Cuidado

Las labores de cuidado se triplican sobre los hombros de las mujeres

Para poder crecer, alguien tiene que cuidarnos. Sobrevivimos a nuestra infancia y llegamos a la adultez porque alguien nos cuidó en el pasado. Si tenemos alguna condición de salud, podemos sobrellevarla gracias a que alguien nos cuida. Y ese alguien, la mayoría de las veces, es una mujer.

En todo el mundo, 708 millones de mujeres están fuera de la fuerza laboral debido a responsabilidades de cuidado no remuneradas, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En contraste, solo 40 millones de hombres están en una situación similar.

En Venezuela, un análisis publicado en 2024 por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estima que 15,4 millones de personas trabajan en labores de cuidado no remunerado en los hogares del país y, de este total, 10 millones son mujeres. Según el estudio, el 88,7% de las mujeres mayores de 10 años en Venezuela hace trabajo doméstico no remunerado en su hogar o fuera de él. Las mujeres dedican 6 horas y 18 minutos diarios a estas actividades, 75% más tiempo que los hombres.

Quienes ejercen labores de cuidado resuelven las necesidades físicas, psicológicas y emocionales de otras personas. Desde una perspectiva más específica, cuidar implica estar a cargo de otras personas dependientes: niños, niñas, personas con discapacidad, con enfermedades crónicas o personas mayores que no pueden cuidarse por sí mismas, lo que impide que quien cuida pueda trabajar remuneradamente. Las mujeres que se dedican al cuidado contribuyen al desarrollo, pero especialistas destacan que su labor no es reconocida ni recompensada.

Recientemente, el debate sobre el cuidado ha ganado terreno en la agenda global. Aunque ya estaba presente, previamente se referían al cuidado como “trabajo doméstico” o una “doble jornada”, que recaía sobre las mujeres debido a los estereotipos de género y la división sexual del trabajo, asegura Alba Carosio, profesora y coordinadora de la Maestría en Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Para la experta, la pandemia de covid-19 fue el principal evento que potenció el discurso sobre el cuidado al mostrar su relevancia para el sostenimiento de la sociedad.

“Fueron las mujeres en sus casas quienes mantuvieron diversos servicios, tanto los servicios que tienen que ver con la educación, cuando acompañaron a sus hijos con la formación que se hacía online, y luego tomaron muchísimas medidas de salud, de cuidado de la higiene, para minimizar los contagios. El trabajo que se hacía fuera de la casa también entró en la casa, y eso duplicó, triplicó, cuadruplicó el trabajo del hogar, de la limpieza, además de otras medidas más fuertes. Eso hizo evidente la importancia del cuidado en la sociedad. Siempre estuvo ahí, pero con la pandemia se hizo más claro”, explica.

Desde antes de la pandemia, las mujeres en América Latina y el Caribe ya dedicaban el triple de tiempo que los hombres al trabajo de cuidados no remunerado, y la creciente demanda de cuidados agravó su situación, según ONU Mujeres, la entidad de Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer, y Comisión Económica para América Latina (Cepal). Aunque la pandemia impulsó la agenda del cuidado, todavía es una labor invisibilizada. Hacer visibles los cuidados es, precisamente, una de las principales tareas del periodismo y de los medios de comunicación, según Carosio.

“Hay un sinnúmero de tareas que se hacen en una casa, y a veces fuera, porque el cuidado que las mujeres ejercen sobre su familia no es solamente dentro de la casa. Hay un cuidado social que tiene que ver con acompañar al médico, con estar pendiente de todas las indicaciones. Eso se hace tan rutinariamente que no se ve ni se valora. La función de los medios de comunicación es mostrarlo, hacerlo más evidente”, expresa.

Destacar la corresponsabilidad en el cuidado

En el caso de los cuidados directos a personas dependientes en Venezuela, el estudio publicado por el BID indica que el 22,6% de las mujeres provee cuidados directos a niños, personas mayores, personas con discapacidad o enfermedades, una proporción que es casi tres veces mayor a la tasa de participación de los hombres en ese tipo de actividades.

Quienes cuidan a niños, niñas y adolescentes con enfermedades crónicas en el principal hospital pediátrico de Venezuela, el J.M. de los Ríos, son mujeres (98%), según un informe de la organización no gubernamental Prepara Familia publicado en 2023. Ellas se encargan del cuidado físico y emocional de sus hijos, de la higiene, de la gestión de recursos para conseguir medicamentos y muchas veces de sustituir al personal auxiliar de salud, pero no reciben incentivos ni apoyo económico. Tampoco pueden trabajar porque el cuidado absorbe todo su tiempo.

Frente a estas realidades, la labor de los medios va más allá de solo visibilizar las tareas que recaen sobre las mujeres: para la profesora Carosio, también es función del periodismo recordar que el cuidado es un trabajo que debe ser acompañado por toda la sociedad.

Tiene que haber una corresponsabilidad, tanto de la familia a la que pertenecen el niño o la niña y la mujer, como también de toda la sociedad, porque hay cosas que la sociedad debiera hacer: dar apoyos materiales, hacer más fáciles las tareas. Para eso la humanidad evoluciona, no para que estemos como en una época antigua que había que cargar agua, que había que juntar leña para hacer la comida y los hombres tenían que cazar. Realmente el acompañamiento y el apoyo social son indispensables. Cuando hablamos de corresponsabilidad, hablamos de la familia pero también de la sociedad toda a través de sus instituciones, tanto las públicas como las privadas”, añade la investigadora sobre feminismo e igualdad.

Para la experta, los medios de comunicación pueden mostrar de qué maneras la sociedad puede hacerse corresponsable en las labores de cuidado. Destaca como ejemplo cómo algunos países asignan un ingreso mensual para las mujeres que acompañan a sus hijos, hijas o familiares con enfermedades crónicas y cómo conciben sistemas para aliviar la carga que asumen las mujeres cuidadoras.

“Otro ejemplo es un sistema de apoyo que por lo menos les permita a esas mujeres que están 24 horas al lado de la cama de un niño, o 24 horas llevándolo y trayéndolo del tratamiento, luego encargándose del alimento y de la higiene necesaria para que esos niños sigan viviendo y haciendo diferentes actividades, tener dos o tres veces por semana unos tiempos de descanso, que (quienes son cuidados) quedaran en manos de personas experimentadas que pudieran hacer esa tarea una parte del día para que ellas pudieran descansar”, señala.

Educar desde la perspectiva de género

Hablar de corresponsabilidad significa mostrar cómo los cuidados deben ser compartidos por personas de las familias, las comunidades, las empresas y el Estado: se trata de reconocer, reducir, redistribuir, recompensar y representar el trabajo de cuidados. En el caso del hogar, debe aumentar el trabajo de cuidados por parte de los hombres para que el reparto de las tareas sea equitativo.

“Sin duda también hay que promover la responsabilidad de los padres, porque generalmente quienes cuidan son las mujeres, y muchas de ellas están solas porque ocurre que el padre no se responsabiliza frente a un niño o niña que tiene algún problema. Hay padres que frecuentemente huyen. Socialmente se tiene que entender que eso no es lo correcto y que debe haber alguna sanción moral. Todo eso también es cuestión de educación, y los medios de comunicación son medios que educan. La comunicación tiene también una función educadora”, agrega la profesora Carosio.

Esta función educadora fue reconocida en 1995 con la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, una hoja de ruta acordada por 189 países, durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, para lograr la igualdad de derechos para las mujeres y niñas de todo el mundo. Una de sus áreas de acción trata sobre los medios de difusión, identificados como importantes “medios de educación” capaces de promover una imagen equilibrada y no estereotipada de las mujeres, así como de potenciar su papel en la sociedad.

Para alcanzar ese último objetivo, la Declaración de Beijing exhorta a los medios a introducir la perspectiva de género en todas las cuestiones de interés para la sociedad y a “fomentar la participación en pie de igualdad en las responsabilidades familiares”, mediante campañas que hagan hincapié en la igualdad de género y en la exclusión de los estereotipos basados en el género de los papeles que desempeñan las mujeres y los hombres dentro de la familia.

Treinta años después de la Declaración de Beijing, surgen nuevos desafíos: la violencia en línea contra las mujeres crece mientras la inteligencia artificial generativa populariza estereotipos discriminatorios, según un análisis de ONU Mujeres. Pero los medios siguen teniendo un papel crucial ante viejos y nuevos retos para construir un mundo más justo.

“Si queremos hacer una sociedad más justa, más humana, donde todas y todos cumplamos con nuestras responsabilidades y las compartamos con otros y otras, deben disminuir y desaparecer los estereotipos de género, que hacen que los hombres se comporten de una manera, a veces poco afectiva, y las mujeres al contrario. Cuando no puede cumplir los estándares exigentísimos que la sociedad le impone a una madre o una mujer, ella luego se siente culpable. Hay estándares de belleza y hay estándares de comportamiento. En seguida si un niño se porta mal o tiene problemas, culpan a la madre. Pero hay un cúmulo de personas que educan, no solamente las madres”, afirma la profesora Alba Carosio.

“Hay mucho que los medios de comunicación pueden hacer en materia comunicativa, que en realidad es educativa, porque los medios modelan conductas y pueden incluso, con el tiempo, no de inmediato, cambiarlas, transformarlas. Ojalá sea para mejor, para una sociedad más justa”.

Centro Zerolo

Un centro comunitario se abre como espacio seguro para derribar estigmas del VIH

El Centro Comunitario Pedro Zerolo nació en la cabeza de Estephany Herrera. Lo soñó como una casa para acoger a quienes viven con VIH, pues cuando a ella misma le llegó el diagnóstico, lo que más recuerda es que esos primeros años fueron muy solitarios.

Sin tener con quién hablarlo, con los miedos propios de una enfermedad tan estigmatizada, el camino se veía poco esperanzador. Sin embargo, ese lugar pasó de la cabeza de Estephany a ser una idea tangible que hoy recibe a decenas de personas que buscan en el arte un refugio para vivir libres de prejuicios. 

“El centro comunitario empieza acá, en mi cabecita, como una idea para comenzar a sentirse como un lugar de protección, un lugar de pares, un lugar de conversación, un lugar de divertimento y de formación”, comenta Herrera, coordinadora del centro, a Redsonadoras.

Como una persona que convive con VIH desde hace 13 años, a Estephany le faltaba alguien con quien conversar o un lugar donde pudiera sentirse libre y acompañada. Y poco a poco junto a amigos y colaboradores este centro comunitario, ubicado al oeste de Caracas, ha dado las pinceladas necesarias para convertirse en lo que se imaginó.

El sueño se materializó gracias a una convocatoria del Gobierno de Las Canarias, en España. Estephany participó, armó el proyecto y resultó ganador. Esto le dio las piernas y los brazos que el centro necesitaba para comenzar a andar en diciembre de 2024 y ser un espacio seguro. 

El centro Zerolo ya empieza a ser testigo de sus primeros milagros: ver cómo las personas llegan siendo tímidas y luego con las clases de actuación notan una evolución, comienzan a hablar en público de forma más natural, se integran a los grupos de apoyo y comparten cosas que en otros lugares sería impensable, por ejemplo, lo tedioso que resulta tener que cumplir diariamente con el tratamiento, lo complejo, lo doloroso, los saberes propios de su experiencia. Para quienes le dan vida al centro el encuentro entre pares es su razón de ser.

Un desierto para las mujeres 

Para Estephany el camino hoy es distinto. En ese sentido, cuenta que no es lo mismo una chica de 20 años con un diagnóstico de VIH, que una mujer de 36. “Uno se va armando, se va empoderando, tiene otras herramientas, uno sabe con quién comunicarse, a dónde ir, a dónde no ir, qué batallas dar, hasta dónde dar esas batallas, entonces eso te va dando también compañía. Y tener formación, insisto, eso te da mucho coraje”, dice.

Para ella la formación ha sido clave, sobre todo, por esas mismas ansias de entender lo que la academia aún no le ha dado. Se hizo enfermera y después cursó un postgrado en Investigación Clínica, luego una maestría en Estudios y Políticas de Género, así como un diplomado en VIH, ITS (Infecciones de Transmisión Sexual) y en educación sexual integral.

A pesar de que el camino para Estephany hoy está más acompañado, a nivel de salud aún hay desiertos, pues señala que en materia sanitaria falta mucho por hacer desde una perspectiva de género.

“Hay unos vacíos tremendos que todavía no han entrado en disputa, hay un camino que todavía no está resuelto, a las mujeres que vivimos con VIH nos tratan por iguales a sabiendas que nuestros cuerpos son distintos a los masculinos, que pasamos por otras hormonas, que pasamos por otros procesos mucho más complejos como son las maternidades. No se nos está investigando, no existen muchas investigaciones”, reprocha. 

Ahora el centro hace una campaña para lograr atraer a más mujeres, pues por ahora la mayoría de sus asistentes son hombres de la comunidad LGBT. Las razones para sus fundadores es que casi siempre detrás de un diagnóstico de una mujer con VIH hay un proceso de violencia, lo que hace que sean mucho más reservadas y tiendan a aislarse.

“Nos cuesta muchísimo que vengan. Nosotros estamos haciendo justo una campaña para ir conociéndolas, pero es un proceso. Hay que llenar la confianza, hay que decir que hay un centro, que hay un lugar seguro, protegido, pero bueno, es un caminito que hay que hacer”, dice Estephany.

El Centro Comunitario Pedro Zerolo sueña ahora con una casa, saben que tomará tiempo y paciencia, pero desde ya la imaginan. 

Por ahora, construye una comunidad que crece y que se apoya, le da trabajo a amigos y activistas y se erige desde el optimismo. Para su fundadora uno puede rescatar desde los lugares y “los lugares también los hace uno” y desde allí se aferra para hacer del centro un espacio seguro, lleno de amor y de esperanza.

Mucho por hacer

Estephany estuvo 13 años en Argentina y desde allá sentía que quería hacer cosas buenas para Venezuela. “Yo tengo que volver a mi país, comenzar a hacer algo, no puede ser que yo me he formado y mi país está como desahuciado, tenía ese sentimiento como de deuda conmigo misma. Entonces dije: si yo hago un proyecto lo tengo que hacer en mi país”, se decía.

Para la fundadora del centro Pedro Zerolo existía la necesidad de transformar eso que nació como una tristeza, una dolencia, una especie de “muerte segura” y convertirlo en un sitio donde pudieran reír, conversar, ser cómplices y aliados. A su juicio la razón de esa tristeza era no contar con información, apropiada, estar sola, lidiar con el estigma y la desinformación.

Jhorman Vera, coordinador general del área artística, indica que les llena de mucha alegría que este sea el primer centro comunitario para personas que viven con VIH. Al principio costó que la gente llegara, y dice que esto era debido al mismo temor al estigma, sin embargo, ahora muchos van y toman los cursos artísticos, de maquillaje o de dramaturgia, para expresarse y pasar un rato agradable.

“Hay personas que pasan aquí todo el día desde desde la mañana en un taller y se terminan yendo a final de la tarde porque la pasan bastante bien acá. También vienen personas LGBT, personas que no necesariamente conviven con VIH y que solo son aliadas”, comenta Vera.

El centro tiene tres áreas de trabajo: una de salud que cuenta con una consejería psicológica la cual ofrece sesiones gratuitas individuales y grupales, así como pruebas rápidas para detectar enfermedades de transmisión sexual; una cultural en la que se organizan talleres artísticos, de escritura creativa o cineforos y un área que se dedica a archivo.

Para Estephany mientras más se hable del tema y se naturalice pues será más fácil para quien lo vive, y también más sano y más fluido si quisiera develar su diagnóstico. “El estigma realmente es el que mata a las personas, las personas se suicidan cuando tienen un diagnóstico o se echan a morir, como quien dice, precisamente por la desinformación y el estigma”, apunta. 

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La gira Género En Foco Universitario llevó formación para un periodismo más equitativo

La Red de Periodistas Venezolanas realizó la gira Género En Foco Universitario, una serie de talleres destinados a sensibilizar sobre la importancia de incorporar la perspectiva de género en el periodismo local y promover la formación desde las aulas. Esta gira recorrió tres ciudades del país: Puerto Ordaz, Caracas y Maracaibo, entre el 24 de febrero y el 10 de marzo de 2025.

El primer taller se celebró en Puerto Ordaz, en la Universidad Católica Andrés Bello núcleo Guayana, el 24 de febrero. Allí, Valeria Pedicini y Gabriela Rojas, impulsoras de la Red de Periodistas Venezolanas, estuvieron a cargo de la actividad para compartir su experiencia personal y profesional sobre la necesidad de encontrar espacios de formación en las universidades que desde antes del ejercicio profesional promuevan en los y las estudiantes, un periodismo más equitativo.

“La gente agradece mucho que nos hayamos tomado el tiempo para hablar de estos temas. A pesar de que los encuentros en línea ayudan un montón, nada se compara con la presencialidad. No hay nada como eso”, expresó Pedicini.

El evento en Puerto Ordaz se realizó en alianza con la Escuela de Comunicación Social de la UCAB Guayana y su directora, María de los Ángeles Ramírez, como parte de un ciclo de talleres intersemestrales. Además, contó con la participación de integrantes de la Cátedra Libre Teresa de la Parra, un espacio de investigación académica sobre género, lo que permitió ampliar el debate más allá del ámbito periodístico.

Para Pedicini, el mayor valor de estos encuentros fue descentralizar la formación en periodismo con perspectiva de género. “Si ya de por sí todo lo relacionado con formaciones e incluso oportunidades laborales se centra en Caracas, que podamos ir hasta las regiones, a estas ciudades, a dar talleres en universidades donde sabemos que hay un vacío de formación en temas de género, es súper importante. Yo creo que eso fue lo más valioso”, concluyó.

El siguiente taller tuvo lugar en Caracas, en la Universidad Central de Venezuela, el 26 de febrero. En esta oportunidad, las panelistas explicaron que el periodismo con enfoque de género busca cuestionar las prácticas tradicionales que perpetúan las desigualdades y promover una cobertura más equitativa. 

Gabriela Rojas explicó que uno de los principales sesgos sexistas en la cobertura mediática se encuentra en el uso del lenguaje, ya que en muchas ocasiones, refuerza estereotipos y perpetúa la invisibilización de las mujeres. 

“El uso del masculino genérico para referirse a ambos géneros es una práctica común que excluye a las mujeres, generando una percepción de que su presencia es secundaria o irrelevante. Además, el empleo de términos despectivos o sexualizados para describir a las mujeres refuerza estereotipos que las reducen a su apariencia o a su rol tradicional en la sociedad, mientras que sus logros y capacidades suelen quedar relegados a un segundo plano. En este sentido, la omisión de las mujeres en las narrativas informativas es otra forma de sesgo que contribuye a su invisibilización”, sostuvo en su intervención.

El enfoque de género también prioriza la protección y el bienestar de quienes comparten sus historias, al evitar la revictimización y narrar los acontecimientos con sensibilidad, para minimizar cualquier posible daño psicológico o emocional a las personas involucradas.

“Este periodismo no deja a nadie por fuera y reconoce el poder de la palabra en la construcción de realidades. Nombrar a todas las personas y grupos es un acto de reconocimiento y visibilización, fundamental para una comunicación más equitativa”, resaltó Rojas.

Pedicini resaltó el interés genuino que despertó el taller entre los asistentes. “Cuando salimos del taller, mucha gente se nos acercó para preguntar sobre la Red, sobre qué hacíamos. También nos hicieron comentarios como: ‘¡Qué fino que hagan esto!’, ‘¡Qué importante!’. Y eso nos pareció excelente, porque no solo fueron a escuchar la charla y ya, sino que la gente se nos acercó, interesada en la información y en lo que hacemos”, añadió.

La gira culminó en Maracaibo, en la Universidad Rafael Belloso Chacín (URBE), el 10 de marzo. En esta ciudad, Wendy Racines y Francis Peña, también impulsoras de la RPV, fueron las encargadas de moderar los talleres. 

Francis Peña destacó que uno de los aspectos fundamentales del periodismo con enfoque de género es que no necesita una sección específica para abordar temas relacionados con las mujeres, de hecho, la inclusión es transversal, permanente y sistemática en todos los contenidos y discusiones que se generan. 

A su criterio, no se trata de cubrir exclusivamente “temas de mujeres”, sino de aplicar una perspectiva de género en todas las áreas del periodismo, para que la equidad sea un principio rector en la producción de noticias.

Para finalizar, se llevó a cabo un panel de preguntas y respuestas con Rosmina Suárez y María José Túa, dos miembras locales de la RPV. Durante la sesión, Suárez dijo que en la Red encontró “su tribu, su manada”, y compartió su experiencia como beneficiaria de las becas de producción de la Red y su trabajo en el ámbito del periodismo con enfoque feminista.

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Narrar Fronteras culminó con la publicación de cuatro investigaciones periodísticas

El programa Narrar Fronteras de la Red de Periodistas Venezolanas llegó a su fin con la publicación de cuatro investigaciones periodísticas, resultado de la formación de periodistas especializadas en temas fronterizos y de derechos humanos, con enfoque de género. 

A través de siete sesiones de formación, se abordó la cobertura de migración hasta la perspectiva de género con el foco puesto en la vida de las fronteras, además de abordar temas cruciales como el tráfico de personas, el acceso a derechos en zonas fronterizas y la seguridad integral para los y las periodistas que cubren estos contextos.

De las 40 personas interesadas en participar en el programa, 31 obtuvieron su certificado de participación tras cumplir con los requisitos del programa. Ocho de estas participantes, además, fueron beneficiadas con acompañamiento editorial para desarrollar proyectos periodísticos colaborativos, los cuales se centraron en temas cruciales sobre la realidad fronteriza.

Durante el proceso de formación, las participantes no solo adquirieron nuevas herramientas y conocimientos, sino que también formaron una comunidad comprometida que sigue creciendo. A través de la construcción de alianzas con otras organizaciones, se organizaron dos forochats adicionales para reforzar la interacción y el aprendizaje compartido, abordando temas como el storytelling creativo junto a La República TV y la seguridad digital para periodistas con RedesAyuda. 

Los cuatro trabajos periodísticos finales fueron:

“En Güiria la mar deja cicatrices: historias de las que se fueron y las que se quedaron”, un reportaje multimedia que narra las historias de migración forzada y tráfico de personas de mujeres que intentaban migrar desde Güiria, Venezuela, hacia Trinidad y Tobago. Las autoras, Nairobi Rodríguez y Danielly Rodríguez, se centraron en detalles de las vidas de Unyerlin, Dielimar y Fiannelys, tres venezolanas que desaparecieron en el mar, y la de sus familias, que siguen imaginando cómo sería la vida con ellas.

“Enfermedades de transmisión sexual: asesinas silenciosas en el territorio wayuu”, este podcast producido por Ana Karolina Mendoza y Sailyn Fernández profundiza en la problemática de las enfermedades de transmisión sexual entre las comunidades wayuu, y cómo la desinformación, el temor a la estigmatización y los tabúes culturales son las principales brechas para prevenir y paliar las ETS en la frontera colombo-venezolana.

Otro tema que se enfoca en las comunidades indígenas fue “Mujeres wayuu enfrentan violencia obstétrica y exclusión en la frontera colombo-venezolana”, un reportaje multimedia que examina cómo las mujeres wayuu enfrentan la violencia obstétrica y la exclusión en el acceso a la atención médica, las barreras culturales, legales y estructurales que dificultan el ejercicio pleno de sus derechos en la movilidad binacional de Colombia y Venezuela. Las autoras Betsabé Molero, María Fernanda Padilla y Génesis Daniela Prada contaron la historia de Fabiana y otras mujeres wayuu, quienes diariamente sortean bloqueos, trochas peligrosas y violencia obstétrica, mientras son tratadas como migrantes irregulares, negándoseles su identidad ancestral.

Y el cuarto trabajo realizado como parte de las becas fue “Que aparezca mi muchacho”, a través de un podcast, la investigación de Kaoru Yonekura y Walter Molina documenta la desaparición de migrantes venezolanos, en medio de las dificultades propias de la migración y el tráfico de personas en la región fronteriza. A lo largo de los capítulos, cuentan lo que ocurre en las trochas y las duras realidades que enfrentan quienes huyen en busca de un futuro mejor.


Todas estas investigaciones están disponibles en la página web www.redsonadoras.com.

Lisa Henrito

Aplausos para Lisa: una historia de liderazgo femenino indígena

Compartimos esta historia como un ejemplo de transición pacífica del poder, tradición y liderazgo femenino, en la que una capitana pemón es celebrada por otras mujeres y hombres de su comunidad debido a su trabajo impecable y su compromiso. Lisa Henrito deja su cargo rodeada de figuras de autoridad para su pueblo, junto a su gente, sentados en la misma mesa.


⸺Vamos a darle un aplauso a la Junta directiva saliente, a la capitana Lisa Henrito y su equipo ⸺ expresó el encargado de conducir la juramentación de Ángel Williams, quien sucedió a Lisa Henrito al frente de la Capitanía de la comunidad indígena pemón de Maurak en la Gran Sabana.

Corría el primer domingo de enero de 2025, habían transcurrido cuatro años, ni un día más ni uno menos, desde que Henrito fue juramentada como autoridad legítima de la comunidad indígena pemón de Maurak en la Gran Sabana, en el sureste extremo de Venezuela, a 12, 5 kilómetros de Santa Elena de Uairén y similar distancia de la frontera venezolana con Brasil.

Ella es una lideresa indígena recocida como defensora de la naturaleza y de los derechos colectivos e individuales de su pueblo. Efecto Cocuyo la incluyó entre las Mujeres que brillaron en 2021 por su determinación en la defensa del territorio y su pueblo aun ante las limitaciones pandémicas y los retos del contexto país. Él es un joven formado en Electrónica. Se desempeña como gerente del Aeropuerto Internacional de Santa Elena de Uairén. Fue capitán una vez.

Aplausos…

Los habitantes de Maurak son en su mayoría adventistas. Comienzan la semana el domingo, después del descanso del sábado. La ceremonia se realizó en la Casa Comunal, una construcción de dos aguas, techada en láminas metálicas, cerrada por medias paredes a través de la cuales se colaba el aire cálido del mediodía, se veían las plantas de cambur y guamo y asomaban algunos de los miembros de la comunidad.

Lisa Henrito cuando fue nombrada capitana. Fotografía de Lisa Henrito. Extraída de Revista SIC.

Una mesa para todos y todas

Terminado el reconocimiento subieron a la tarima, menos de un metro por encima de los asistentes, los representantes del Consejo Electoral Comunal, de la junta directiva saliente, incluyendo a la capitana, y una representación del Consejo de Ancianos, el órgano asesor de más alto nivel dentro de la organización comunitaria tradicional. En ese orden se sentaron detrás de la mesa principal, tan larga que había espacio para todos. Abajo, las primeras filas de un lado estaban reservadas para los capitanes comunales y sectoriales (el pueblo indígena pemón de la Gran Sabana está organizado por sectores y estos por comunidades) y del otro, los representantes de las instituciones civiles y militares y los particulares invitados.

A partir de las primeras dos o tres filas se desplegó la asamblea.

En Maurak habitan 1.737 personas. Cientos se refugiaron en las comunidades indígenas del lado brasileño, tras los hechos del febrero de 2019, de la intervención de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana ante el ingreso de la ayuda humanitaria que consideró un agravio a la soberanía.

⸺Cada persona que yo invité es porque de una manera u otra apoyó este proyecto social. Acérquense, por favor, los que están allá lejos, para que nos escuchemos ⸺dijo Lisa Henrito, en su última intervención como capitana de Maurak.

⸺Felicitaciones a la capitanía saliente por el trabajo, ha sido una gran bendición para la comunidad e igual felicitaciones para la capitanía entrante ⸺dijo el pastor adventista Alexander Martínez, quien advirtió que, sin entrar en temas políticos, era oportuno reflexionar con respecto a la autoridad como condescendencia divina cuyo ejercicio implica el reconocimiento de la superioridad de Dios.

Martínez llamó a los dos capitanes, la saliente y el entrante, y los bendijo. Williams al lado de Henrito, de ojos cerrados y cabezas inclinadas. El nuevo capitán llevaba una sencilla camisa marrón, mientras que Henrito, vestida de verde, llevaba un collar de tejido típico en negro y amarillo, como el plumaje de un turpial, el pájaro nacional.

Comunidad Maurak

Kelly Lezama, el segundo capitán de la junta saliente, prefirió despedirse con una breve reseña en torno la historia fundacional y el nombre de la comunidad. Refrescar la memoria.

Hace 78 años, ante la llegada de “la civilización”, de los misioneros católicos y la Inspectoría de Fronteras, al cerro Akurimä, al lugar en donde hasta ese momento se habían concentrado buena parte de las familias pemón de esta región de la Gran Sabana, los abuelos y los líderes decidieron internarse a las nacientes del río Uaiyén (para los no indígenas Uairén), hacia donde tenían los conucos, cazaban y pescaban. Usaban el tejido del bejuco conocido como maurai, la liana con la que se teje la nasa de pescar. Por eso el nombre de la comunidad.

Los de Maurak continúan viviendo de sus conucos, cosechan las piñas más dulces, yuca dulce y amarga, cambur, plátanos, granos, pescan, son maestros o enfermeros. La comunidad cuenta con tres instituciones educativas y un ambulatorio. Ante la crisis y la proliferación de la minería al sur del Orinoco, cada vez más personas van a las minas distantes, pero los jóvenes de Maurak, hombres y mujeres, practican fútbol y sueñan con hacerse atletas profesionales en lugar de mineros.

En ese sueño se enfocó la gestión que culmina y en la constitución de alianzas para proyectar y materializar soluciones a las principales urgencias de la comunidad: servicios de agua, salud.

Lisa Henrito antes de colocarle la bufanda a Ángel Williams en la Casa Comunal de la Maurak, comunidad indígena pemón en la Gran Sabana, Venezuela. Un sencillo símbolo que identifica el traspaso de la autoridad de la saliente al nuevo capitán. Fotografía: Morelia Morillo.

Una ceremonia pacífica

El cronograma electoral se activó en abril con la apertura del Registro que contabilizó 1.500 electores. De las elecciones, celebradas en diciembre pasado, participaron 467 personas. Ángel David Williams fue electo con 203 votos. Una vez leída, el acta fue firmada por el presidente y secretario del Consejo Electoral y por los capitanes saliente y entrante. Los que se despedían entregaron las bufandas blancas que en esta oportunidad identifican a los responsables de cada uno de los cargos y abandonaron la mesa y los recién juramentados tomaron los puestos.

Ángel Páez, capitán general del Sector 6-Akurimä, felicitó a la capitana Henrito y a su equipo por hacer el trabajo para el cual habían sido electos “y hacerlo bien” y recordó que se trata de una labor a tiempo completo, 24 horas, los siete días de la semana, los 365 días del año.

De acuerdo a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas y el Reglamento Sectorial, juramentó a Ángel David Williams.

Culminada la ceremonia, la comunidad, sus líderes e invitados compartieron el almuerzo, el tumá, el consomé típico de los pemón, hecho de cacería o pesca, mucho ají y una pizca de sal.

Narrar Fronteras Guiria

En Güiria la mar deja cicatrices: historias de las que se fueron y las que se quedaron

En las costas que separan Güiria y Trinidad y Tobago navegan testimonios de mujeres que desaparecieron o murieron en el mar, en medio de la migración forzada y el tráfico de personas. Y de mujeres que quedaron en tierra firme, en el naufragio del dolor y la pérdida. Esta investigación reúne las historias de Unyerlin, Dielimar y Fiannelys, tres venezolanas que partieron desde Güiria, pero jamás llegaron a su destino; y de sus dolientes, que siguen soñando cómo sería la vida con ellas.


Una vez al año Amarilis canta. Cada 14 de septiembre se levanta a las cuatro de la mañana, enciende una vela y, en el medio de la sala de su casa, a viva voz, entona el cumpleaños feliz para su hija Unyerlin. Pero ella ya no la escucha, ya no está. Desapareció en el mar.

En su pequeña vivienda ya no quedan rastros de su hija. La estructura de bloques y techo de zinc, está ubicada en una barriada de calles de tierra en Cumaná -la capital del estado Sucre, al nororiente de Venezuela- Allí ya no hay prendas de vestir, ni retratos de la joven. Pero su recuerdo arropa todo.

Amarilis Velasquez junto a su nieta Xavielys frente a su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.

Unyerlin Velásquez tenía solo 16 años de edad cuando zarpó junto a otras personas en un pequeño bote pesquero de madera llamado Jhonaili José . Era martes, 23 de abril de 2019. Partían desde el puerto de Güiria, un poblado costero de Sucre, con destino a Trinidad y Tobago.

En promedio, una embarcación tarda cuatro horas y 45 minutos en recorrer los  137 kilómetros que separan el último rincón de Sucre, hasta la isla antillana.

Es una distancia que no cuenta la travesía física y emocional que implica para las mujeres, en su mayoría jóvenes o adolescentes, atravesar esta frontera, forzadas por circunstancias como el hambre y la falta de oportunidades. A menudo, atrapadas en redes de tráfico de personas, en su mayoría con fines de explotación sexual, se arriesgan a morir o desaparecer en altamar.

Esa distancia tampoco cuenta lo que viven las que se quedan, llevando el peso de un duelo por perder a los suyos, mientras siguen lidiando con el mismo entorno hostil.

El pueblo está rodeado de aguas intensas, tiene una actividad comercial constante y bulliciosa; también tiene amplias calles cuyas casas, en su mayoría fueron diseñadas bajo la arquitectura antillana, con puertas altas, largos pasillos y grandes ventanas para enfrentar las inclemencias del calor.

En esencia es un lugar colorido, aunque tiene grietas labradas a pulso por la pobreza, el crimen y la pérdida de personas en altamar, ya que ha sido escenario de una serie de tragedias ligadas a la pobreza.

Los viajes clandestinos desde Güiria no son nuevos y, en el fondo, todos tienen un mismo origen: el hambre.

Los naufragios tampoco son ya una novedad, sino una realidad presente que lacera familias y que moldea a la sociedad. El pueblo se convirtió en puerta de salida para la migración irregular, no solo de los nativos sino de personas de todas partes del país.

El naufragio del peñero Jhonaili José en el que iba Unyerlin, fue el primero en aparecer en medios de comunicación. Unas 38 personas iban a bordo, ocho lograron sobrevivir y 29 siguen desaparecidas desde hace seis años. El cadáver de Dielimar, otra adolescente de 16, fue el único que devolvió el mar.

Casa en donde vivía Amarilis junto a su hija Unyerlin Vasquez en Cumaná, estado Sucre, Venezuela.17 de noviembre de 2024.

Unyerlin desapareció en la rebeldía del mar

Desde hace seis años ella se convirtió en una ausencia que duele, justo desde esa noche en la que se fue de casa junto a una amiga y su prima Omarlys, llevando solo lo que tenía puesto. 

El 24 de abril de 2019, una llamada ocasionó un tsunami de lágrimas en su casa. Una voz desconocida le dijo a Amarilis, que mientras intentaba llegar a Trinidad y Tobago en una embarcación precaria y en medio de la noche, el bote zozobró y su hija se ahogó.

Diez días antes, sus familiares la vieron por última vez. Poco antes de las diez de la noche de ese domingo, había llegado a su casa con una amiga.

–Se llama Luisannys y estudia conmigo– dijo.

Sin sospechar lo que se avecinaba, su mamá le pidió que se acostara a dormir.

El plan de ambas era irse a Trinidad y Tobago con Héctor, un hombre que conocieron unas semanas antes en una de las fiestas a las que solía ir Unyerlin. Él también naufragó y desapareció, y con él las respuestas que seis años después aún busca Amarilis.

A Unyerlin Vélasquez la recuerdan alegre y extrovertida en su uniforme de bachillerato. Pero también como una jovencita de carácter explosivo que podía pelear durante horas con su hermana y proteger a su sobrina, para ese entonces de tres años de edad, de los regaños por travesuras.

–Le gustaba comer. Dormía hasta tarde. Su vida era normal, iba al liceo, estaba con sus amigas, le gustaba también salir e ir a fiestas. A veces se me desaparecía dos días y yo iba a buscarla y la encontraba en casa de sus amigas. “Mamá, yo siempre vuelvo”, me decía cuando la regañaba- recuerda su madre.

Pero esta vez no volvió.

Como madre soltera, Amarilis trabajaba para darle lo que podía. En medio de carencias, tenía lo básico para vivir: algo de comida en la mesa, ropa y calzado de acuerdo con las posibilidades y acceso a educación pública.

Algunas amigas, incluyendo a su prima, sabían del plan de irse a Trinidad y Tobago. Días antes, en una fiesta en Bebedero –una barriada que para ese momento tenía fama de peligrosa por los altos índices de criminalidad- conoció a María y a Héctor.

Los testimonios apuntan a que fue María, una joven que no pasaba de los 20 de edad, quien les presentó a Héctor y juntos les ofrecieron a las adolescentes irse a Trinidad y Tobago con la promesa de mejorar su calidad de vida.

Allá podrían acceder a todo lo que no podían tener por las condiciones económicas de sus familias: ropa, calzado, comida en abundancia y dinero en dólares para ella y para los suyos.

Amarilis muestra una fotografía de su hija desaparecida Unyerlin del Valle Vasquez Velasquez, en su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.

El primer paso era irse a Güiria, allí estarían en una vivienda mientras se terminaba de organizar el viaje. Unyerlin, Omarlys y Luisanny pernoctaron nueve días en la casa de Héctor, conocido en el pueblo con el apodo de Tico. Él era de Güiria y poco antes del naufragio había culminado unos cursos para optar por un empleo en Petróleos de Venezuela S.A (Pdvsa).

En esa casa, una vivienda familiar y desgastada, amplia, de varias habitaciones y con un patio grande, situada en una barriada conocida como Calle Boyacá,  estuvieron en una habitación junto con otras muchachas que también se embarcarían hacia la isla antillana.

Había cinco jóvenes en total, tres de ellas menores de edad. Tico se encargaba de darles comida, ropa y también las llevaba a fiestas en el pueblo.

En 2019, Eloaiza Torres, una de las hermanas de Tico, aseguró en una entrevista realizada una semana después del naufragio, que él solo “hizo un favor a María” cuando recibió a las adolescentes en su casa.

Esa tarde en la que decidió hablar, Eloaiza evitaba sostener la mirada, sus ojos se enfocaban en el piso, volteaba el rostro, acariciaba sus rodillas con las manos, como quien habla queriendo evadir la conversación.

–A él lo llamó una amiga que él conoció en una fiesta, una tal María. Le dijo: “Mira, Tico, para allá van unas amigas mías que van para Trinidad. Para ver si les puedes dar el apoyo de quedarse unos días en tu casa, hasta que llegue el bote que las va a llevar”, y él no vio problemas en eso- dijo la hermana en lo que parecía un intento de desligarlo de la presunta red de trata de personas.

Pero los rumores en el vecindario eran fuertes. Muchos apuntaban a que las jóvenes estuvieron en esa casa en contra de su voluntad, aunque la familia Torres, quienes convivieron por última vez con las adolescentes, desmintieron esto una y otra vez.

–No pueden decir que estaban secuestradas. A ellas se les prestaba teléfono para que llamaran, ellas salían a fiestas. Una vez fui con ellas a la playa – contó Eloaiza en esa oportunidad. También aseguró que los familiares de las jovencitas sabían que viajarían a Trinidad. Dijo que eran ellas quienes llamaban a la isla para solicitar información del viaje, y que Héctor había accedido a ir con ellas para “comprar comida” que luego su hermana revendería en el pueblo.

–Él sólo aprovechó que había un bote en el que no pagaría pasaje. Yo le pedí que fuera a comprarme harina de trigo, porque yo la revendía a las panaderías aquí. Pero él no quería ir.

Sin embargo, ese día ella no supo explicar el por qué su familia se encargaba de darles comida y dotarlas de ropa y calzado. Ni tampoco de dónde salió el dinero para cubrir los gastos que ocasionó tener personas adicionales en una vivienda grande, pero en condiciones de pobreza, con las paredes envejecidas y sucias, y muebles deteriorados por el uso y los años.

En esa casa vieron a Unyerlin por última vez el 23 de abril a las ocho de la noche, hora en la que salieron de allí para embarcarse en el Jhonaili José desde Muelle del Medio.

–Antes de que zarpara el bote, estaban llegando las chicas que se irían a Trinidad. En total habían 25 mujeres. Salieron al mar como a las diez de la noche y se rumora que el capitán fue recogiendo personas en todos los puertos hasta llegar a Macuro- contó Eloaiza.

Agregó que el capitán, conocido como Julio Carrión y quien fue uno de los nueve sobrevivientes, pasó por varios muelles. Los primeros fueron El Faro y Las Salinas, allí subieron al bote un lote de cobre, limón, tamarindo y embarcaron a varias personas más.

–De allí fueron a Macuro, montaron a nueve adolescentes más. A las dos de la tarde del otro día me dicen que no llegaron a Trinidad, que se escucha el rumor de que el bote se volteó y no aparecen. Cuando trajeron a las primeras rescatadas, ellas dijeron que unos murieron al instante y que otros sobrevivieron porque se montaron en pimpinas donde transportaban gasolina– narró la hermana de Héctor.

Las sobrevivientes le habrían contado a Eloaiza que su hermano  les ayudó  a amarrarse a pimpinas para sobrevivir.  Le dijeron que después de eso, se tocó el pecho, se hundió y no apareció más. Él era paciente cardiaco.

Otra versión que escuchó  dice que después del naufragio llegaron botes procedentes de Trinidad y recogieron a la mayor cantidad de personas que pudieron.

 –No nos explicamos cómo 28 personas no aparecieron. Ni un cuerpo, ni ropa, ni maletas. No aparecieron ni las pimpinas donde estaban montadas– destacó.

Las autoridades venezolanas tampoco dan explicaciones ni avances sobre las investigaciones oficiales. Las respuestas también naufragaron en un mar de incertidumbre. Lo último que supo Amarilis, la mamá de Unyerlin, es que María, aquella mujer con la que se fue su hija antes del naufragio, fue arrestada por seis meses, luego salió en libertad y emigró.

Mientras tanto, el recuerdo de la joven sigue naufragando en el estrecho de Boca Dragón donde se dividen las aguas de Güiria y Trinidad y Tobago, y donde las aguas son tan turbulentas y saladas como las lágrimas que aún derraman por ella.

Retrato de Amarilis Velásquez, madre de Unyerlin del Valle Vásquez Velásquez en su casa en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.

El limbo de Amarilis

El día que la embarcación zozobró también empezó el naufragio en el alma de Amarilis Velásquez que no la abandona ni un minuto.

Ella tiene 49 años. Es una mujer alta, robusta, de piel clara y de largos cabellos negros, tiene una voz triste y una mirada en la que se nota la soledad de la lágrima fácil. No puede evitar hablar de su hija entre sollozos.

-A veces quiero colgar los guantes, pero pienso en el rostro de mi Unye y me digo ¡No! y me pongo a orar, orar y orar- dice.

No solo el mar es un limbo.

Amarilis está sumergida en un limbo. Desde 2019 busca respuestas. No las tuvo en las horas posteriores al naufragio, cuando las autoridades venezolanas tardaron en iniciar la búsqueda de la embarcación y fueron los pescadores de la localidad, ayudados por una angustiada comunidad que hizo lo posible por dotarles de alimentos y gasolina, quienes encontraron a los sobrevivientes.

Y es que, aunque el informe de la Organización Nacional de Salvamento y Seguridad Marítima (ONSA) especificó que la Guardia Costera inició las labores de búsqueda pocas horas después de que las autoridades locales recibieran notificación del accidente marítimo, las malas condiciones de las embarcaciones oficiales y la escasez de combustible limitaron sus acciones.

De hecho, no fue sino hasta el 27 de abril, cuatro días después del naufragio, que las autoridades dispusieron de un helicóptero y una avioneta para buscar desaparecidos o víctimas en altamar. Esa búsqueda solo duró un día, ya que desde la alcaldía del pueblo informaron que el uso del helicóptero sumaba un costo de ocho mil dólares por día y no había quién pudiera pagar esa suma de dinero.

La noche del  martes, 14 de abril, cuando  Unyerlin se fue de su casa, no llevaba nada más que la ropa que vestía en ese momento. Otras veces había salido de fiesta y tardaba hasta un par de días en llegar o el tiempo que le tomara a Amarilis encontrarla en casa de amigas. Pero esa noche le dijo que se fuera a dormir y a la mañana siguiente no la encontró. Nadie supo decirle dónde estaba. El recuerdo de la última vez que escuchó su voz la llena de angustia.

La que era la habitación de Unyerlin cuando vivía junto a su madre Amarilis en Cumaná, estado Sucre, Venezuela. 17 de noviembre de 2024.

–Me llamó por teléfono. Le dije que necesitaba que regresara y me respondió que no me mortificara, que ella regresaba dentro de tres meses y que estaba tranquila, en una casa de playa– cuenta.

Más adelante, otra llamada cambiaría el curso de su vida. Aquella en la que le informaban del naufragio donde iba su hija. Lo que siguió después ha sido una historia que se repite en círculos. Llorar, sumergirse en una tristeza infinita, pedir ayuda a las instituciones del Estado y no obtener respuesta alguna.

Amarilis forma parte de un grupo de familiares de desaparecidos que se organizaron en 2019, poco después del naufragio, para exigir a las autoridades venezolanas una investigación, una búsqueda, algo que les haga calmar el dolor de la pérdida inconclusa, que les traiga de vuelta el amor que se fue en el mar.

La primera denuncia sobre la desaparición de su hija la hizo pocas horas después de la llamada fatal. Acudió a la Fiscalía del Ministerio Público en Cumaná. Allí dio todos los detalles que sabía. Poco después hizo lo mismo en la Fiscalía de Carúpano, la segunda ciudad más importante de Sucre y la más cercana geográficamente a Güiria. No hubo respuestas.

Durante los seis años que siguieron a la desaparición, el grupo de familiares ha sumado varias protestas frente a la sede del Ministerio Público en la capital del país, y al menos una decena  de viajes hasta Caracas con la esperanza de encontrar respuestas en las instituciones centrales.

Una lista de documentos con denuncias, solicitudes, escritos, cartas, se ha quedado en escritorios de la Fiscalía del Ministerio Público, de la Asamblea Nacional y de la Vicepresidencia del país.

Unos meses después de que ocurriera el naufragio, a finales de 2019, el grupo acudió a Interpol para descubrir que no había siquiera la activación de una alerta amarilla para los desaparecidos o una alerta roja para los responsables. La Fiscalía no había enviado la información a este organismo.

Una lista extensa de diferimientos de audiencias y poca información sobre los detenidos son los avances de la investigación. Es todo lo que hay seis años después de la tragedia.

En retrospectiva, más allá de la presencia en el pueblo del gobernador de ese entonces, Edwin Rojas, y de autoridades militares en la zona del desastre, así como de la diligencia de dos diputados de tendencia opositora en la Asamblea Nacional, quienes acompañaron a los familiares de las víctimas en el proceso de denuncias,  no hubo en 2019 un pronunciamiento institucional por parte del poder central. Y tampoco lo ha habido a lo largo de los años.

–Los viajes a Caracas no son fáciles– comenta Amarilis. Implican una inversión de dinero en pasajes, alojamiento y alimentación. Recursos de los que no dispone.

Para ella es complicado tener un trabajo estable y generar dinero en un estado altamente dependiente de empleos gubernamentales, con poco desarrollo industrial y con más de 98% de pobreza extrema en Venezuela, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2022, elaborada de forma independiente por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), ante la falta de datos oficiales sobre condiciones económicas y sociales del país.   

Antes hacía dulces para vender en el barrio. Ahora trabaja vendiendo cartones de lotería para una especie de bingo comunitario que se celebra cada dos sábados en la ciudad y que resulta en una fiesta enorme en la que hay desde ventas de fritangas y cervezas, hasta grupos musicales en vivo. Aunque eso logra distraer su mente por algunas horas, lo que gana solo le sirve para llevar comida a su casa y encargarse de gastos básicos.

–No he podido ir a todos los viajes porque no tengo suficiente dinero-.

En estos años de duelo inconcluso, Amarilis no solo perdió la paz, también enfrentó una ruptura sentimental al perder a  su pareja, quien decidió marcharse de casa al no poder lidiar con sus estados de ánimo.

–No me soportó. Es que me daba rabia todo.

Perdió el sueño y la salud mental, ya que atraviesa por prolongados estados de ansiedad y llanto. Su cuerpo se hiela y necesita caminar de un lado a otro mientras llora. Ha logrado encontrar algo de consuelo en su hija y su nieta de nueve años.

–Si no fuera por ellas, ya estaría muerta, porque a veces eso es lo que quiero.

No suele soñar con su hija, pero las dos veces que lo ha hecho, la ve con el rostro de cuando tenía 16 años y la vio por última vez: ella le aparece vestida de blanco, arrinconada en una esquina, pidiéndole que la ayude.

Aún hay dos cosas que Amarilis no ha perdido: la esperanza de volver a abrazar a Unyerlin y la entereza para seguir pidiendo al Estado venezolano que le dé respuestas.

–No dejaré de insistir. Mi hija está viva. Lo sé.

Y, en el mismo peñero en el que ella desapareció, murió Dielimar.

El especial completo con las historias de Dielimar y Fiannelys está disponible en este enlace.


Los naufragios de pequeñas embarcaciones que trasladaban personas desde Güiria hacia Trinidad y Tobago se volvieron una constante desde 2019, tras el hundimiento del bote Jhonaili José.

Con esto, las denuncias sobre migración forzada impulsada por las condiciones socioeconómicas del país, así como el tráfico de personas con fines de explotación sexual, también se volvieron parte de las historias de los naufragios.

Esta investigación, realizada por la periodista Nayrobis Rodríguez y la fotógrafa Danielly Rodríguez, fue publicada originalmente en Runrun.esEs uno de los productos periodísticos del programa de becas “Narrar Fronteras”, organizado y desarrollado por la Red de Periodistas Venezolanas (RDPV). 

Narrar Fronteras ETS Wayuu

Enfermedades de transmisión sexual, asesinas silenciosas en el territorio wayuu

La desinformación, el temor a la estigmatización y los tabúes culturales son las principales brechas para prevenir y paliar las ETS en la zona indígena fronteriza. Las personas contagiadas que son diagnosticadas con VIH en Colombia, por lo general, no continúan su control médico ni en el país vecino, ni en Venezuela.


Llamémosle Alberto. Iba, en su moto, por la Troncal del Caribe, a las 8:00 de la noche. El tramo estaba oscuro y no vio salir un carro de uno de los vericuetos de Los Filúos, sector comercial de la parroquia Guajira, municipio indígena Guajira del estado Zulia, en Venezuela. El vehículo lo lanzó sobre el pavimento y arrancó a toda velocidad. Como pudo, llamó a sus familiares para que le socorrieran. Lo llevaron al Hospital Binacional de Paraguaipoa, donde no le pudieron atender, porque no había una máquina para hacer rayos X. Tampoco ambulancia. 

Entonces, sus parientes lo llevaron al Hospital San José de Maicao, municipio fronterizo del departamento La Guajira, en Colombia. Le ingresaron por ser indígena wayuu, porque solo tiene la cédula de identidad venezolana. 

El examen de sangre le arrojó un diagnóstico que no sabía: VIH positivo.

Le curaron las heridas, le trataron las contusiones y le proveyeron el retroviral. Tras darle el alta, Alberto regresó a Paraguaipoa, donde sigue trabajando como mototaxista.

Su gente no sabe que es seropositivo.

Alberto pertenece a una familia indígena wayuu muy tradicional, en la que su tío materno es autoridad, la virilidad es un honor y las Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) las asocian con la homosexualidad.

Su experiencia es como la de tantos otros jóvenes con VIH que viven en el eje fronterizo Guajira colombo-venezolano. Entre 18 y 23 años es la población joven contagiada, según precisó un vocero de la Fundación Waleker, organización binacional reconocida por los ministerios de Salud de Colombia y de Venezuela.

Esta organización tiene 15 años trabajando en Colombia bajo la cobertura de la Superintendencia de Salud y, mediante la Unión Temporal Ka’i, regularizan a personas wayuu con el certificado de la autoridad indígena para la atención de personas seropositivas y, así, garantizarles los retrovirales.

La desinformación y los tabúes

En el estado Zulia, fronterizo con Colombia, acceder a los retrovirales es un desafío. Porque son costosos y porque los gratuitos están regulados por el Estado. La secretaría de Salud, adscrita a la Gobernación del Zulia, tiene activo el Programa Regional de VIH-SIDA y TS que, en articulación con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), realiza jornadas en las que dictan charlas informativas y realizan la prueba rápida.

En diciembre pasado, fue en el Hospital Binacional de Paraguaipoa y el personal médico y paramédico se encontró con que la colectividad desconocía acerca de la jornada; además, quienes llegaron lo hicieron con la intención de hacerse un examen de hematología y, al informarles que era la prueba rápida para VIH, la mayoría se marchó.

Carmen Cambar, directora municipal de salud del municipio Guajira -institución adscrita a la Autoridad Única de Salud del estado Zulia regida por el Ministerio de Salud-, resalta que esto se debe a la desinformación que maneja la población; sino, también, el personal que trabaja en el centro de salud.

«Sabemos que hay muchos pacientes que lo tienen, pero que no se conoce. El VIH es un enemigo silencioso que está acabando con nuestros jóvenes. Debemos decirles que una vez que sientan ese temor, se acerquen a alguna institución que los pueda ayudar. No es fácil llegar a un hospital, a un ambulatorio y decir. ´me quiero hacer una prueba de VIH, de sífilis o de otra ETS´, porque está el temor a que lo estigmaticen. Pero debemos buscar una estrategia para informarnos y mantener la confidencialidad».

Urge la educación sexual

En dos «Círculos de la palabra» -espacios de diálogo, de transmisión e intercambio de saberes propios de la cultura indígena wayuu- se conversó con estudiantes de las escuelas Fe y Alegría Paraguaipoa y Francisco Babbini: sólo dos de cada 10 jóvenes -en cada grupo- sabía qué son las ETS y cómo se contagian, pero desconocían los tratamientos. 

Cambar exhorta a las madres, padres, personas a cargo o figuras de autoridad para que orienten a los jóvenes. «Ninguno debe negarse a saber que su hija, por ejemplo, desde que tiene la menarquia ya puede empezar a tener relaciones sexuales, igual en los varones. A los adultos wayuu debemos involucrarles para conversar con ellos. Hemos planteado la necesidad de hacer abordaje con líderes y lideresas de comunidad, voceros; pero, tampoco se logra un control general de la comunidad. Yo creo que en la familia siempre hay alguien, alguna autoridad a quien se le atiende, se le escucha».

Pero en la sociedad wayuu la sexualidad es un tema muy cerrado, asegura la sabedora Neima Paz, quien, también, reconoce que los tabúes causan daños, sobre todo, a las majayut -término, en lengua wayuunaiki, que se le da a la adolescente que ya vio su primera menstruación y que ya está lista, biológicamente, para crear y dar vida-.

En «encierro» -ritual wayuu que practica la abuela con la nieta cuando le viene la primera menstruación- la orientación de la anciana sabedora es vital para la jovencita, pues no sólo es un tiempo de recogimiento, baño y corte de cabello como símbolos de la transición de niña a mujer; sino espacios de aprendizaje para la vida como el autocuidado.

«Hay algo muy lindo que escribe mi papá -el docente, sabedor, investigador y lingüista wayuu, Ramón Paz Ipuana- en su texto, Ale´eya: cuando la muchacha está en el ‘encierro’, hay unas palabras que la abuela le dice a la majayut: ‘Hija mía, quiero que seas buena, juiciosa. Que tengas un corazón limpio, portadora de grandes beneficios’. La limpia, la baña para que su cuerpo no despida malos olores, para que se embellezca. Y dice: ‘para que tu alma aprenda a temer lo malo. Recuérdalo, no lo olvides. Esta agua enfriará el ánimo de los hombres ávidos’. Es decir, purificar a una joven para que no entre en la promiscuidad que trae, como consecuencia, las enfermedades de transmisión sexual».

El contexto 

Desde la perspectiva wayuu, ese sería el ideal; pero, la realidad es que la mayoría de las adolescentes y jóvenes que habitan en comunidades del eje fronterizo es distinta, pues la dinámica de la frontera pauta, en gran medida, la cotidianidad de quienes viven en la Guajira: el comercio, la economía, el flujo de personas, el tráfico vehicular, el bullicio y un largo etcétera.

Entre agosto de 2015 y septiembre de 2022, el tránsito de vehículos en la frontera colombo-venezolana estuvo cerrado por decisión de Nicolás Maduro. En este tiempo, el país llegó a una crisis humanitaria compleja por la que más de ocho millones de venezolanos migraron, en su mayoría, en condiciones muy vulnerables, para buscar una mejor calidad de vida para sus familias. Entre ellos muchas mujeres cabeza de hogar y jóvenes indígenas wayuu.

La invisibilidad de las realidades que enfrentan adolescentes y jóvenes indígenas wayuu, porque viven en comunidades aisladas -muchas sin servicios básicos- y expuestos a cualquier tipo de vulneración de derechos: en su mayoría, conviven sólo con la mamá y su pareja que no es el padre, o en entornos de violencia física y sexual por parte de hombres que también son familia -tíos, primos-. 

Desde hace dos años y cinco meses que se activó el comercio informal con la reapertura de la frontera, se ha visto que tanto colombianos como venezolanos e indígenas wayuu han construido un comercio ilegal en la Guajira, como locales nocturnos que abren de jueves a sábado, donde adolescentes y jóvenes wayuu son quienes prestan el servicio sexual.

Igual, sucede en Maicao -del lado colombiano-: en el casco central, hay mujeres wayuu y migrantes venezolanas, de 18 a 20 años, contagiadas de VIH, ya que habitan en entornos de explotación sexual como estaderos -bares- o billares, precisó un vocero de la Fundación Waleker. «Pero, no sólo de VIH; sino, también, del Virus del Papiloma Humano (VPH) y herpes».

Hospital II Binacional de Paraguaipoa Dr. José Leonardo Fernández, ubicado en el municipio Guajira.

La fuente, quien por razones de seguridad opta por el anonimato, explicó que en comunidades fronterizas como Paraguaipoa y Guarero hay familias enteras contagiadas de VIH, bien sea por sus parejas que retornaron, por el abuso sexual por parte de algún pariente o por la poligamia que practica el hombre wayuu. Estas personas contagiadas por VIH, por lo general, son diagnosticadas del lado colombiano, bien sea por la Fundación Waleker, el Hospital San José de Maicao o la organización de cooperación internacional AHF; pero, no todas se comprometen con su seguimiento médico y su tratamiento.

«Como ciudadanos binacionales que son los wayuu y que van y vienen de un país a otro, es muy difícil tener el control, porque regresan a sus comunidades en Venezuela y, aquí, no se han hecho control. Está planteado, epidemiológicamente, la necesidad de colocar un punto de atención en la frontera, en Paraguachón del lado nuestro», puntualiza Cambar. 

Venciendo las barreras

Debajo de la enramada está un telar, donde la abuelita teje un chinchorro rojo con morado para luego venderlo y tener algo con qué subsistir. Y, ahí, debajo de la sombra también está Juan, sonriente, callado, expectante.

Tiene 15 años y es portador del VIH. Lo absorbió en el canal de parto, pues su mamá también tenía el virus y se dio cuenta, justamente, antes de dar a luz. A ella la contagió su marido, quien lo adquirió, mientras trabajaba en el Oriente venezolano, al otro extremo del país. 

Los días de Juan comienzan cuando se asoma el sol y terminan al oscurecer el cielo. Entretanto, anda en su bicicleta por la sabana de su comunidad en la Guajira venezolana. No recuerda la última vez que fue a Paraguaipoa o a Maracaibo. Tampoco ha ido a la escuela: no sabe leer ni escribir, sumar ni restar… Trata sólo a los niños, niñas y adolescentes que viven cerca de su casa de tabla y yotojoro -fibra vegetal wayuu parecida a la palma-. 

Sus ojos amarillentos y los párpados hundidos indican que no está del todo bien. Eso refuerza su delgadez por la mala nutrición: a veces, come pescado, yuca o topocho; pero, por lo general, come arroz y toma chicha de maíz, propia del pueblo wayuu. 

Juan tiene un año sin recibir el retroviral. «Cuando me tomo la pastillita me siento mejor», asegura. Su abuela cuenta que él está inscrito en un programa en el Hospital de El Moján, ubicado en el municipio Mara perteneciente a la subregión Guajira del estado Zulia, Venezuela. Pero, no tienen los recursos para movilizarse hasta allá. 

Ella no le permite salir. Aunque ambos saben que tiene una enfermedad, desconocen su magnitud. «Yo prefiero cuidarlo y que nos quedemos tranquilitos aquí», expresa la señora en su poco español.

En Maicao hay mujeres wayuu y migrantes venezolanas contagiadas de VIH, que se encuentran en entornos de explotación sexual.

Con el apoyo del proyecto Narrar Fronteras y de la Red de Periodistas Venezolanas se articuló con la Fundación Waleker y Juan viajó, a principio de febrero, a Maicao, donde lo regularizaron mediante el Registro Único de Migrantes Venezolanos (RUMV) y está a la espera de su Permiso de Protección Temporal (PPT) para ingresarlo en el sistema de salud colombiano y asegurarle su retroviral mensualmente. 

Así, como la Fundación Waleker también AHF brinda atención a la población seropositiva que habita en el eje Guajira de la frontera colombo-venezolana. Andrea Molina, representante de AHF Colombia en La Guajira AHF, informó que la organización abrirá un Centro Wellness en Maicao. «Son espacios diseñados para brindar atención inmediata a toda la población en casos de VIH e infecciones de transmisión sexual, pues se ha incrementado la población pendular».

Funcionarán a tiempo completo, de 7:00 a. m. a 6:00 p. m., todos los días. Se proyecta su apertura para el mes de marzo; sin embargo, debido a la situación actual, es posible que haya retrasos. Este Wellness estará ubicado en la Cruz Roja de Maicao, punto estratégico para brindar una atención integral a las personas contagiadas: desde asesoría jurídica hasta atención psicosocial.

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Escucha el podcast realizado por Ana Karolina Mendoza y Ayleen Fernández:

Episodio 1 – Inocencia contagiada

*Próximamente episodio 2 y 3.


Este contenido fue publicado originalmente en El Pitazo, Tane Tanae y Radio Fe y AlegríaEs uno de los productos periodísticos del programa de becas “Narrar Fronteras”, organizado y desarrollado por la Red de Periodistas Venezolanas (RDPV).

Lee y escucha otras entregas de Narrar Fronteras:

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Las redes sociales se fueron a la m… ¿Quedan espacios seguros en Internet para las feministas?

Las redes sociales nunca han sido perfectas, pero no cabe duda de que, en los últimos meses, se han convertido en una extensión más de la manosfera. Así se le conoce a ese lado oscuro, antes semi-escondido, de la web 2.0 en donde la hostilidad hacia las mujeres y la misoginia son la regla, y depredadores sexuales como Andrew Tate son personajes venerados. 

La primera red social en caer en este agujero negro fue X, ante conocida como Twitter, después de que Elon Musk la comprara en 2022 usando (cómo no) tácticas de mercado agresivas y éticamente cuestionables. En uno de sus primeros movimientos como principal accionista de X, el hombre más rico del mundo despidió a casi la mitad de su personal, incluyendo a los equipos responsables de diseñar políticas para proteger los derechos humanos, garantizar la accesibilidad de la plataforma para personas con discapacidad y mitigar los posibles sesgos y daños facilitados por su tecnología. Desde entonces, X se ha convertido en un hervidero de desinformación y mensajes de odio, amplificados por algoritmos supuestamente diseñados para promover la “libertad de expresión” pero claramente impregnados de sesgos que atentan contra los derechos humanos y la democracia. 

Más recientemente, Meta le siguió los pasos tras emplear una serie de cambios en sus políticas que abren la puerta para que sus usuarios difundan contenido abiertamente discriminatorio y deshumanizante. Ahora no hay que sorprenderse si usuarios de Facebook, Instagram o Threads comparan a las personas con objetos inanimados, suciedad y enfermedades como el cáncer. Tampoco se molesten en reportar a los usuarios que llamen “enfermos mentales” a homosexuales o personas trans, ni tampoco a quienes consideren a las mujeres como “propiedad”.

Todos los intolerantes y misóginos son bienvenidos en el reino de Mark Zuckerberg, quien no solo ha adoptado una estética que parece un extraño cruce entre tech-bro y rappero gen Z en un intento desesperado por encajar en nuevos paradigmas, sino que ahora también aboga por celebrar la “energía masculina” y la “agresión” en las empresas de tecnología. Como si en Silicon Valley, donde las mujeres siguen siendo una minoría y ganan, en promedio, un 16 % menos que sus colegas hombres, alguna de esas dos cosas estuviera en peligro de extinción.

¿Dónde quedan los feminismos?

No sorprende a nadie que este completo abandono a cualquier pretensión de corrección política ha tenido un impacto especialmente duro contra las mujeres y las causas feministas. Por ejemplo, en un estudio reciente en Estados Unidos, la mayoría de las personas concuerda que el contenido de las redes sociales afecta negativamente más a las mujeres que a los hombres en áreas como la imagen corporal, el estilo de vida y la autoestima. 

Por si fuera poco, las plataformas de Meta restringieron recientemente la visibilidad del contenido con etiquetas relacionadas con los derechos de las personas LGBTQ+, medida que afectó especialmente a los adolescentes. El New York Times, también reportó que Instagram y Facebook bloquearon y ocultaron publicaciones de proveedores de píldoras abortivas, una práctica que se intensificó tras la investidura de Donald Trump. Cabe destacar que Zuckerberg, Musk y otros ultra ricos de la tecnología, como Jeff Bezos y Sundar Pichai, estuvieron en primera fila durante la ceremonia inaugural del magnate, después de desembolsar millones de dólares para financiar este pomposo evento. 

En Venezuela, el panorama se complica aún más, considerando que algunas de las redes sociales más populares, incluyendo TikTok y X, enfrentan sofisticados bloqueos que no solo restringen la libertad de expresión y el acceso a la información, sino que también imponen barreras adicionales para que activistas feministas y LGBTIQ+ puedan movilizar sus causas, denunciar injusticias e informar a sus comunidades.

Este contexto desalentador parece advertirnos que han quedado atrás los días en que movimientos como #MeToo, #NiUnaMenos y otras campañas feministas y progresistas encontraban en las redes sociales un terreno fértil para crecer y movilizar cambios sociales. Probablemente, Audri Lorde siempre ha tenido razón: Las herramientas del amo difícilmente nos servirán para desmantelar la casa del amo. 

¿Aún quedan rincones seguros en Internet para quienes apoyamos las causas progresistas? 

Resulta más urgente que nunca preguntarnos si la web 2.0 aún puede ofrecernos espacios seguros donde las personas interesadas en generar cambios podamos reagruparnos, comprender lo que está sucediendo en el mundo, desahogar frustraciones y, sobre todo, encontrar nuevas formas de movilización. Si no existen, entonces también cabe preguntarnos cómo podemos crear estos espacios para que no vengan sesgados por default en nuestra contra. 

Por ahora, no parece haber respuestas claras a estas preguntas, pero algunas ventanas están abriéndose en plataformas alternativas, como Bluesky, una red social que nos recuerda a los inicios de Twitter, liderada por la joven Jay Graber. Como actual CEO, Graber desafía las tendencias dominantes al apostar por un modelo abierto y descentralizado que busca devolver a los usuarios el control sobre el contenido que consumen y sus datos personales. Este enfoque contrasta radicalmente con los algoritmos sesgados de las plataformas más populares, que no solo han erosionado el pensamiento crítico de muchos, sino que también han vendido al mejor postor la información privada de los usuarios para manipular sus opiniones políticas y hábitos de consumo (¿alo, Cambridge Analytica?). Aquí hemos encontrado refugio en los últimos meses miles de activistas, periodistas, académicos y personas críticas del status quo y hartas de los excesos de Musk. 

Otra opción que poco a poco está creciendo en popularidad entre personas desesperadas por crear comunidad e informarse, lejos de la toxicidad de X, Instagram y Facebook, es Substack. Esta es una plataforma especialmente diseñada para bloggeros y creadores de newsletters que encontraron aquí un sistema para construir nuevas maneras de conectar con audiencias más alineadas a sus intereses y gestionar el contenido a través de suscripciones gratuitas o pagas. 

Aunque Substack no está libre de intolerancia y contenido polarizante, aquí los usuarios tienen más poder de decidir qué publicar y cómo hacerlo, sin someterse al yugo de algoritmos que prioricen ciertos temas sobre otros. Lo más atractivo para muchos usuarios es también la posibilidad de construir una comunidad “íntima” y comprometida con los mismos valores y causas. En otras palabras, ofrece la oportunidad de construir pequeños oasis progresistas en medio de un ecosistema mediático cada vez más desalentador. 

Sin embargo, aún está por verse si Bluesky, Substack u otras plataformas alternativas podrán darle la vuelta a las tendencias dañinas y reaccionarias que están promoviendo Musk, Zuckerberg y otros desesperados por ser parte de ese patético club de “bad boys”, demasiado ricos para el bien de la humanidad. A veces, me cuesta creer que la Internet podrá cumplir su promesa originaria de ser una herramienta para democratizar el mundo y lograr un futuro utópico. Parece que no podemos tener cosas lindas sin que el capitalismo y el patriarcado vengan a envenenarlo todo. 

Tal vez, la respuesta está en hacer un esfuerzo por desvirtualizar nuestras vidas y relaciones, al menos hasta donde se pueda. De apagar el teléfono por un rato para volver a las tertulias en los cafés, los clubes de lectura o la movilización comunitaria. Quizás, en esos espacios, después de compartir un café y un abrazo, podremos volver a entendernos, encontrar puntos comunes y movilizar esfuerzos para resolver los problemas que amenazan la humanidad (la falta de derechos de las mujeres, personas racializadas y LGBTIQ+, el cambio climático, el colonialismo, la desigualdad económica, la violencia y la intolerancia… la lista es larga).

Tal vez… quién sabe. 

Redsonadoras.com periodismo feminista

Redsonadoras.com propone un periodismo feminista y transformador

Creada por La Red de Periodistas Venezolanas (RDPV) a mediados de 2024, Redsonadoras.com emerge como una comunidad digital dedicada a la difusión de contenidos, historias e iniciativas que resuenen como un grito colectivo para impulsar el periodismo feminista en el país y la región.

Con una línea editorial independiente, este espacio se centra en la promoción del periodismo con perspectiva de género y una visión transversal de la inclusión. Este medio ofrece un espacio seguro donde las mujeres de todas las comunidades y colectivos sociales pueden informarse y expresarse, con contenidos creados con respeto, ética y sensibilidad social. 

Desafíos y logros de mujeres y periodistas

Redsonadoras.com se reconoce también como divulgadora del activismo en derechos humanos y defensora de los derechos de las mujeres, niñas y adolescentes. La plataforma publica una variedad de contenidos, incluyendo aprendizajes clave de las formaciones ofrecidas por la RDPV, productos de programas de becas, y artículos de otros medios aliados. Estas notas y reportajes se enfocan en los desafíos y logros de las mujeres y periodistas venezolanas. 

Ante un panorama mediático donde muchos medios tradicionales en Venezuela continúan cosificando y descalificando a las mujeres, Redsonadoras.com demuestra que es posible adoptar un periodismo más respetuoso, empático y riguroso en la cobertura de situaciones que afectan a la mitad de la población mundial.

El objetivo a largo plazo de esta plataforma es consolidarse como el principal medio feminista en Venezuela, lograr alcance nacional e internacional y ampliar la resonancia de la labor de las periodistas venezolanas y latinoamericanas al tejer nuevas redes sororas y significativas en la región.

Cuatro fructíferos años de la RDPV

Desde su fundación en junio de 2020, la RDPV ha crecido para incluir a más de 260 mujeres periodistas que trabajan en diversos medios y organizaciones. La Red fue impulsada inicialmente por María Laura Chang y Estefanía Reyes, quienes convocaron a colegas y amigas para crear un espacio de conexión y colaboración en medio de la pandemia. 

Entre sus iniciativas más destacadas se encuentra el Informe sobre Acoso Sexual contra periodistas en Venezuela, que visibilizó una problemática silenciada. En sus hallazgos se expuso una realidad conocida por muchas personas de los medios, pero que permanecía en la sombra, queriendo normalizarse para comodidad de los agresores.

El Bootcamp “Género en Foco fue otro proyecto clave, proporcionando un espacio para el debate y aprendizaje sobre temas urgentes como el antirracismo, las crisis ambientales y los derechos humanos. Este evento presencial en Caracas combinó sesiones in situ y virtuales para maximizar su alcance y efectividad, al incluir a la mayoría de las miembras de la RDPV.

La campaña #LasPalabrasImportan, en colaboración con la Agencia de las Naciones Unidas para la Salud Sexual y Reproductiva en Venezuela y al Fondo para la Población de Naciones Unidas (UNFPA), se dedicó al activismo para erradicar la violencia contra la mujer. 

Desarrollada en un marco de 16 días de activismo en redes sociales, esta campaña se enfoca en sensibilizar sobre la importancia del lenguaje y la forma en que se informa sobre la violencia de género.

Programas de Becas “Redsonadoras” y “Narrar Fronteras”

Además, los programas de becas como “Redsonadoras” y “Narrar Fronteras“, con convocatorias abiertas y sesiones de formación, han apoyado la producción de contenidos periodísticos que abordan temas de justicia de género, diversidad e inclusión, así como las complejas realidades de las zonas fronterizas. 

Estos programas han proporcionado financiamiento y formación a periodistas y activistas, fortaleciendo la cobertura de temas cruciales en regiones marginalizadas.

La RDPV continúa su compromiso de transformar el periodismo venezolano, mostrando que es posible un enfoque más respetuoso y empático hacia las mujeres en los medios, y aspirando a consolidarse como referencia de periodismo feminista en Venezuela.

Crisleida Porras, periodista y editora de Redsonadoras.com, representó a la RDPV en el curso “Narrativas que tejen igualdad: Género, medios y periodismo” organizado por UNFPA en Venezuela. Tras detallar los objetivos de la Red y los proyectos realizados, resaltó que “este no es solo un recuento de metas alcanzadas. Al presentarles esta iniciativa hoy, queremos invitar a las participantes de este taller a inspirarse y hacer realidad sus proyectos periodísticos”. 

Añadió que lograr estas metas implica grandes sacrificios personales y profesionales, así como enfrentar desafíos particulares del contexto que significa hacer periodismo independiente en Venezuela. Pero no por ello es imposible y la RDPV existe como prueba irrefutable.

Copia de Plantillas blog Redsonadoras

El Libro violeta de la represión muestra cómo las mujeres sufren por la violencia poselectoral

Solo el 3% de las mujeres venezolanas puede cubrir la canasta básica. Así quedó reflejado en el el informe “La violencia en femenino. El libro violeta de la represión en Venezuela”. Una investigación realizada para ofrecer un análisis con perspectiva de género de las complejas circunstancias que atraviesan las niñas, adolescentes y adultas en el país.

Y también por los hechos de violencia, represión y persecución en contra de la población venezolana entre el 29 de julio y mediados de noviembre de 2024. Este documento fue elaborado por organizaciones feministas integrantes del grupo Derechos Humanos Venezuela en Movimiento.

Por seguir latente el riesgo de represalias hacia las organizaciones, así como para las personas con vocería en estos temas que decidieron participar en este estudio, las autoras eligieron resguardar sus identidades. Por estas razones, el informe no atribuye ni identifica ningún dato, a excepción de aquellos extraídos de informes de organismos internacionales.

¿Cómo están los derechos humanos de las mujeres en Venezuela?

Según HumVenezuela, para 2024, casi el 13% de los niños, niñas y adolescentes (NNA) no asisten regularmente a la escuela. La situación afecta especialmente a niñas y adolescentes, quienes son más propensas a abandonar sus estudios para asumir tareas de cuidado, exponiéndose a riesgos como el embarazo precoz, cuya tasa en Venezuela casi duplica el promedio regional, ubicándose en 97,7 por cada mil niñas y mujeres de entre 15 y 19 años.

La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2023 refleja que la participación económica femenina es baja (37.3%). Mientras que estudios de Equilibrium CenDe destacan que el 75% de las mujeres tienen ingresos menores a USD $ 200. Esta organización es la que informa que solo el 3% puede cubrir la canasta básica.

Entre enero y septiembre de 2024, una organización documentó 127 femicidios consumados y 51 frustrados. En el mismo periodo, se registraron 68 acciones femicidas contra venezolanas en el exterior, reflejo de la vulnerabilidad exacerbada a la que se exponen las mujeres venezolanas en el contexto de movilidad humana.

Las mujeres de la población LBTIQ+ continúan enfrentando discriminación institucionalizada, exclusión social y vulnerabilidad extrema. Persisten actos de violencia y discursos de odio, con 29 incidentes documentados entre 2023 y 2024.

Otro grupo en especial situación de vulnerabilidad son las mujeres reclusas. El Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF), único centro exclusivo para mujeres, sufre un hacinamiento del 185,71%. Las presas políticas allí recluidas padecen castigos adicionales, incluyendo aislamiento y restricciones en visitas y atención médica, evidenciando una discriminación particular.

En 2024, las inhabilitaciones por vía administrativa, práctica condenada por mecanismos internacionales, tienen en María Corina Machado su caso más notable. A la ganadora de las primarias de la Plataforma Unitaria no le fue permitido inscribirse como candidata. La candidatura de Corina Yoris, designada por Machado para representarla, no fue aceptada por el sistema de inscripción del Consejo Nacional Electoral (CNE). Esto resultó en una total ausencia de candidatas mujeres en el tarjetón electoral.

“Te amo hijo, no te abandonaré nunca”

El aumento de la violencia política de género se ha puesto de manifiesto tras las elecciones. De las mil 848 personas detenidas reportadas en el contexto de las protestas poselectorales, al menos 246 son mujeres, incluyendo a 28 niñas.

Las mujeres y niñas detenidas son especialmente vulnerables a ser víctimas de violencia de género, especialmente violencia sexual. En este sentido, la Misión de Determinación de los Hechos investigó 11 casos, que incluyeron amenazas de violación y otros actos de violencia sexual. La mayoría de los cuales fueron perpetrados por funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y la Dirección General de Inteligencia Militar (Dgcim).

Entre el 7 y el 8 de noviembre de 2024, familiares de los presos políticos realizaron una vigilia a las afueras de la cárcel de Tocorón. “Te amo hijo, no te abandonaré nunca” se escucha decir a una de las madres.

Pese al riesgo que supone para estas mujeres la búsqueda de justicia, ellas siguen siendo protagonistas de las acciones de exigibilidad, ejerciendo, incluso en las peores condiciones y en detrimento de otras personas a su cargo y de sí mismas, el rol de cuidadoras. Pese a este sacrificio, no son reconocidas como víctimas, y su sufrimiento queda invisibilizado.

El espacio cívico y los desafíos diferenciados para organizaciones de mujeres

Normativas legales como la Ley de Fiscalización, Regularización, Actuación y Financiamiento de las Organizaciones No Gubernamentales y Organizaciones Sociales Sin Fines de Lucro intensifican el cierre del espacio cívico, limitando la capacidad de las organizaciones de mujeres para ampliar su impacto.

Lideresas entrevistadas aseguran que su seguridad y la de sus familiares está amenazada y enfrentan el dilema de resguardarse o continuar con su labor. Su salud mental se ha afectado. “Comencé a tomar ansiolíticos. No hay virtud en el sufrimiento”, dijo una de ellas.

Estas mujeres están expuestas a campañas de desprestigio, ataques en redes sociales y amenazas. Por ello han disminuido las actividades presenciales y evalúan constantemente las estrategias para minimizar riesgos, adoptando incluso la autocensura como medida de protección.

Enfrentan además dificultades para garantizar la sostenibilidad de sus iniciativas, pues las opciones de financiamiento local son casi inexistentes y las internacionales son limitadas. A pesar de este panorama, siguen luchando para mantener las organizaciones activas. “En total, cerca de 200 mujeres se verían impactadas si dejamos de trabajar. ¿Cómo hacemos para dejarlas solas? No podemos”, aseguró una de las entrevistadas.

“Mamá, te van a llevar presa”

Que dejen o modifiquen su activismo político es una solicitud recurrente que le hace su entorno cercano a las lideresas políticas. Una encuesta realizada a 11 de ellas arrojó que 50% de las encuestadas ha sido blanco de ataques sexistas.

Mientras que 91% ha sido testigo de ataques y hostigamientos a otras mujeres lideresas. Reducir su visibilidad pública ha sido una de las estrategias empleadas para minimizar los riesgos.

A pesar de estos desafíos, 55% ha fortalecido sus relaciones de confianza con otras mujeres políticas y 91% está dispuesta a colaborar con otras lideresas.

Resiliencia y resistencia

Las organizaciones de mujeres y lideresas políticas han sido blanco específico de represión y sienten en primera línea los efectos del cierre del espacio cívico, lo que limita su capacidad para articular respuestas.

A pesar de ello, continúan desempeñando un papel clave de salvaguarda del espacio cívico, construyendo espacios de solidaridad frente a un entorno hostil. 

El reconocimiento del papel central de las mujeres en la lucha por la justicia y los derechos humanos es indispensable para avanzar hacia una comprensión integral de la crisis venezolana. La resiliencia y resistencia de las mujeres es un eje crucial para la reconstrucción del tejido social y la búsqueda de una sociedad más justa e inclusiva.

Lee el informe completo “El libro violeta de la represión en Venezuela” aquí:

Nota originalmente redactada por organizaciones feministas del grupo Derechos Humanos Venezuela en Movimiento. Ajustada y republicada en Redsonadoras.com con autorización de las autoras.