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Parir con doble dolor: un testimonio de violencia obstétrica en Venezuela

En Venezuela, las mujeres que llegan a un centro hospitalario para dar a luz, sobre todo en los hospitales públicos, muchas veces son víctimas de maltratos por parte del personal de salud durante el proceso de parto, lo cual configura un tipo de violencia llamada obstétrica o ginecobstétrica.

La violencia obstétrica, que es un tipo de violencia muy poco visibilizada, se define como “el maltrato que sufre la mujer embarazada al ser juzgada, atemorizada, vejada, lastimada física y emocionalmente. También se incluye el no ser respetada en sus decisiones. Es recurrente en los hospitales y se da en todas las esferas de la sociedad”.

De acuerdo con Amnistía Internacional, existen estereotipos que condicionan la aceptación de situaciones precarias al momento del parto, alegando que es algo “natural”, que las “mujeres están hechas para parir”, y otros juicios similares. Estos estereotipos le dan cierta licencia a los trabajadores de la salud para maltratar a las parturientas, porque muchos tienen grabado en la mente aquello de “parirás con dolor”. 

Así se sufre la violencia obstétrica

*Sandra llegó con dolores de parto el 4 de septiembre de 2023 al Hospital Dr. Raúl Leoni​, conocido también como el Hospital de Guaiparo, ubicado en el estado Bolívar. Pensó que podría dar a luz con tranquilidad, pero allí comenzó su viacrucis para poder traer al mundo a su bebé.

Estando en el área de observación, comenzó a sufrir dolores de cabeza y la médica que estaba a cargo decidió tomarle la tensión. En ese momento, ocurrió algo inesperado en el área y es que falleció un paciente renal, por lo que Sandra quedó sola con el tensiómetro puesto y, cuando la galena volvió, ya el aparato había borrado la información.

“Ella me dice ‘seguro tú no has comido nada, anda come que es a lo mejor que se te bajó la tensión’ y listo. Ya el dolor de cabeza se intensificaba más”, relató Sandra, quien siguió sintiendo dolores de cabeza cada vez más fuertes, por lo que habló con su esposo y este la llevó a la Maternidad Negra Hipólita de Ciudad Guayana.

Cuando llegó a ese otro centro hospitalario, dijo, lo último que recuerda es haberle comentado al médico que se sentía mal. No sabe cuánto tiempo estuvo inconsciente y cuando logró despertar, solamente reaccionaba el lado izquierdo de su cuerpo. No lograba escuchar, no podía hablar y con mucha dificultad movía el lado derecho de su cuerpo. Allí escuchó a los médicos decir que necesitaban hacerle una cesárea urgente porque su bebé podía fallecer.

Hicieron un llamado al Hospital de Guaiparo para que me recibieran y atendieran mi parto o mi cesárea, debido a la situación en la que me encontraba. Tomaron las precauciones necesarias, me atendieron y me refirieron hacia el otro hospital donde ya me habían negado la atención”, contó.

Así pues, su esposo llevó a Sandra nuevamente al centro de salud, pero lejos de mejorar la situación de Sandra, allí todo se puso peor. Tuvo que “pelear” para que la atendieran. Solo levantaron un informe para que la trasladaran al Hospital Ruíz y Páez de Ciudad Bolívar, pero su esposo se negó, porque ella o el bebé podrían fallecer en el camino. Al lugar también llegó la madre de Sandra, quien la acompañó en la sala de parto, ya que allí no permiten el ingreso de caballeros.

“Ellos querían hacer que firmara un documento donde él decidiera la vida de cualquiera de los dos: salvar mi vida o salvar la del bebé. Pues yo me negué, escribí una nota diciendo que no quería que decidieran sobre la vida de ninguno de los dos y ,en dado caso que fuese así, que solamente eligieron al bebé”, relató.

En ese momento el esposo de Sandra se alteró y corrió hacia el área de la jefa de sala de parto. La médica se hizo cargo de estudiarla y verificar su situación. Le hizo una ecografía y notó que el bebé estaba bien, en posición de parto, y que Sandra tenía las contracciones y dilataciones necesarias para dar a luz. Pero su cuerpo no respondía para hacer el empuje y que el niño naciera.

“Me puyaban con agujas”

A Sandra la pusieron en observación, con sondas y medicamentos, mientras su cuerpo estaba dormido. Sentía dolores del lado izquierdo, pero no tenía fuerza para pujar y que el niño naciera. Y mientras estaba inconsciente o trataba de tomar el sueño, las estudiantes de medicina que estaban a cargo de ella, comenzaron a maltratarla. 

“Ellas, no sé si de manera abrupta o quizás porque pensaban que yo estaba fingiendo, aprovechaban mi momento de descanso y me puyaban con agujas, me rayaban con un lapicero, se reían de mí, se burlaban de mí y era incómodo no poder hablar, porque ni siquiera tenía la movilidad de la lengua para hablar y decirles que de verdad no sentía nada”, contó la afectada

Esos maltratos se prolongaron hasta el 5 de septiembre, cuando la jefa de la maternidad atendió a Sandra y le hizo otro eco, concluyendo que debían estudiar su caso porque no era normal lo que ocurría, ya que todos sus exámenes estaban bien, incluso sus valores y los del bebé, que ya estaba en posición de parto.

Las estudiantes de medicina, contó Sandra, continuaron agrediéndola verbalmente, diciéndole frases como “ay, tú lo que quieres es que te hagan una cesárea y por eso te estás haciendo la que no sientes nada”.  Esos maltratos incluían arrancarle los vellos de las piernas y ella no reaccionaba porque no sentía nada, ni siquiera podía hablar.

Los dolores de parto aumentaron, ya el bebé quería nacer. Sandra rompió fuente y la llevaron a ‘la burra’ -una cama especial donde dan a luz las mujeres- mientras presentaba mucho dolor en la mitad del cuerpo.

“Sentía que me estaba quebrando, no podía, pero la vida de mi hijo me importaba demasiado. Así que, como pude, empecé a saltar en una pierna, logré llegar a la burra, me monté como pude, me arrastraban para poder montarme allí, levanté otra pierna con la mano que movía para ponerme en posición, pero no podía pujar, y solamente le pedí a Dios que me ayudara, y hablé con mi hijo, y le dije, ‘bueno, bebé, si tú quieres venir al mundo, ayúdame tú, porque yo no puedo’, y le doy gracias a Dios porque mi hijo nació y gracias a Dios estoy viva”, contó.

Hoy en día el bebé de Sandra tiene un año de vida y nació con condición de párpados caídos por la hemiparesia que ella sufrió cuando la mitad de su cuerpo se paralizó. Ambas vidas se salvaron, pero Sandra nunca olvidará esa experiencia de maltrato y dolor.

Estratos más bajos: las más vulnerables

De acuerdo con el informe anual que difundió en octubre la Red de Mujeres Constructoras de Paz, titulado “Mujeres que resisten: El alto precio de la desigualdad”, la emergencia humanitaria compleja (EHC) afecta “de desproporcionada a las mujeres de estratos bajos”, lo que las ha expuesto a severas repercusiones, principalmente en la salud y educación.

El texto reveló que el 53 % de las mujeres consultadas en 17 estados del país ha sufrido violencia obstétrica durante el parto. Añade que esta cifra puede aumentar al 60 % en mujeres de estratos bajos.

Este tipo de violencia, a diferencia de otras, se produce dentro del sistema de salud y es perpetrado por el personal médico, ese que, en teoría, debería proteger y cuidar a todas las personas. Sin embargo, en la práctica, muchas mujeres enfrentan la discriminación por género en uno de los momentos más vulnerables, durante sus partos. 

La violencia obstétrica o ginecobstétrica incurre en el maltrato, negligencia y abusos que están “normalizados”, muy a pesar de que pueden marcar la vida entera de las madres y, en consecuencia, la de sus hijos.

Profundas secuelas emocionales

Magdymar León, psicóloga clínica y coordinadora general de la Asociación Venezolana para una Educación Sexual Alternativa (Avesa), señaló que sufrir de violencia obstétrica puede dejar profundas secuelas emocionales y psicológicas.

Esas secuelas, explicó León, pueden incluir síntomas de ansiedad, depresión, estrés postraumático e incluso una sensación de desconfianza hacia el sistema de salud. “Además, este trauma puede influir en el vínculo temprano entre la madre y el/la bebé, ya que una experiencia de parto violento puede generar sentimientos de impotencia, miedo y hasta culpa, afectando su capacidad de disfrutar plenamente de la maternidad y el contacto con su hijo o hija”.

“La relación madre-bebé puede verse impactada cuando la madre está emocionalmente lastimada o asustada, ya que puede tener dificultades para conectar emocionalmente o puede reactivar la experiencia traumática al recordar el momento del parto”, detalló la especialista.

Para poder procesar una experiencia tan dolorosa como esta, Magdymar León considera que la terapia es fundamental. Desde la psicología feminista, explicó, la atención psicológica “debe enfocarse en validar y acompañar las emociones de la madre, ofreciéndole un espacio seguro donde pueda expresar sus miedos, enojos y dudas”.

Para aquellas mujeres que viven en condiciones de pobreza, existen algunos centros de salud públicos, ONG y organizaciones feministas que ofrecen apoyo psicológico gratuito o de bajo costo. En Avesa disponen de esa atención psicológica gratuita en formato presencial y virtual.

La crisis ha exacerbado la violencia obstétrica

En el caso de Venezuela, este tipo de violencia no está asociada únicamente al accionar del personal en contra de las mujeres, sino que también se vincula con la violencia institucional, producto de la precariedad del sistema de salud pública, que sufre de carencias de insumos, medicamentos, personal y fallas de infraestructura. 

“Estos déficit afectan de manera desproporcionada a las mujeres de estratos bajos, quienes son más propensas a dar a luz en condiciones adversas y a sufrir maltratos durante el proceso”, reveló el informe de la Red de Mujeres Constructoras de Paz. 

Lo que resulta paradójico es que el concepto de violencia obstétrica haya nacido justamente en Venezuela. El mismo está tipificado en el artículo 15 de la Ley Orgánica sobre el derecho de la Mujer a una Vida Libre de Violencia redactada en 2007. Es la primera legislación de toda la región en mencionar este tipo de violencia de género.

Los efectos de la crisis han exacerbado la violencia obstétrica. El informe de la Red señaló que las mujeres que han tenido hijos desde 2016 tienen un 32% más de probabilidades de haber sufrido violencia obstétrica que aquellas que dieron a luz antes del 2000.

Además de la crisis, la falta de justicia también ampara los actos de violencia y discriminación contra las venezolanas en el ámbito del embarazo, parto y posparto.

En noviembre de 2023, la Corte Interamericana de Derechos Humanos falló contra Venezuela en un caso de violencia obstétrica. En la decisión responsabilizó al Estado por las violaciones al derecho a la salud, integridad personal, garantías judiciales y protección judicial así como a la Convención para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer. Aunque el hecho denunciado ocurrió en un centro privado, el análisis del caso determinó que la respuesta estatal estuvo plagada de irregularidades que derivaron en que prescribieran los delitos denunciados.  

*Nombre cambiado a solicitud de la entrevistada por motivos de seguridad. 

Nota original publicada en Runrun.es, publicada con permiso del medio en Redsonadoras.com.

trata de mujeres

La cobertura sobre trata de mujeres que inspiró una serie de Netflix: Sheyla Urdaneta demuestra el valor de la perspectiva de género

Cuando Sheyla Urdaneta empezó a indagar sobre la historia de Kenni Finol, una joven zuliana asesinada en 2018 en México, su carrera dio un giro inesperado. Sus primeros hallazgos del caso como periodista del medio venezolano El Pitazo ampliaron su mirada y se convirtieron en el punto de partida de una galardonada investigación, que sirvió de inspiración para una serie documental sobre la trata de mujeres con fines de explotación sexual, en la cual tuvo un papel crucial: “El Portal: la historia oculta de Zona Divas”, estrenada en Netflix en septiembre de 2024.

“Mujeres en la vitrina: migración en manos de la trata”, el trabajo en el que participó desde El Pitazo en alianza con otros dos medios venezolanos (Tal Cual y Runrunes) y tres medios mexicanos (Pie de Página, Fusión y Enjambre Digital), recibió el Premio Gabo en la categoría Innovación en 2019. Pero más allá del reconocimiento internacional, la principal recompensa para Urdaneta fue la posibilidad de “desaprender para aprender” a mirar de una manera más crítica las historias, especialmente cuando las víctimas son mujeres.

“Ese trabajo fue para mí un antes y un después como periodista. En ese momento yo comencé a interesarme, a preocuparme, a querer hacer periodismo con perspectiva de género. Por primera vez tuve una editora de género a la que le agradezco que haya sido un parteaguas en mi vida como periodista. Ella es Lydiette Carrión, escritora del libro ‘La Fosa de Agua’, una periodista mexicana que admiro muchísimo”, cuenta Urdaneta en entrevista con Redsonadoras.

Dos años después de aquella investigación —que mostró a través de un portal espejo, una canción y una obra de teatro los vínculos entre la migración y la trata de personas con fines de explotación sexual en torno a la web Zona Divas—, Urdaneta se unió a un equipo liderado por mujeres por interés de la productora Mezcla, cuya directora, Laura Woldenberg, tenía la idea de continuar el trabajo iniciado en “Mujeres en la vitrina” desde el premio de 2019.

“Ella vio ahí, como dicen en periodismo de investigación, ‘la cola de la rata’ para jalar y seguir investigando. Entonces, en noviembre de 2021 me contacta un periodista que había trabajado también en ‘Mujeres en la vitrina’ y me pregunta si me quiero unir a este equipo. Obviamente, acepté. Yo trabajé en la investigación de todo lo que tiene que ver con Venezuela, junto a un equipo de investigación liderado por quien yo considero una de las mejores periodistas de investigación que tiene México: Karla Casillas”, añade la periodista egresada de la Universidad del Zulia.

Tres años de trabajo minucioso con equipos en México, Venezuela y Argentina les permitieron producir la serie documental “El Portal: la historia oculta de Zona Divas”. Sus cuatro capítulos profundizan en las historias detrás de los asesinatos de Kenni Finol, Génesis Gibson, Andreína Escalona y Wendy de Lima, todas venezolanas, y de Karen Grodzinski, de nacionalidad argentina, quienes llegaron a aparecer en Zona Divas, una página que anunciaba trabajadoras sexuales.

Continuar la recopilación de información, mantener contacto con las familias, ganarse la confianza de las madres y hermanas de las víctimas fueron las principales tareas de Urdaneta en el proyecto.
“Quisimos contar esta historia desde quienes sufrieron y desde quienes las amaron: voltear la mirada de esta historia, que había sonado mucho y que había tenido como foco el trabajo sexual, la trata y también los feminicidios, hacia estas víctimas y hacia quienes las amaron, conocerlas a ellas desde todo lo que sufrieron. Que pudiera ser contada desde quienes sobreviven a las mujeres que fueron víctimas de feminicidio y sobre quiénes fueron ellas fue lo más valioso”, expresa.

Para ella, explicar a las familias la intención del equipo de humanizar y abordar cada historia desde el respeto, desde sus vulnerabilidades, desde las causas de su migración y desde los hilos que las conectan —sin caer en el sensacionalismo o en la revictimización—, fue fundamental para poder realizar la serie.

“Hay una historia de vulnerabilidad detrás que te la dan los países, en este caso Venezuela, y en el caso de Argentina con la otra chica relacionada al caso Zona Divas, pero principalmente Venezuela porque ellas terminaron saliendo de su país justo en los años de la crisis económica”, agrega. “La crisis por la que estaban pasando las conecta. Ayudar a sus familias las conecta. Vivir esta situación terrible de trata las conecta. Zona Divas las conecta. Y también sus asesinatos, sus feminicidios”.

Entre riesgos y agradecimientos

Tras 21 años de trabajo en el medio La Verdad en Maracaibo, la ciudad que la vio nacer en 1974, Sheyla Urdaneta Mercado ha sido corresponsal en el Zulia, coordinadora de corresponsales y jefa de investigación en El Pitazo, medio al que se unió en 2015 y donde actualmente se desempeña como jefa de información y consultora de género. Además colabora con The New York Times y ha publicado en medios como The Guardian y agencias como AP.

Las violaciones a los derechos humanos, los casos de trata y las historias de mujeres que ayudan, atienden, acompañan y defienden a otras mujeres son los principales temas que le apasionan y que quiere visibilizar.

“Los temas de género son los que siempre quiero contar”, dice. “Y yo creo que es importante aplicar la perspectiva de género en todos los trabajos. Desde El Pitazo apuesto siempre a que sea un trabajo transversal, que atraviese todas las fuentes. En el caso Zona Divas es necesario sobre todo porque se revictimiza mucho a la mujer que es trabajadora sexual y no se termina contando qué cosas hay detrás”.
Pero abordar aquellos temas que la inspiran también la ha expuesto a riesgos y le ha dejado huellas a nivel personal y profesional.

Una cobertura en la Sierra de Perijá, en la frontera entre Venezuela y Colombia, la llevó a estar detenida durante unas diez horas en marzo de 2020. Otros trabajos le trajeron amenazas y la llevaron a resguardarse por períodos. Tras acceder a los expedientes durante la producción de la serie, su equipo descubrió —con indignación y con miedo— que el jefe del portal Zona Divas seguía en libertad.

“Te queda un dolor en el cuerpo, y no lo identificas en el fragor de la investigación sino luego cuando escuchas a sus familiares, cuando vuelves sobre eso que investigaste y eso que te contaron. Además la convocatoria de esta investigación llegó para mí en un momento dolorosísimo porque comenzó en noviembre de 2021 y justo en junio de ese año murió mi mamá por covid-19. Pero a mí el periodismo me ha salvado siempre”, destaca.

Las experiencias que acumula la han llevado a tomar con menor ligereza cualquier indicio de amenaza y a seguir con seriedad los protocolos de seguridad individual y grupal.

A ella y al equipo de la serie documental también les interesaba la seguridad del público: uno de sus objetivos con el trabajo era lograr que las historias ayudaran a prevenir la trata al brindar señales de alerta, además de relatar cómo algunas mujeres lograron sobrevivir.

Todas las historias que ha podido contar han convertido a Sheyla Urdaneta en una mejor persona y en una mejor profesional, asegura. Siente orgullo de su profesión, de las colegas de su país y de pertenecer a la Red de Periodistas Venezolanas, una iniciativa que considera como “un abrazo seguro” y un soporte que significa acompañamiento, apoyo y desahogo.

“También ha habido un antes y un después desde que el periodismo y las periodistas venezolanas empezamos a ver las historias y los temas con otra perspectiva”, señala. “A las periodistas venezolanas les quiero decir que les agradezco el trabajo que están haciendo”.

racismo en Venezuela

Las raíces del racismo que Venezuela no puede ocultar

El racismo se originó en la época de la colonización y sigue vigente, aunque algunos traten de negarlo. En el país, está presente en la representación cultural y las desigualdades sociales.

“Tú sí eres una negra bonita”.

“Tienes que mejorar la raza”.

“Péinate”.

“Mis nietos serán monitos como tú”.

Estas frases, que algunos asumen como inofensivas, esconden una realidad de la que poco se habla: del racismo en Venezuela. Es estructural, visible y cotidiano, sobre todo para quien lo padece, y está normalizado para quien lo ejerce o ignora la profundidad del problema.

En el país, además, hay un discurso que disfraza el racismo con el clasismo, o lo justifica como “un chiste”.

El racismo es un fenómeno sociopolítico, sociohistórico, producto de una cantidad de experiencias, imágenes, representaciones de ideas alojadas en la conciencia colectiva y que se transforman en acciones concretas, explica Dalai Urbina, profesor de la Universidad Central de Venezuela y del Centro de Saberes Africanos, Americanos y Caribeños.

“Es un fenómeno que nace y se reproduce en la mente, y se transforma en acciones concretas. Tiene una parte tangible y una parte intangible”, dice y agrega que “se trata de una serie de barreras que impiden o generan obstáculos añadidos a las poblaciones racializadas”.

La discriminación racial en Venezuela, advierte la historiadora feminista Niyireé Baptista, tiene sus orígenes en el proceso de colonización y conquista. “Es allí, con la llegada de los españoles a lo que hoy es América, donde comienza el comercio de personas provenientes de lo que actualmente es el continente de África”.

La experta describe que la sociedad española se cimentó como un sistema de castas, en el que el esclavo ocupaba el lugar más bajo de la pirámide. “Sobre esta relación de jerarquía se tejieron una serie de prejuicios como, por ejemplo, que las personas negras no tenían alma, que eran brutas, que se merecían el trabajo de esclavos; algo parecido a lo que pasó con las personas indígenas”.

Esa discriminación racial se impregnó en toda la sociedad, razón por la cual el racismo persiste en el país. “Es un racismo velado, pero sigue existiendo en nuestras formas de expresarnos; la mentalidad colonialista se extendió incluso después de la independencia. Por ejemplo, en Venezuela cuando pensamos en esclavos inmediatamente nos vamos al color de piel”, afirma.

Agrega que el clasismo —entendido como apoyar las diferencias de clase y la discriminación por ese motivo— tiene un origen étnico. Plantea que una vez que se abolió la esclavitud, las personas negras, así como los indígenas, pasaron a vivir en condiciones de desigualdad e históricamente les ha sido más difícil el acceso a la educación, el empleo, la vivienda, entre otros.

Baptista refiere algunas frases cotidianas que tienen intrínseca esa mentalidad. “La gente dice: ‘es que me negrearon’, o sea, que los trataron como negros de manera despectiva, o ‘somos café con leche’ y ‘hay que mejorar la raza’, porque en la Colonia era muy importante la pureza de la sangre asociada a la nobleza, la honorabilidad”, y la aspiración era que una persona negra se juntara con una persona de un color de piel más claro, para “blanquear” su descendencia.

Sobre el tema, la activista Luzgermary Moreno cuenta cómo el padre de una expareja solía «bromear» con que los hijos de ambos sería «monitos» como ella.

Las fuentes consultadas coinciden que esta realidad de discriminación incide directamente en la dificultad de algunas personas de autopercibirse como afrodescendientes, sus raíces y costumbres ancestrales, y que, incluso, se presente el endorracismo o rechazo racial dentro de un mismo grupo étnico.

En Venezuela, de acuerdo con los resultados del último censo poblacional publicado en 2011 por el Instituto Nacional de Estadística, en la pregunta sobre el autorreconocimiento étnico el 2,9 % dijo ser negra/negro, 0,7 % respondió que se identificaba como afrodescendiente y 51,9 % como morena/moreno.

Representación cultural

El racismo en Venezuela está en todo, insiste la politóloga venezolana Johanna Monagreda, radicada en Brasil, quien pone de ejemplo el contenido que muestra la televisión local.

“Cuando tú ves las novelas, la protagonista, la gran mayoría de las veces, quien es digna de tener una historia contada, es una mujer blanca, un hombre blanco, una familia blanca. Cuando hay personajes negros o indígenas, casi siempre son incluidos a partir de una imagen estereotipada o a partir de la subalternidad o para reproducir imágenes de opresión y de desigualdad, casi siempre tienen trabajos menos valorizados o están en situación de marginalidad, son los malandros o los malos de la historia”, dice.

“La negritud venezolana no es bonita”, dijo, en 1997, Osmel Sousa, entonces presidente de la organización Miss Venezuela y conocido como “el zar de la belleza” en el país. La frase la completó con risas y diciendo que sentía envidia cuando viajaba a Colombia y veía “negras bellas”.

En Venezuela, la cultura de los concursos de belleza está insertada desde hace décadas. El Miss Venezuela comenzó en 1952, pero fue hasta 1998, un año después de las declaraciones de Sousa, cuando fue coronada por primera vez una mujer negra, la modelo Carolina Indriago. En más de 50 años de historia del concurso, sólo cinco mujeres negras han sido las ganadoras del certamen.

El racismo y su afectación diferenciada

La interseccionalidad —un concepto que la abogada afroestadounidense Kimberlé Crenshaw acuñó en 1989— es el estudio de las identidades sociales que se intersectan y sus respectivos sistemas de opresión, dominación o discriminación.

Tomando en cuenta este enfoque, la antropóloga y socióloga Gladys Obelmejías afirma que “las mujeres afro son los sujetos más discriminados en el patriarcado, por su género y por su etnia”.

La experta advierte que el origen de esta discriminación, de nuevo, está en la época colonial, en el que a las mujeres negras “se les otorgó el rol de reproductoras de la esclavitud”, sin contar que era quienes debían ocuparse de los hijos de sus amos por encima del cuidado de sus propios hijos.

Obelmejías agrega que “la hipersexualización de la mujer afro es un elemento de explotación en la actualidad”. Advierte, además, que la colonialidad de la mente se ha nutrido del patriarcado en muchos sentidos, asignándole a las mujeres afro, negras y morenas contenidos de “objetivación utilitarista”.

“Hay mucha sexualización del cuerpo negro. Me pasó fuera del país que era algo exótico mi color de piel y eso estaba relacionado siempre a lo sexual. Entendí que también es una forma de racismo, en la cual los cuerpos negros son cuerpos salvajes, utilizados para el placer”, señala la politóloga y activista Suhey Ochoa.

¿Qué hacer ante el racismo?

Dalai Urbina considera acertadas algunas de las medidas tomadas por el Estado venezolano ante el racismo, como la creación de instituciones que aborden a las poblaciones racializadas o la modernización de las leyes que amparan a las personas víctimas de este fenómeno.

Sin embargo, advierte que aún hay mucho trabajo por delante, como hacer valer los mecanismos institucionales de denuncia, la realización de campañas de concienciación y la transformación del currículo escolar para incorporar estos temas desde edad temprana, entre otros.

Agrega que el Estado también debe impulsar y reconocer que a nivel nacional e internacional tiene una posibilidad de mejorar, generando indicadores, ya que a través de la medición se pueden abordar estos temas de forma más precisa y eso permitiría el intercambio de buenas prácticas con otros países.

Johanna Monagreda coincide en que la escuela debe ser un foco importante para el Estado en cuanto a futuras políticas públicas que combatan el racismo, pues este es un espacio de aprendizaje, no solo académico, en el que los seres humanos hacen vida desde temprana edad.

“La escuela es responsable de la reproducción del pensamiento y acto racista. En la forma en que la educación está siendo pensada, colocan a Europa, la blanquitud, como el centro del saber y el centro del conocimiento y nos ocultan, o no dicen abiertamente, todo el saber que viene desde el continente africano. Entonces uno crece imaginando a África como un continente vacío, un continente sin nada de sensibilización, sin saber. Sólo se nos dice: los negros eran más fuertes y por eso vinieron a trabajar aquí en la tierra”.

Para Monagreda también es importante repensar las sociedades y los gobiernos, con el fin de lograr mejores resultados.

“Es la forma en que nuestra sociedad, como un todo, está organizada y la única forma de combatir el racismo que se presenta en ese nivel, es a través de políticas públicas del Estado. Pero, en general, los gobiernos no tienen una postura firme contra el racismo, porque consideran que tienen un bajo entendimiento de lo que es el racismo, tienden a pensar solamente en burlas racistas o en actitudes puntuales racistas y no piensan en la necesidad de replantearnos y de representarnos como país”.

En 2024, muchas mujeres afro venezolanas todavía enfrentan situaciones racistas, aquí te compartimos algunos de sus historias:

Este texto fue publicado originalmente en Crónica Uno, como parte de las becas Redsonadoras, un programa desarrollado por la Red de Periodistas Venezolanas. Conoce otra de las historias becadas aquí.

Mujeres de Los Andes humedales saberes ancestrales

Cómo las mujeres de Los Andes protegen los humedales con ciencia y saberes ancestrales

En las cumbres de los Andes venezolanos, donde el viento azota con fuerza y la naturaleza se despliega indómita, las mujeres han decidido proteger los páramos. Estos frágiles ecosistemas, que parecen mediar entre el cielo y la tierra, con humedales que absorben el agua de las lluvias, alimentando ríos y lagunas, regulando el clima. Y a su vez, con suelos fértiles y llenos de vida, que alimentan a gran parte del país. 

Con una conexión ancestral con la tierra y una visión a largo plazo, agricultoras de Mérida han emergido como líderes comunitarias, capaces de movilizar a otros y generar cambios positivos, frente al cambio climático y la actividad humana que amenazan hoy su existencia. 

Dos son las organizaciones sociales ejemplifican este liderazgo femenino que enfrentan el reto de asegurar el agua para las generaciones futuras: el Comité de Riego y Fundación Senderos. 

El Comité de Riego, bajo la guía de figuras como Ligia Parra y Raquel Romero, ha sido fundamental en la protección de las microcuencas que abastecen de agua a las comunidades locales, así como en la siembra de agua, una técnica ancestral que revive ecosistemas.

Mientras, por su parte, Fundación Senderos ha innovado en la restauración de suelos degradados a través de la siembra sustentable y el uso del biocarbón, mejorando la capacidad de retención de agua en los suelos.

La participación de las mujeres en el ambiente, y especialmente en la conservación de los páramos, no es casualidad. Históricamente han tenido una relación más estrecha con la naturaleza, debido a sus roles tradicionales en la recolección de agua, alimentos y medicina.

Sin embargo, en el pasado, las mujeres campesinas a menudo veían limitado su liderazgo debido a las responsabilidades domésticas que recaen usualmente sobre ellas, sumado a las estructuras patriarcales que las relegaba a roles secundarios.

No obstante, con el paso del tiempo, el cambio climático, la creciente conciencia sobre la importancia de la sostenibilidad ambiental y la lucha por la igualdad de género han impulsado un cambio significativo. Iniciativas como estas las han empoderado, permitiéndoles desarrollar sus habilidades y tomar un papel más activo en la toma de decisiones comunitarias.

Salvar las microcuencas con un comité de riego

Eran los noventa cuándo Ligia Parra se enfrentó a uno de los desafíos más grandes que marcó su camino como líder en los páramos de Mérida. Siendo comisaria de Ambiente, tenía la misión de salvar la microcuenca que proveía de agua a la comunidad de Misintá,  un santuario natural amenazado por la sequía.

Ligia apenas regresaba a Los Andes luego de cerrar un divorcio y dejar su vida en Maracaibo. Pronto había asumido el rol de “comisaria de ambiente” del Comité de Riego, (una asociación comunitaria sin fines de lucro que desde ese período se encarga de resguardar el agua), frente a la Asociación de Coordinadores de Ambiente por los Agricultores de Rangel. 

Ligia Parra lideresa del Comité de Riego y sembradora de agua frente a diplomas y reconocimientos que ha obtenido por su trabajo en conservación.

Con la determinación de una exploradora, la comisaria de entonces, decidió supervisar la “agüita de la naciente virgen” a más de 4 mil metros de altura. Así, se adentró al corazón del páramo acompañada por 50 hombres en su primera expedición, luego 80, 100 y hasta 200.

Ligia caminó pendientes, enfrentó inclemencias del clima y prejuicios por su género para lograr el objetivo: Establecer un primer cerco que protegió al humedal del sobrepastoreo. 

Un par de semanas después, la comunidad tenía agua de nuevo. “Y ahí empezaron a cambiar las cosas, la gente entendió la importancia de conservar y empezamos a rescatar con amor y humildad, los humedales del municipio Rangel” señala. 

En las montañas, la presencia de juncos indica la existencia de un humedal. Allí, dónde pisar se traduce a barro, hay un ecosistema vital para el equilibrio hídrico, con suelos de saturada agua y rica vegetación. Los humedales hacen de estos lugares auténticos reservorios naturales de vida y a su vez, sumideros de carbono. 

Según  investigaciones mundiales apenas abarcan el 3% de la superficie terrestre del planeta, pero contienen hasta el 30% de todo el carbono retenido en sus suelos, el doble que los bosques del mundo.            

Durante los últimos diez años, Mérida (estado que este 2024 decretó públicamente la pérdida del Glaciar Humboldt) también ha tenido que enfrentar el impacto del cambio climático y las consecuencias de factores antropogénicos: La creciente presión demográfica, la ocupación desordenada del territorio y actividades ilegales, que han deteriorado significativamente la calidad del agua en diversas zonas, en su mayoría rurales, amenazando la sostenibilidad y el seguro hídrico una región, que además provee recursos alimentarios para la mayoría del país. 

Como agricultores, tenemos una claridad en la situación ambiental que vivimos, la contaminación y por eso hacemos este trabajo porque necesitamos cuidar nuestras aguas que son fuente de vida y producción” comenta el ingeniero y secretario del comité de riego, Rafael Albarrán. 

Comunidad de Misintá en el estado Mérida.

Un lenguaje secreto para proteger los humedales 

A 3500 metros de altura, la radiación solar incide con intensidad sobre Misintá, lo que hace que su vegetación sea más seca que la de otras sierras del páramo. Es por ello  que el trabajo para proteger los humedales debe estar dirigido y es doble.  

Para protegerlos, establecen jornadas para impulsar la rehabilitación de microcuenca, mejorar las condiciones del ecosistema, reintroducir especies vegetales que le pertenecen al páramo como los árboles aliso y bambús.

“El que tengamos un espacio para la acción en campo, también es un logro. El que seamos respetadas, lo es”, comenta Raquel Romero, bióloga y ecóloga, egresada de la Universidad de los Andes, actual comisaría ambiental. “Tengo 4 años trabajando con el comité, sin embargo, cuándo voy a la asamblea sé que es aún un espacio muy masculino. Quizá eso desvincula un poco el potencial que algunas mujeres de la comunidad podrían desarrollar en este espacio de recuperación de la naturaleza” concluye. 

En el campo, generalmente las mujeres están dedicadas a labores domésticas y el cuidado de la familia. Sin embargo, la participación en otros espacios ha aumentado, particularmente en roles fundamentales como el trabajo comunal y gestión de servicios: Distribución del gas, alimentación, educación y demás. Tomados por la actividad y liderazgo femenino.

“En el ambiente, la mujer tiene un rol fundamental porque hacemos uso del agua a nivel doméstico y lo podemos hacer bien o lo podemos hacer mal. Y también llevamos, transmitimos el mensaje a nuestros hijos. Como madre y esposa soy feliz, pero como mujer, creo debemos entender la importancia de lo que podemos lograr y salir al campo”, continúa afirmando la bióloga. 

Raquel Romero, comisaria actual del Comité de Riego sobre las adyacencias de un humedal recuperado en Misintá, estado Mérida.

Los humedales actúan como filtros naturales, capturando los contaminantes de la escorrentía agrícola y evitando así que se contaminen lagos y ríos. Las plantas de ellos, retienen los nutrientes y las sustancias químicas, siendo algún tipo de purificador de agua.

El objetivo de estos resguardos es recuperar paulatinamente el bosque ribereño, aquel que está a orillas de la quebrada. En el 2023 lograron la siembra de al menos 240 árboles, no todos efectivos.  

A pesar de ser una comunidad que continúa bajo una cultura machista donde existe aún limitación de roles, desvalorización del conocimiento femenino, estereotipos y prejuicios relacionados a la capacidad de autoridad, la participación en este proyecto de las mujeres ha estado muy presente. Bajo un trato respetuoso de colegas en campo, los agricultores siguen lineamientos de líderes como Ligia Parra y Raquel Romero. 

Frente a aquellos espacios dónde la sequía ha permeado, la siembra de agua es otro de los recursos que la comunidad ha buscado. Esta actividad en su mayoría elaborada con grupos de niñas y niños, ha sido otra de las banderas que Ligia Parra lidera.

Con sal marina, coco verde, miel, flores, oraciones y palabras, por 25 años en la Cordillera Andina, la líder ha recuperado 765 humedales en la región, un número confirmado por sus compañeros de trabajo.

“El ritual de la siembra de agua es una práctica ancestral que llevamos a cabo en momentos específicos, como la luna llena. Idealmente, lo realizamos en el tercer, quinto o séptimo día de la fase lunar creciente. Para este ritual, utilizamos cocos que llenamos con sal marina y colocamos en forma de triángulo. Mientras depositamos los cocos, pronunciamos palabras sagradas que han sido transmitidas de generación en generación. Estas palabras son consideradas secretas y solo son compartidas dentro de nuestro círculo más íntimo, ya que creemos que su poder radica en su exclusividad”, comenta.

Un equipo del Comité de Riego en plena actividad de protección y resguardo de humedales en Misintá, estado Mérida.

Aunque al inicio, la comunidad era adversa a esta práctica que consideraban “hippie” hoy lo ven como un conocimiento originario que debe ser transmitido a las personas más jóvenes de la comunidad, algunos de los cuales  ya han empezado a practicarlo en sus propios terrenos obteniendo resultados. 

“Es lamentable que lo sagrado sea objeto de burlas. Me han llamado ‘bruja’ en la ciudad por realizar este ritual ancestral, pero mi intención es solo conectar con la naturaleza y promover el bien, si es por eso, entonces lo soy. La siembra de agua es un acto de respeto hacia la Madre Tierra. Cargamos de energía positiva y pedimos por la abundancia y el bienestar”, concluye Ligia. 

Gestión del agua que garantiza el futuro

Sin embargo, a pesar de los avances que ha presentado la implementación de este comité, la comunidad es consciente de que la crisis hídrica podría acrecentarse en los próximos años, y es por ello que han establecido algunas respuestas prontas a este posible futuro. 

De acuerdo con Vladimir Balsa, el director del comité de riego, el mismo está integrado por 142 propietarios y propietarias de tierras, quiénes deben gestionar el suministro de agua en la comunidad respondiendo a los lineamientos del comité de riego.

El sistema además se divide en cinco sectores, cada uno con sus características particulares de acuerdo a la naciente de la que se suministra.

Vladimir Balsa, director del Comité de Riego de Misintá, estado Mérida.

“La distribución del agua se realiza de manera equitativa entre los socios, siguiendo un horario establecido para garantizar el suministro a todos. La comunidad cuenta con diversas fuentes de agua, como la laguna de humo, que se utiliza en épocas de sequía, y también creamos tanques de almacenamiento que garantizan la disponibilidad del recurso”, señala. 

El sistema de riego se organiza entonces también en turnos. Hay fincas con horarios fijos, que riegan los sábados, los miércoles y los domingos completos o hasta el mediodía. Otros sectores, siguen un esquema rotativo, recibiendo agua cada 4 días. Y aquel sector que cuenta con menos litros en sus tanques,  su turno de riego se asigna cada 7 días y por un tiempo limitado.

Esta situación obliga a los agricultores de este sector a realizar una planificación más cuidadosa para optimizar el uso del agua y evitar escasez en el futuro. 

“Decidimos migrar de unas pistolas que tenían un gran gasto de agua a un sistema de bajo consumo de agua, como micro aspersores y ellos nos garantizan que podamos hacer productivo en nuestros terrenos sin gastar tanto el agua”, menciona el ingeniero, Rafael Albarrán. 

De acuerdo a un informe de 2024 de la Fundación Agua sin Fronteras, la crisis hídrica de Venezuela, exacerbada por un modelo de desarrollo insostenible, está generando un impacto devastador en la salud pública y la seguridad alimentaria del país.

A pesar de la escasez de agua potable y los bajos rendimientos agrícolas, una porción significativa de las aguas subterráneas se destina al riego, evidenciando una gestión ineficiente.

Agricultores encierran un humedal para protegerlo del pastoreo en Misintá,
estado Mérida.

Biocarbón para el páramo: Fundación Senderos

“¿Cómo podemos guardar el agua en nuestros suelos?”, es la pregunta que la doctora Cherry Rojas hace a los niños de las escuelas en los pueblos de algunos páramos de Mérida. Como profesora de Botánica de la Universidad de Los Andes, forma parte de Fundación Senderos y del Jardín Botánico de Mérida. Junto a Daniel Velásquez, ingeniero electricista de Caracas y cofundador del proyecto, encontraron la respuesta en el biocarbón. 

Fundación Senderos nace en el 2015. En sus inicios se definió como una fundación interesada en el movimiento de construcción natural a través de tierra en Mérida. Pero con el tiempo, emprendió una misión: recuperar el conocimiento de los pueblos originarios y combinarlo con las últimas tecnologías para crear sistemas agrícolas resilientes y sostenibles, además de garantizar fuentes de energía renovables. Una práctica que permite no solo alimentar a las comunidades, sino también regenerar los ecosistemas y mitigar los efectos del cambio climático.

Daniel Velásquez, cofundador del proyecto, al lado de un horno que permite la producción de biocarbón.

La doctora Rojas explica que cuándo un carbón es visto a través de un microscopio, su estructura porosa lo convierte en una esponja que captura y retiene el agua. Esta agua, protegida de la evaporación, permanece disponible para las plantas durante períodos más prolongados. Además, sus poros albergan bacterias beneficiosas, como las fijadoras de nitrógeno, que enriquecen el suelo con nutrientes esenciales para el crecimiento vegetal.

Al incorporar biocarbón inoculado con bacterias a los suelos agrícolas, este equipo se dio cuenta de que podían mejorar su fertilidad y capacidad para retener agua.

“Nos dimos cuenta de que podíamos reducir la necesidad de fertilizantes sintéticos y optimizar el uso del agua de riego. Además, al prevenir la lixiviación de nutrientes, garantiza una mayor eficiencia en su utilización”, señala.  

Biocarbón utilizado para inocular suelos agrícolas producido por la Fundación Senderos en Mérida.

Otro de los problemas que enfrenta el estado es la deforestación de sus bosques prístinos por el uso de estos materiales en energía o cultivos, esto, sumado al incremento de temperaturas, ha generado la necesidad de buscar soluciones para así garantizar el futuro alimentario y la respuesta parece estar en la educación y la investigación.

La Fundación Senderos desarrolla una solución innovadora basada en la producción y uso del biochar. Todo comenzó con la construcción de estufas de biomasa que, además de proporcionar energía para cocinar, generaban biochar, un carbón vegetal con propiedades excepcionales para mejorar el suelo. Al darnos cuenta del potencial, decidimos enfocarnos en su aplicación en la agricultura, los mejores resultados los hemos obtenido del café”, comenta Daniel Velásquez. 

Mujeres, tierra y futuro 

Esta iniciativa además decidió crear la Casa Lumbre, una casa comunitaria construida con tierra y técnica plisada, que no está conectada al sistema de alcantarillado tradicional. En su lugar, utiliza un biodigestor que trata el 90% de los patógenos presentes en las aguas residuales. 

Posteriormente, esta agua es filtrada a través de un lecho de biocarbón y otros materiales naturales, eliminando cualquier contaminante antes de ser reutilizada para riego. Esta solución protege los ríos y también actualmente sirve como modelo para la comunidad, promoviendo prácticas sostenibles del agua en sus suelos.

En un contexto de crisis climática, el norte de Fundación Senderos se centra en la solución para la vivienda, agua, producción de alimentos y gestión de residuos, por lo que las comunidades se vuelven más resilientes y autosuficientes.

Sin embargo, también estableció una alianza estratégica con la Escuela Campesina Agroecológica La Mucuy, que ya trabajaba en la promoción de sistemas agroforestales y la siembra de café. Juntos, iniciaron un proceso de capacitación y asistencia técnica desde el 2022, en su mayoría liderado por mujeres campesinas.

Mayela Muñoz, habitante de La Isla, parte del proyecto de Fundación Senderos, agricultora y lideresa comunitaria.

Mayela Muñoz es una de esas mujeres. Ella reside en la comunidad La Isla del sector la Mucuy del municipio Santos Marquina. Allí logró perfeccionar sus técnicas agroecológicas. “Yo tengo algunas plantas de café que me fueron donadas y todavía no han dado su primera cosecha porque no le corresponde por el tiempo, pero entonces eso me sirvió de motivación, de inspiración para hacer algo más grande. Entonces, siempre trato que las mujeres, incluso de mi familia, no dependan de nadie, que sean productivas con su comida y vida”, explica. 

Antes de que Mayela conociera la iniciativa de la casa Lumbre de Fundación Senderos, ella hacía abono agroecológico con el carbón y los desechos de comida que sobraban en su casa, una mezcla de varios restos orgánicos, como conchas de plátano, naranja, sobrante de las frutas y verduras, llamado comúnmente en la zona como “bocashi”.  

La fundación logró trabajar con aproximadamente 12 familias. Seis mujeres fueron líderes de esos hogares que se beneficiaron del proyecto que se llevó a terreno en el 2023 y sembraron 10 mil plantas, aproximadamente, en el sector de la Mucuy y más 8 mil en inmediaciones externas al sector.

Inmediatamente después, un grupo ya más reducido de cuatro mujeres decidió darle continuidad a eso y en este 2024 iniciaron un segundo vivero, en el que se busca incentivar de nuevo el cultivo del café de especialidad comerciable “Mucu y Café”.

Grano de café, parte del cultivo de las líderes comunitarias en cuyos suelos se ha implementado el uso del abono agroecológico del carbón apoyado por
Fundación Senderos en el estado Mérida.

La presidenta de la Fundación Jardín Botánico, Zuleima Molina, es una de estas últimas cuatro, una científica que lleva sus conocimientos y técnicas de investigación para aplicarlas en su hogar, una granja sostenible y de agricultura orgánica creada desde hace 24 años. 

El enfoque que tiene Molina de hacer su casa un recinto de autosustento de forma agroecológica es fortalecer toda su iniciativa sin usar ningún tipo de químico para tratar el suelo. La cría de animales de la granja tiene un gran objetivo, el cual es producir estiércol controlado para así usar la técnica del biochar aprendida de la mano de Fundación senderos para aplicarla en sus cultivos. 

“Llegamos muchas mujeres solas por esas casualidades del destino, del universo que juega así, y cada una pues con esa visión de cuidar el ambiente, de ser amigables con el ambiente, unas íbamos más conectadas con la tierra, otras más a nivel espiritual, otras pero siempre digamos que buscando ese equilibrio con el cosmos, con la tierra, con la gente, con lo social. Y aquí nos quedamos, aquí nos quedamos. Hace 24 años no entra un químico, es un lugar totalmente orgánico, pero cuando digo totalmente orgánico es totalmente orgánico, ni siquiera agroecológico, es orgánico”, reiteró.

Molina es una de las varias mujeres de la comunidad que apostó por seguir realzando el liderazgo de las mujeres por medio de técnicas y costumbres que les permiten perfeccionar sus intereses. En cada una de ellas ha nacido un emprendimiento desde champiñones, setas e incluso bioinsumos.

Actualmente, la doctora tiene una hectárea con 1,500 plantas de café y, a pesar de no estar vinculada con los productores agrícolas debido a la pandemia, logró producir café por su cuenta. Considera que cada vez que planta un árbol, una planta u obtiene algún producto de alguno de sus animales, es como su propio caso de estudio.

Doctora Zuleima Molina, presidenta de la Fundación Jardín Botánico, científica y
agricultora agroecológica del estado Mérida.

El agua como un hilo conductor 

A través de técnicas sustentables en comunidades como Misintá y la Mucuy se construyen sistemas más resilientes, combinando la agroforestería y cultivos, pero mejorando a su vez, la fertilidad de los suelos.

Así lo determina Isaac Ruiz, consultor internacional de Permacultura tropical, especializado en diseño hidrológico. Para él, quién además está involucrado en proyectos como el de Fundación Senderos, la optimización del uso del agua, que permite ser distribuida a los cultivos, animales y estructuras de manera eficiente, evitan la erosión del suelo, promoviendo la biodiversidad y la adaptación al cambio climático.

“Esto es permacultura, una filosofía que busca crear sistemas agrícolas sostenibles a largo plazo, es fundamental en nuestro trabajo. Al manejar de manera holística el medio ambiente, podemos mejorar la calidad de vida de los campesinos y asegurar la salud de nuestros ecosistemas”, expone. 

De acuerdo al último informe de la ONU sobre el desarrollo de los recursos hídricos en el mundo “Agua y prosperidad para la paz”  del año 2024,  actualmente casi la mitad de la población mundial sufre escasez de agua al menos durante parte del año. 

Una cuarta parte de la población mundial se enfrenta a niveles de estrés hídrico extremadamente altos y utiliza más del 80 % de su suministro renovable anual de agua dulce. El futuro entonces parece incierto para la agricultura, un motor socioeconómico clave para el crecimiento sostenible y la seguridad alimentaria. 

Isaac Ruiz, especialista en diseño hidrológico y adaptación al cambio climático.

Estos proyectos han generado un gran entusiasmo entre los más jóvenes y las comunidades. Fundación Senderos ha estado en más de seis escuelas con aproximadamente 200 niños, quienes se han convertido en espacios de aprendizaje y experimentación. 

Mientras, a la par, mujeres como Ligia y Raquel en sus propias comunidades han llevado el aula a la naturaleza, considerando que respetar la espiritualidad es vital para entender el ciclo de la vida y garantizar la existencia próxima de las nuevas generaciones. 

Hija de la comisaria actual del Comité de Riego y aprendiz de siembra de agua
en Misintá, estado Mérida.

Este contenido fue realizado como producto periodístico dentro del programa de becas “Redsonadoras”, organizado y desarrollado por la Red de Periodistas Venezolanas (RDPV). Conoce otra de las historias becadas aquí.