que enfrentar el impacto del cambio climático y las consecuencias de factores antropogénicos: La creciente presión demográfica, la ocupación desordenada del territorio y actividades ilegales, que han deteriorado significativamente la calidad del agua en diversas zonas, en su mayoría rurales, amenazando la sostenibilidad y el seguro hídrico una región, que además provee recursos alimentarios para la mayoría del país.
Un lenguaje secreto para proteger los humedales
A 3500 metros de altura, la radiación solar incide con intensidad sobre Misintá, lo que hace que su vegetación sea más seca que la de otras sierras del páramo. Es por ello que el trabajo para proteger los humedales debe estar dirigido y es doble.
Para protegerlos, establecen jornadas para impulsar la rehabilitación de microcuenca, mejorar las condiciones del ecosistema, reintroducir especies vegetales que le pertenecen al páramo como los árboles aliso y bambús.
En el campo, generalmente las mujeres están dedicadas a labores domésticas y el cuidado de la familia. Sin embargo, la participación en otros espacios ha aumentado, particularmente en roles fundamentales como el trabajo comunal y gestión de servicios: Distribución del gas, alimentación, educación y demás. Tomados por la actividad y liderazgo femenino.
“En el ambiente, la mujer tiene un rol fundamental porque hacemos uso del agua a nivel doméstico y lo podemos hacer bien o lo podemos hacer mal. Y también llevamos, transmitimos el mensaje a nuestros hijos. Como madre y esposa soy feliz, pero como mujer, creo debemos entender la importancia de lo que podemos lograr y salir al campo”, continúa afirmando la bióloga.
Los humedales actúan como filtros naturales, capturando los contaminantes de la escorrentía agrícola y evitando así que se contaminen lagos y ríos. Las plantas de ellos, retienen los nutrientes y las sustancias químicas, siendo algún tipo de purificador de agua.
El objetivo de estos resguardos es recuperar paulatinamente el bosque ribereño, aquel que está a orillas de la quebrada. En el 2023 lograron la siembra de al menos 240 árboles, no todos efectivos.
A pesar de ser una comunidad que continúa bajo una cultura machista donde existe aún limitación de roles, desvalorización del conocimiento femenino, estereotipos y prejuicios relacionados a la capacidad de autoridad, la participación en este proyecto de las mujeres ha estado muy presente. Bajo un trato respetuoso de colegas en campo, los agricultores siguen lineamientos de líderes como Ligia Parra y Raquel Romero.
Frente a aquellos espacios dónde la sequía ha permeado, la siembra de agua es otro de los recursos que la comunidad ha buscado. Esta actividad en su mayoría elaborada con grupos de niñas y niños, ha sido otra de las banderas que Ligia Parra lidera.
Con sal marina, coco verde, miel, flores, oraciones y palabras, por 25 años en la Cordillera Andina, la líder ha recuperado 765 humedales en la región, un número confirmado por sus compañeros de trabajo.
“El ritual de la siembra de agua es una práctica ancestral que llevamos a cabo en momentos específicos, como la luna llena. Idealmente, lo realizamos en el tercer, quinto o séptimo día de la fase lunar creciente. Para este ritual, utilizamos cocos que llenamos con sal marina y colocamos en forma de triángulo. Mientras depositamos los cocos, pronunciamos palabras sagradas que han sido transmitidas de generación en generación. Estas palabras son consideradas secretas y solo son compartidas dentro de nuestro círculo más íntimo, ya que creemos que su poder radica en su exclusividad”, comenta.
Aunque al inicio, la comunidad era adversa a esta práctica que consideraban “hippie” hoy lo ven como un conocimiento originario que debe ser transmitido a las personas más jóvenes de la comunidad, algunos de los cuales ya han empezado a practicarlo en sus propios terrenos obteniendo resultados.
Gestión del agua que garantiza el futuro
Sin embargo, a pesar de los avances que ha presentado la implementación de este comité, la comunidad es consciente de que la crisis hídrica podría acrecentarse en los próximos años, y es por ello que han establecido algunas respuestas prontas a este posible futuro.
De acuerdo con Vladimir Balsa, el director del comité de riego, el mismo está integrado por 142 propietarios y propietarias de tierras, quiénes deben gestionar el suministro de agua en la comunidad respondiendo a los lineamientos del comité de riego.
El sistema además se divide en cinco sectores, cada uno con sus características particulares de acuerdo a la naciente de la que se suministra.
“La distribución del agua se realiza de manera equitativa entre los socios, siguiendo un horario establecido para garantizar el suministro a todos. La comunidad cuenta con diversas fuentes de agua, como la laguna de humo, que se utiliza en épocas de sequía, y también creamos tanques de almacenamiento que garantizan la disponibilidad del recurso”, señala.
El sistema de riego se organiza entonces también en turnos. Hay fincas con horarios fijos, que riegan los sábados, los miércoles y los domingos completos o hasta el mediodía. Otros sectores, siguen un esquema rotativo, recibiendo agua cada 4 días. Y aquel sector que cuenta con menos litros en sus tanques, su turno de riego se asigna cada 7 días y por un tiempo limitado.
Esta situación obliga a los agricultores de este sector a realizar una planificación más cuidadosa para optimizar el uso del agua y evitar escasez en el futuro.
“Decidimos migrar de unas pistolas que tenían un gran gasto de agua a un sistema de bajo consumo de agua, como micro aspersores y ellos nos garantizan que podamos hacer productivo en nuestros terrenos sin gastar tanto el agua”, menciona el ingeniero, Rafael Albarrán.
De acuerdo a un informe de 2024 de la Fundación Agua sin Fronteras, la crisis hídrica de Venezuela, exacerbada por un modelo de desarrollo insostenible, está generando un impacto devastador en la salud pública y la seguridad alimentaria del país.
A pesar de la escasez de agua potable y los bajos rendimientos agrícolas, una porción significativa de las aguas subterráneas se destina al riego, evidenciando una gestión ineficiente.
Biocarbón para el páramo: Fundación Senderos
“¿Cómo podemos guardar el agua en nuestros suelos?”, es la pregunta que la doctora Cherry Rojas hace a los niños de las escuelas en los pueblos de algunos páramos de Mérida. Como profesora de Botánica de la Universidad de Los Andes, forma parte de Fundación Senderos y del Jardín Botánico de Mérida. Junto a Daniel Velásquez, ingeniero electricista de Caracas y cofundador del proyecto, encontraron la respuesta en el biocarbón.
Fundación Senderos nace en el 2015. En sus inicios se definió como una fundación interesada en el movimiento de construcción natural a través de tierra en Mérida. Pero con el tiempo, emprendió una misión: recuperar el conocimiento de los pueblos originarios y combinarlo con las últimas tecnologías para crear sistemas agrícolas resilientes y sostenibles, además de garantizar fuentes de energía renovables. Una práctica que permite no solo alimentar a las comunidades, sino también regenerar los ecosistemas y mitigar los efectos del cambio climático.
La doctora Rojas explica que cuándo un carbón es visto a través de un microscopio, su estructura porosa lo convierte en una esponja que captura y retiene el agua. Esta agua, protegida de la evaporación, permanece disponible para las plantas durante períodos más prolongados. Además, sus poros albergan bacterias beneficiosas, como las fijadoras de nitrógeno, que enriquecen el suelo con nutrientes esenciales para el crecimiento vegetal.
Al incorporar biocarbón inoculado con bacterias a los suelos agrícolas, este equipo se dio cuenta de que podían mejorar su fertilidad y capacidad para retener agua.
“Nos dimos cuenta de que podíamos reducir la necesidad de fertilizantes sintéticos y optimizar el uso del agua de riego. Además, al prevenir la lixiviación de nutrientes, garantiza una mayor eficiencia en su utilización”, señala.
Otro de los problemas que enfrenta el estado es la deforestación de sus bosques prístinos por el uso de estos materiales en energía o cultivos, esto, sumado al incremento de temperaturas, ha generado la necesidad de buscar soluciones para así garantizar el futuro alimentario y la respuesta parece estar en la educación y la investigación.
La Fundación Senderos desarrolla una solución innovadora basada en la producción y uso del biochar. “Todo comenzó con la construcción de estufas de biomasa que, además de proporcionar energía para cocinar, generaban biochar, un carbón vegetal con propiedades excepcionales para mejorar el suelo. Al darnos cuenta del potencial, decidimos enfocarnos en su aplicación en la agricultura, los mejores resultados los hemos obtenido del café”, comenta Daniel Velásquez.
Mujeres, tierra y futuro
Esta iniciativa además decidió crear la Casa Lumbre, una casa comunitaria construida con tierra y técnica plisada, que no está conectada al sistema de alcantarillado tradicional. En su lugar, utiliza un biodigestor que trata el 90% de los patógenos presentes en las aguas residuales.
Posteriormente, esta agua es filtrada a través de un lecho de biocarbón y otros materiales naturales, eliminando cualquier contaminante antes de ser reutilizada para riego. Esta solución protege los ríos y también actualmente sirve como modelo para la comunidad, promoviendo prácticas sostenibles del agua en sus suelos.
En un contexto de crisis climática, el norte de Fundación Senderos se centra en la solución para la vivienda, agua, producción de alimentos y gestión de residuos, por lo que las comunidades se vuelven más resilientes y autosuficientes.
Sin embargo, también estableció una alianza estratégica con la Escuela Campesina Agroecológica La Mucuy, que ya trabajaba en la promoción de sistemas agroforestales y la siembra de café. Juntos, iniciaron un proceso de capacitación y asistencia técnica desde el 2022, en su mayoría liderado por mujeres campesinas.
Mayela Muñoz es una de esas mujeres. Ella reside en la comunidad La Isla del sector la Mucuy del municipio Santos Marquina. Allí logró perfeccionar sus técnicas agroecológicas. “Yo tengo algunas plantas de café que me fueron donadas y todavía no han dado su primera cosecha porque no le corresponde por el tiempo, pero entonces eso me sirvió de motivación, de inspiración para hacer algo más grande. Entonces, siempre trato que las mujeres, incluso de mi familia, no dependan de nadie, que sean productivas con su comida y vida”, explica.
Antes de que Mayela conociera la iniciativa de la casa Lumbre de Fundación Senderos, ella hacía abono agroecológico con el carbón y los desechos de comida que sobraban en su casa, una mezcla de varios restos orgánicos, como conchas de plátano, naranja, sobrante de las frutas y verduras, llamado comúnmente en la zona como “bocashi”.
La fundación logró trabajar con aproximadamente 12 familias. Seis mujeres fueron líderes de esos hogares que se beneficiaron del proyecto que se llevó a terreno en el 2023 y sembraron 10 mil plantas, aproximadamente, en el sector de la Mucuy y más 8 mil en inmediaciones externas al sector.
Inmediatamente después, un grupo ya más reducido de cuatro mujeres decidió darle continuidad a eso y en este 2024 iniciaron un segundo vivero, en el que se busca incentivar de nuevo el cultivo del café de especialidad comerciable “Mucu y Café”.
La presidenta de la Fundación Jardín Botánico, Zuleima Molina, es una de estas últimas cuatro, una científica que lleva sus conocimientos y técnicas de investigación para aplicarlas en su hogar, una granja sostenible y de agricultura orgánica creada desde hace 24 años.
El enfoque que tiene Molina de hacer su casa un recinto de autosustento de forma agroecológica es fortalecer toda su iniciativa sin usar ningún tipo de químico para tratar el suelo. La cría de animales de la granja tiene un gran objetivo, el cual es producir estiércol controlado para así usar la técnica del biochar aprendida de la mano de Fundación senderos para aplicarla en sus cultivos.
“Llegamos muchas mujeres solas por esas casualidades del destino, del universo que juega así, y cada una pues con esa visión de cuidar el ambiente, de ser amigables con el ambiente, unas íbamos más conectadas con la tierra, otras más a nivel espiritual, otras pero siempre digamos que buscando ese equilibrio con el cosmos, con la tierra, con la gente, con lo social. Y aquí nos quedamos, aquí nos quedamos. Hace 24 años no entra un químico, es un lugar totalmente orgánico, pero cuando digo totalmente orgánico es totalmente orgánico, ni siquiera agroecológico, es orgánico”, reiteró.
Molina es una de las varias mujeres de la comunidad que apostó por seguir realzando el liderazgo de las mujeres por medio de técnicas y costumbres que les permiten perfeccionar sus intereses. En cada una de ellas ha nacido un emprendimiento desde champiñones, setas e incluso bioinsumos.
Actualmente, la doctora tiene una hectárea con 1,500 plantas de café y, a pesar de no estar vinculada con los productores agrícolas debido a la pandemia, logró producir café por su cuenta. Considera que cada vez que planta un árbol, una planta u obtiene algún producto de alguno de sus animales, es como su propio caso de estudio.
El agua como un hilo conductor
A través de técnicas sustentables en comunidades como Misintá y la Mucuy se construyen sistemas más resilientes, combinando la agroforestería y cultivos, pero mejorando a su vez, la fertilidad de los suelos.
Así lo determina Isaac Ruiz, consultor internacional de Permacultura tropical, especializado en diseño hidrológico. Para él, quién además está involucrado en proyectos como el de Fundación Senderos, la optimización del uso del agua, que permite ser distribuida a los cultivos, animales y estructuras de manera eficiente, evitan la erosión del suelo, promoviendo la biodiversidad y la adaptación al cambio climático.
De acuerdo al último informe de la ONU sobre el desarrollo de los recursos hídricos en el mundo “Agua y prosperidad para la paz” del año 2024, actualmente casi la mitad de la población mundial sufre escasez de agua al menos durante parte del año.
Una cuarta parte de la población mundial se enfrenta a niveles de estrés hídrico extremadamente altos y utiliza más del 80 % de su suministro renovable anual de agua dulce. El futuro entonces parece incierto para la agricultura, un motor socioeconómico clave para el crecimiento sostenible y la seguridad alimentaria.
Estos proyectos han generado un gran entusiasmo entre los más jóvenes y las comunidades. Fundación Senderos ha estado en más de seis escuelas con aproximadamente 200 niños, quienes se han convertido en espacios de aprendizaje y experimentación.
Mientras, a la par, mujeres como Ligia y Raquel en sus propias comunidades han llevado el aula a la naturaleza, considerando que respetar la espiritualidad es vital para entender el ciclo de la vida y garantizar la existencia próxima de las nuevas generaciones.
Este contenido fue realizado como producto periodístico dentro del programa de becas “Redsonadoras”, organizado y desarrollado por la Red de Periodistas Venezolanas (RDPV). Conoce otra de las historias becadas aquí.